Por: Asdrúbal Aguiar
Algunos observadores extranjeros se muestran confundidos con la dinámica de los acontecimientos políticos de Venezuela, en lo particular con la reciente decisión de la candidata presidencial opositora María Corina Machado, quien, al impedírsele su registro electoral y volvérsele fatal el plazo fijado para ello por la dictadura, ha designado para que la represente y sustituya a otra Corina, a la académica y catedrática universitaria Corina Yoris Villasana. Admirada por sus generaciones de discípulos y colegas historiadores y filósofos, es desconocida por el despotismo iletrado imperante y sus cortesanos. Junto a su tocaya Machado ha descolocado a la élite política funcional y dejado sin sillas a los «segundos» aspirantes, promovidos por las franquicias partidarias sobrevivientes y malas causahabientes de la república civil puntofijista (1958-1998), que la cercaron aviesamente hasta el día anterior.
Lo importante es el jaque que le ha dado esta doble Reina de las Corinas al déspota de Miraflores y a los mal llamados garantes de los acuerdos de Barbados: Joe Biden, Emmanuel Macron, y Gustavo Petro; que no han sido tales aquéllos, sino un fogonazo predispuesto para encandilar y encubrir los espurios negociados Rodríguez-González realizados en Qatar previamente.
Una de las contraprestaciones es pública y notoria: La Casa Blanca indultó al gran testaferro del régimen de Nicolás Maduro, Alex Saab. Y la renuncia posterior del consejero de Seguridad Nacional mencionado, Juan González, pudo tratarse, como lo creemos, de otra movida de peón sobre el tablero de ajedrez para disimular un intencionado acto de colusión diplomática y apaciguar el enojo del país que lidera Machado. Hacer creer que ella, Usa, sigue comprometida con el propósito de que Venezuela logre tener elecciones libres y democráticas.
Lo único veraz es que la inconstitucional inhabilitación de María Corina – sin expediente ni juicio penal, ni condena que acaso se le hubiese impuesto para impedirle el ejercicio de sus derechos políticos – prueba que la dictadura no está dispuesta a abandonar su poder. Y el desconocimiento por esta de las primarias que la escogieron como candidata de la oposición democrática, confirma que tampoco respetará la voluntad popular. Ambas premisas configuran, por ende, una conclusión que es absoluta si nos guiamos por la lógica aristotélica: “Sin la participación de María Corina Machado no serán democráticas las elecciones presidenciales venezolanas”. “De premisas absolutas no se puede deducir más que una conclusión absoluta”, precisa el estagirita.
La pregunta que sobreviene y es obligante, que ha de hacerse todo analista político serio si parte de otro dato objetivo adicional, así se lo matice por la academia como “autoritarismo electivo” o lo escamoteen algunos gobiernos extranjeros predicando que sólo es reconocible quien ejerce el poder efectivo tras el fracaso de la legitimidad democrática de Juan Guaidó: ¿Cómo se desaloja a un grupo de facinerosos que ha secuestrado a Venezuela y transformado al Estado en empresa del crimen transnacional organizado?
De modo que, es otro engaño contumaz el trazar paralelos como aún lo hacen los partidos franquicia venezolanos con las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano o la última dictadura venezolana y sus respectivos modelos de transición hacia la democracia, que mal calzan con la experiencia inédita de las narco-dictaduras del siglo XXI.
En un contexto de desmaterialización constitucional y pulverización de la república como de la misma nación que le ha servido de soporte – han migrado casi 8 millones de venezolanos – y ante la ausencia de una comunidad internacional negada a ejercer su responsabilidad de proteger: no lo hizo en Ruanda y ocurrió un genocidio; siendo otra vez “un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar un terreno común, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad” como lo previene Papa Ratzinger, cabe entender que la vía electoral es un instrumento para resistir y superar obstáculos ante quien la desprecia, y nada más. Se trata de derrotarle ante cada movimiento conducente a hacer imperar el régimen de la mentira, que legaliza la ilegalidad para lavarse el rostro ante terceros y ocultarlo tras unas votaciones falsificadas y de utilería.
En ese orden, tras el primer movimiento que enfrentara Machado sobre el tablero, participando en unas elecciones primarias que la misma oposición partidaria aceptaba que las controlase la dictadura, logra frenarles en seco la mala jugada. Sucesivamente, al inhabilitársele para desestimular el creciente apoyo popular en su favor, les tumba ambos alfiles y se hace con el 90% de los votos. Del mismo modo, al cerrársele el camino para que se inscribiese, hace su jugada histórica e inteligente inscribiendo a Corina, su tocaya, otra mujer y madre como ella y por lo demás abuela. Le tuerce la mano a la misma dictadura y al paso le muestra el símbolo de excelencia y ponderación en el que se miran hoy los venezolanos.
Con generosidad inesperada por sus adversarios de ambos bandos, los pone en jaque ante un país ávido de cuidados, de rescate y de encontrar la protección afectuosa de una Venezuela que sea madre y que sea maestra. Enterrar al cesarismo trasformado en despotismo pretoriano e iletrado. que ha violentado y acosado a todos es el desiderátum. Pero faltan otras jugadas hasta que haya el jaque mate, como el rechazo de la otra Corina por los cagatintas del dictador dentro del Poder Electoral o la eventual y milagrosa habilitación de Machado, que podría inscribirse hasta 10 días antes de la elección presidencial planteada.
Sea lo que fuese vayamos al fondo. Todo pueblo cuando se disuelve tras un severo daño antropológico imaginariamente regresa al seno materno – al de las Corinas – para que le acune y, si posible, vuelva a parirlo. El régimen comunista polaco, en igual orden, sólo pudo enfrentarlo y doblegarlo un movimiento social – Solidarnosc – sin propósitos clientelares inmediatos y bajo el espíritu de la No violencia. Sufrieron la ley marcial y la represión, y al final se impuso la negociación de unas elecciones libres. Contaban, casualmente, con una pareja de leales protectores, Lech Walesa y Karoll Wojtyla, San Juan Pablo II.