Publicado en: El Universal
Por comer del árbol del bien y el mal, y cometer así el pecado original, Dios estuvo a punto de revocar la creación al hombre, y mandó el diluvio, del que solo se salvaron Noé y los suyos. Ya les había propinado el peor castigo, convertirlos en criaturas mortales. La advertencia sobre comer los frutos del Árbol, está llena de paradojas y misterios que han merecido cavilaciones interminables de cientos de generaciones. La promesa de la serpiente resultó una bendición y los llevó a la caída en el momento, pero al triunfo final.
El hombre según Freud es un dios con prótesis. La víbora vista equivocadamente como el Demonio, pero él aún no existía. El primer operador maligno, que promueve las desgracias de Job, no tiene la jerarquía que cobrará posteriormente de Príncipe de las Tinieblas. Quien mortifica a Job es un simple mandadero intrigante de Yhavée que actúa bajo estrictas órdenes suyas, una especie de sicario servil e intrigante que sopla cosas al oído de su jefe todopoderoso y la serpiente de Eva no es ni tan siquiera eso. La imagen del Príncipe del Mal solo surge entre los siglos XII y XIII con la Inquisición cuando está hecho el Canon de la Biblia.
Desde el Nuevo Testamento el Demonio es ahora la fuerza que se mide y enfrenta a Jesucristo y es capaz de moverlo a su pesar de sus meditaciones en el desierto y atormentarlo. Un superpoder ubicuo que produce tormentas, sequías, guerras, pestes. Tiene miles de sirvientes, las brujas y ellas practican actos aberrantes. Toma la forma que se le antoja, chivo, perro feroz, oso o una serpiente e induce a los hombres a la perversidad. Se acuesta con mujeres como íncubo y con hombres como súcubo. Es el Antagonista de Cristo.
La manzana de la discordia
Tampoco nadie sabe por qué según la tradición de siglos, la manzana es el fruto prohibido que tomaron Adán y Eva. Hegel, a quien no le agradaban el Génesis ni Isaac Newton, a propósito hace una de sus boutades, “tres veces una manzana ha resultado fatal. Primero para la especie humana con la caída de Adán; después para Troya por el regalo de París; y finalmente para la ciencia, con la que le cayó a Newton”. La manzana de la discordia, se acepta con picardía como transgresión, el acto sexual, y por más que todo el mundo piense que es así, no parece tener ningún sentido.
Incluso si de alusión femenina se trata, otras frutas, como el níspero, tienen mayor tradición y justificación para ese fin. Adán y Eva fueron creados para que crecieran y se multiplicaran y por eso el mismo Hegel comparó el Edén con “un corral para animales” que vivían plácidos y seguros, ocupados de comer y engendrar, por lo que sería un tour de force pensar que la actividad reproductiva era ilícita. No había, según el maestro de la dialéctica, muchas más cosas que hacer por aquellos predios. Miguel Ángel retrata la pareja inicial en el fresco de la Capilla Sixtina sorprendida por el fotógrafo cósmico en una sexualidad no comentable aquí (vea la obra).
Así visto, el pecado no está en la actividad reproductiva sino en el sexo como mera satisfacción de los sentidos. Buonarroti parece apoyarse en diversos momentos de la Biblia que rechazan el placer desvinculado de su función creadora de vida, que fustigan la sodomía y el onanismo. Pero aún así es muy difícil creer que en ninguna época o recinto, la gente haga el amor con propósitos exclusivamente reproductivos. Carlos Fuentes en Cambio de pielrelata que en las familias conservadoras de México durante el siglo XIX, las señoras decentes para “cumplir sus obligaciones” maritales, tenían sábanas de hilo con aberturas a nivel de la ingle.
¿La ley crea la falta?
Las sábanas delicadamente bordadas con flores y el texto de una oración: “no es por vicio, no es por fornicio, es para hacer un hijo en tu santo servicio”. Poco convincente que por ahí venga el pecado original. Para otros la falta consistió en violar la prohibición, el acto de rebeldía. Pero en aquel mundo sin malicia, en el que estaban dedicados únicamente a existir, todos los árboles eran iguales, no existían ni el bien ni el mal y por lo tanto no había la posibilidad de pecar. Y es la primera prohibición la que crea lo ilícito separado de lo lícito (comer del árbol) y a partir de eso comienza a existir el mal, el fruto de ese árbol.
Toda ley es una prohibición, que separa los buenos de los malos actos. Quien se dedicó a resolver todos los nudos gordianos de la nueva religión es San Pablo, y lo afirma en una doble negación. En su Carta a los Romanos dice: “¡Lejos de nosotros decir ahora que es pecado la Ley! Pero no conocería el pecado si no fuera por la Ley. Nada sabría yo de la concupiscencia si la ley no hubiera dicho no seas concupiscente. Entonces el pecado manda en mí como causa y excita en mí toda clase de apetitos, pues sin la ley el pecado estaba muerto”. Eva cree a la serpiente que le promete “seréis como dioses”.
¿Y el pecado es la soberbia, el orgullo, la vanidad que ha causado las más terribles tragedias colectivas e individuales de los humanos, tal vez el más destructivo de sus defectos? ¿O si simboliza que, a diferencia del resto de la naturaleza, los seres humanos pueden decidir su destino y equivocarse? A partir de ese momento nace la libertad y el hombre se convierte, a diferencia de la tesis de Hegel, en el dueño del mundo que somete a su designio a los demás animales.