Por: Jean Maninat
Del inmenso sarcófago de hierro denominado “Nuevo Sarcófago Seguro” que desde 2016 cubre los restos letales del reactor 4 de lo que fue la central nuclear Vladimir Ilich Lenin -en la Ucrania todavía soviética- que en abril de 1986 causó uno de los mayores desastres nucleares de la historia y cuyas consecuencias todavía sufren miles de seres humanos, se cuelan de nuevo noticias sobre la terrible trama burocrática y comunista que causó el “accidente”.
El canal de televisión por subscripción HBO, emitió recientemente los cinco capítulos de la miniserie Chernobyl, centrados más en los comportamientos y dramas humanos, que en los aspectos técnicos del desastre. No hay épica soviética, banderas e himnos, tan solo gente normal, que va de su casa a sus asuntos y cumple lo que cree es su deber. Bomberos, mineros, soldados, científicos de rango medio, todos aplastados por el sistema, pero deseosos de vivir, al menos, las pocas alegrías que les da su precaria cotidianidad.
Villanos sí que los hay, pero no son caricaturescos, ni banales en su maldad, saben bien lo que están haciendo y se esmeran por lograrlo. Son los apparatchik, los centinelas del partido, brutales en sus maneras con los subordinados, abyectamente serviles frente a la jerarquía, cínicos y presuntuosos una vez que pisan los peldaños superiores de la escalera. Siempre temerosos de que el más próximo de sus pares en la mesa les birle su puesto en la nomenclatura.
Es esa cadena de sumisión y arrogancia la que causa la tragedia. El impulso estajanovista por siempre producir más, exceder las metas, lucirse frente a los de arriba, lleva a los tres máximos encargados de la central nuclear a forzar una tercera prueba de seguridad en el reactor nuclear que desemboca en la explosión del núcleo y la voladura de la tapa del reactor, despachando al mundo una letal variedad de materiales tóxicos y radiactivos.
Lo que vino después es una contumaz operación de encubrimiento para tapar la debacle del sistema soviético, ya no solo nuclear, y que tardaría un par de años más en desmoronarse progresivamente.
La ganadora del Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, en su libro Voces de Chernóbil, les da voz -a partir de entrevistas- a muchas víctimas sobrevivientes de lo que quizás sea el último asesinato en masa de ciudadanos soviéticos perpetrado por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) . (Como se ha señalado, insistentemente, es una pena que HBO no haya reconocido en los créditos a la escritora que inspiró a los guionistas de la miniserie.)
En Rusia, la miniserie ha sido maltratada, la prensa oficial ha denunciado propósitos antirusos y la televisión estatal anuncia una serie donde mostrará que la CIA estuvo involucrada en el desastre.
Al hombre fuerte del Kremlin le irrita que le recuerden el humo de Chernóbil.
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