Decían Joe Napolitan y David Garth al respectivo candidato que asesoraban que «usted puede escuchar muchos consejos, pero siempre la decisión es suya y debe tomarla a solas, sopesando todo, poniendo en la balanza las ideas, sin olvidar jamás que la última palabra siempre la debe tener usted porque, a la hora de contar, usted será el que pague los costos».
Con gran preocupación veo que los liderazgos políticos, quizás muy presionados por las circunstancias, caen en el error de dejarse llevar por asesores que, por muy preparados y estudiados que sean, por muchas buenas intenciones que los inspiren, no son los que ocupan las posiciones de liderazgo. Si esos asesores tuviesen liderazgo propio pues serían ellos los directores de orquesta y los ciudadanos los verían como esa gente por la que desearían votar para cargos de elección. No lo son y por tanto no deben llevar la batuta, porque eso es una terrible distorsión del proceso político.
La pregunta hoy, en medio de este estado de caminar por el precipicio en el que se encuentra Venezuela, es si alguien en las verdaderas fuerzas de oposición (los picados de alacranes no lo son) cree que es posible prosperar en una estrategia que nos lleve a la salvación nacional si cada grupo y cada liderazgo anda por su lado, improvisando cada día en la narrativa, suponiéndose el centro del universo con imán y pisándose los callos. Si estas alturas algún liderazgo de oposición cree que puede solo, pues la pelea está perdida.
No recuerdo en cuál universidad hicieron alguna vez un ejercicio para un estudio que consistía en encerrar en un recinto por varios días a cuatro personas con ambiciones de mando pero que se odiaban. El ejercicio consistía en retarlos a hallar la forma de escapar de ese recinto. Haciendo el cuento corto, los participantes desperdiciaron varios días porque se negaron a trabajar en sinergia. Cuando cada uno fue fallando en su esfuerzo solitario, entendieron que de allí solo lograrían salir si trabajaban juntos. Entendieron que se trataba de construcción de soluciones con liderazgo compartido. Y entonces triunfaron. Juntos. Unidos.
Digámoslo de modo claro. Este no es el momento de pensar en quién quiere, quién podría o quién sería presidente. Eso hoy es absolutamente irrelevante. Porque para llegar a eso hay mucho por arreglar y mucho por construir. Este es el momento de tomar esas (legítimas) aspiraciones individuales, meterlas en un cajón, ponerles candado anti cizalla y mandarlas a un depósito. No es momento ni hay espacio para competencias. Es tiempo de buscar toneladas de pega loca. No es tiempo de grupos, es tiempo de equipos. Para ello no se requiere desprendimiento o humildad (palabras que suenan muy bonitas); se requiere mucha inteligencia, mucha sensatez y muchísima madurez.
Descarten los chismes, las inquinas, la catarata de infundios. No escuchen a quienes no sean factor de unidad. Es cierto, categóricamente, que la unidad es un medio, no un fin. Y precisamente por eso, porque es un medio, todo pasa por entender que ninguno de los liderazgos puede ganar si cree que puede jugar solo o si pretende que los otros se plieguen como subalternos a su juego. Eso es sufrir de miopía, hipermetropía, astigmatismo, presbicia y desprendimiento de retina políticas.
El rompecabezas tiene muchas piezas. Solo se arma uniéndolas. Y el juego no lo ganan los dt o los coaches. El juego lo ganan los jugadores. Es a los jugadores a quienes el país está observando.