El mundo, las novedades y un poco de circo – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

En general el planeta Tierra se ha regido por leyes y normas, escritas o tácitas, buenas o perversas, homogéneas o heteróclitas, naturales o inventadas… y se puede seguir adjetivando un buen rato. Pero es de capital importancia hacerse un mapa gnoseológico de su geografía. Es lo que tratan de hacer los politólogos y afines y los políticos en la  práctica. Por supuesto que es un trabajo de nunca acabar porque, además de múltiples, esas reglas se enrollan, se ocultan, juegan al ajedrez. Y muchas veces son gratuitas, rufianas, jodedoras.

Pero bueno, hay que tratar de al menos dar con aquellas mayores y dominantes para hacerse una visión del mundo, al menos aproximada, que permita tratar de respirar, vivir digamos, caminar sin caerse y romperse el seso. Aunque es posible que pocas veces logremos tan ambiciosa meta y podamos vivir  tranquilos, bien comidos y bebidos y con posibilidad de pasear los domingos por parques o galerías de arte, a discreción. Con eso que llaman libertad. La suma de esas libertades es lo que suele llamarse civilización.

Ahora bien, yo, y alguien más que yo, muchos más que yo, al parecer estamos viendo hoy un mundo raro (se puede usar música en este punto). Y la mayoría de los analistas políticos andan rompiéndose el  seso por ponerle concepto y nombre a tanta novedad y rareza. Hay tiempos tan desordenados que han de perder el equilibrio.

Y no hablamos de las diferencias culturales tradicionales, a ratos centenarias incluso, como el rechazo de nuestras féminas por los horrores de las afganas sometidas al infierno por los talibanes en nombre de Alá, verbigracia.

Se trata, por el contrario, de advenimientos novedosos y que parecen nacidos de la nada o la voluntad de pocos, inculcadas a muchos. Seguro que tienen raíces y hay que buscarlas.

Yo me atrevería a decir que a cada rato me topo con vainas muy raras que me desconciertan. Por ejemplo, un señor o señorito a veces circense y casi siempre monstruoso llamado Bukele, de uno de esos países nuestros más bien grises, que se le  ocurrió hacer la cárcel más grande del mundo y meter allí a decenas de miles de jóvenes, tratados como animales; o instalar la obligación de que los muchachos deben peinarse obligatoriamente de tal modo y no de otro y saludar a los mayores con un ritual preciso y no otro. Esta empresa bastante diabólica, no lo fuese tanto si no hubiera recibido el apoyo inmensamente mayoritario de sus conciudadanos y, por si fuese poco, la imitación de otros países de esa fórmula maravillosa de frenar el delito, que no es combatir la desigualdad y la miseria. Es un fenómeno muy  peculiar y que ciertamente desconcierta al sociólogo que cree que Levy-Strauss o Althusser lo dijeron casi todo.

Así podríamos formular sucesos de la más diversa índole, que en el futuro quisiéramos abordar. Pero, sobre todo, por su inmensa importancia, las locuras a veces letales del emperador omnipotente (sin leyes) que está rehaciendo el planeta a su capricho, negando toda racionalidad que no sea la más burda e inmoral mercantilización a su provecho –desde las vacunas y la ciencia misma a la Universidad de Harvard o el cambio climático– e imponiendo la paz a base de guerras o amenazas de lanzar algún país al propio infierno. No hay que decirlo, el delirante ególatra, de destructivos impulsos, el practicante sancionado de  la prostitución, de delitos financieros y atropellos violentos contra las más altas instituciones del Estado y mecanismos nacionales electorales. Yo, Donald. Trump.

 

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