Publicado en: El Universal
En la gran crisis global de los 80, las reformas económicas de mercado trajeron un cambió de época en la humanidad y llevaron considerable número de países atrasados a ser hoy vanguardia del crecimiento mundial. En Venezuela se abortaron porque las élites políticas económicas, culturales, intelectuales, comunicacionales ni siquiera sabían lo que pasaba en el país, menos en el planeta. Dejé constancia de lo que podía pasar en varios de mis libros de esos días, El Motín de los dinosaurios, que leo hoy sin sonrojarme. La globalización comenzó cuando el homo erectus emigró de África. Dos millones de años después la continuaron los fenicios y los imperios egipcio, persa y romano.
Se ajusta más a la categoría moderna de globalización la aventura iniciada por Colón, seguida por Magallanes y concluida por Sebastián el Cano, al dar la vuelta al planeta. A partir de los 80, gracias a ella China y Rusia retornan el camino de grandes potencias, EE. UU sale del estancamiento y la crisis, otra vez al puesto hegemónico. Por dramático contraste, EE. UU lleva tres períodos presidenciales con la peor conducción concebible, hoy en las perturbadas manos de un aprendiz de brujo, populista de derecha. Una especie de Perón, cuya intolerancia a cualquier actividad lícita o constructiva trae ínsita la decadencia de occidente y el surgimiento del Nuevo Orden Mundial regido por China y Rusia. Pero ahora el liderazgo alternativo no lo encarnan Reagan o Clinton.
“Emergen” Gavin Newson y Zhoran Mamdani, dos Trump con piquete al revés, “de izquierda”. El primero destruye California y el otro se dispone a hacerlo con la ciudad que nunca duerme de Sinatra, su sistema educativo, el transporte y ya ofrece “cursos” para usar el velo islámico en la urbe. La oleada de imbecilidad política que atraviesa “Occidente” nos polariza entre extremismos de izquierda y derecha, el trumpismo y la Agenda 2030. En Iberoamérica improvisan “un movimiento” para acusar a Sheinbaum de dirigir un narcorégimen, lo que resulta en un acto autosodómico para los detractores, por su obvia orquestación extranjera. Declaraciones xenófobas de José Antonio Katz, imitador de Trump y Bolsonaro, hacen lucir a Jeannette Jara como una moderada y ojalá lo sea.
La Alt-right puso de moda limpieza étnica, racismo blanco y la izquierda woke abiertamente antisemita. Desaparece el centro democrático, los reformistas moderados por la socialdemocracia, ante patanes atrabiliarios, antipolíticos, o prepolíticos, con éxito o sin él, de izquierda o derecha, que degradan la cultura democrática. Las reformas de los 80 cambiaron a Europa, fortalecieron relativamente a las clases medias, pero sin continuidad quedaron inconclusas. Por eso se asocian a nombres propios: Reagan-Clinton, Thatcher-Blair, González- Aznar, Kohl-Schroeder-Merkel, Mitterrand-Pompidou. Crear la Unión Europea tuvo entre bondades, el defecto de vivir de Alemania – la hoy suicida- y no proseguir las “reformas neoliberales” para revolucionar la productividad-competitividad, como Asia.
Años atrás inventábamos chistes sobre que los italianos rematarían el Coliseo y los chinos comprarían para hacer un estacionamiento, pero en eso llegó Meloni y mandó a parar. En Roma conocí a una doctora en traumatología con cinco empleos a la que no le alcanzaba para tener un Fiat pequeño, porque la mitad de los ingresos se los quitaba el gobierno en impuestos. Francia se precipita porque 60% del gasto público, proporción más alta del mundo, va a erogaciones no reproductivas, burocracia, pensiones y demás. Su deuda pública con respecto al PIB es la tercera mayor de los desarrollados, después de Italia y EE. UU (¿Grecia es desarrollado?).
Tiene la mayor presión fiscal contra la ciudadanía en el mundo y su futuro está, al parecer, entre Caribdis y Escila, dos dinosaurios populistas: la derecha de Le Pen o la izquierda de Melanchton. Para las grandes lagunas intelectuales de socialistas, populistas y demás especies, la alta tributación es “progre” pese a que en China es bajísima y las naciones ex izquierdistas de Asia y África, en crecimiento acelerado, tienden a disminuirlos. Los partidos de centro desaparecieron -el PSOE, que sobrevive, es hoy woke– porque atendieron a ridículas, estrafalarias prédicas foucaultianas o beauvoirianas que hasta hace poco daban risa, basadas en el marxismo cultural: feminazismo, pederastia, sexualización universal, fundamentalismo ambiental, ideología queer, veganismo, neolengua o lenguaje inclusivo, migración indiscriminada, que se recogen en la Agenda 2030.
Los principios constitucionales basados en la Declaración de los Derechos del Hombre, se sustituyen por la “transvaloración de los valores” de Nietzsche. La actitud frente a la democracia no es de gradualidad dinámica, sino de jurásica crispación revolucionaria. Desde el wokismo de Foucault y Soros hasta la alt-right de Peter Thiel, no se trata de mejorar la realidad sino de destruirla, subvertirla, para crear una nueva, sin la rémora de la democracia. Izquierda y derecha rompen con la política tradicional, pero se identifican por buscar los mismos tontos fines con iguales tontos medios. El liderazgo predominante lo forman energúmenos o semi energúmenos políticamente dispuestos a encabezar atropellos constitucionales e imbecilidades económicas, como resalta en EE. UU, Europa e Iberoamérica.
Todos acuden a la fuerza en defensa de su seguridad, pero irónicamente quienes respetan el estilo civilizado, el cuidado con la diplomacia, las leyes, las palabras y consideran al interlocutor, aunque sea enemigo, son dirigentes iliberales (i-liberales), Xi Jinping, Putin, Orban. Nadie pensará que no están metidos en el tremebundo problema de dirigir el planeta y sin embargo mantienen las formas políticas, mientras la Alt-right y la Agenda 2030 actúan abiertamente contra ellas. En Venezuela el quintacolumnismo radical convenció al gobierno norteamericano de extravagancias, – “narcodictadura”, “cartel de los soles”- para impulsar el “cambio de régimen”, hasta la fecha sin resultados, vista la estremecedora incompetencia de los cabecillas locales. Trump quiere derrocar al dictador Maduro, pero mesa las barbas a demócratas, como el ex-Isis Al-Jolani y el príncipe Bin Salman, de humanitarismos reconocidos.
Nadie dice “no hablo con tiranos”, como los anagnostes magazolanos. Al tiempo se produce un hito: la entrada de Rusia y China en la controversia, hasta ahora con -y de- cuidado, lo que hace temer eventuales desenlaces peligrosos para el mundo. Los norteamericanos necesitan de la Faja del Orinoco como salvavidas de Europa, ahogada por la privación rusa, pero Catar ha amenazado con suspender el suministro. Espero ver pronto en Venezuela a Exxon, Shell, Total, PetroChina, Marathon, porque hay reservas petroleras para suplir un mercado que se burla del funda-ambientalismo. Y que los criterios de Juan González y Grenell, acusados de “colaboracionistas” impongan sensatez por encima de la locura y la guerra.





