Publicado en: El Universal
Cae el Muro de Berlín y la amenaza totalitaria ya no es político-militar. Cae el socialismo XXI y ya no es electoral. Pero el peor peligro para la democracia en la actualidad es el diferencialismo o multiculturalismo en sus diversas versiones, un virus seudofilosófico cuyo contagio destruye silenciosamente los valores esenciales del Estado de Derecho en gente no alerta. Se propone dividir a los seres en razón de su religión, color de piel, nacionalidad, patria e incluso sexo.
Sirve cualquier otro factor útil para exacerbar sentimientos demasiado humanos. Un trágico precedente fue España en 1492 cuando los reyes católicos emprendieron la persecución de árabes y judíos y destruyeron una sociedad avanzada y exitosa. El contagio diferencialista ensancha rencores entre grupos hasta hacerlos irreconciliables, incluso hombres y mujeres.
La sociedad actual surge, según Marx, cuando durante la Revolución Francesa impone su valor esencial: “todos son iguales ante la ley”. A partir de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 y de la Constitución de 1991 ese principio nos equipara y termina con las castas feudales: somos ciudadanos, personas con derechos inalienables, decían Voltaire y Rousseau. La fuerza arrolladora de la modernidad destruye los diques entre castas de las que nadie podía salirse.
Si nacías noble, herrero o zapatero, lo seguirías siendo de por vida e igual tus hijos. En cambio las clases modernas son “cercos móviles” y los sujetos pasan de una a otra. Surge “el trabajador libre… desnudo” el obrero que vende su trabajo y no está amarrado a la tierra. Un indígena termina siendo gran empresario o Presidente. La perversidad diferencialista plantea remedievalizar la sociedad, dividirla de nuevo en estamentos, pero esta vez basados en una ideología de rencor.
La humanidad es mestiza
Para ellos pluralismo, coexistencia y mestizaje cultural, la dinámica humana real, es una trampa que encubre la verdad de una feroz lucha de clases en el plano simbólico, entre culturas dominantes y dominadas. Por eso el afán de resaltar lo originario, sin contaminación de modernidad. La cultura es la manera de hacer las cosas y toda sociedad hace cosas mejor que los vecinos y esas informaciones se entrecruzan e hibridan. Si una comunidad descubre modos más eficientes de cosechar arroz, se lo copian otras.
La papa es originaria de América y hoy se come en el mundo entero. Los negros norteamericanos llegaron de África, el piano de Italia, la música country de los colonos americanos, la trompeta del antiguo Egipto y entre todos producen el jazz melodía de negros esclavos que dominó en EEUU, evoluciona al rock and roll, y se extiende con Elvis por el mundo. El castellano procedió de España, y América Latina se lo devuelve.
Neruda, Vallejo, Borges, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Octavio Paz, Gabriela Mistral escribieron de las páginas más extraordinarias del idioma. Desde que el homo sapiens abandonó África para posesionarse del mundo, la cultura no es conflicto sino integración, síntesis, transculturación. Mary Woollstonecraft publicó en 1782 Vindicación de los derechos de la mujer y desde allí la civilización inició una larga lucha para igualarlas exitosamente hasta nuestros días.
En aquella época las mujeres no tomaban decisiones sin sus padres, maridos o hermanos, no participaban en política, no estudiaban, trabajaban solo en el hogar, no podían tener propiedades ni heredar. En nuestros días el cambio ha sido extraordinario dentro de la democracia, no así en el mundo musulmán y otros no occidentales.
Desgraciadamente surgió la grotesca mitología de género que vulnera principios fundamentales de la civilización, como la presunción de inocencia y la carga de la prueba, a nombre de supercherías como el desaparecido patriarcalismo y una distorsión de datos estadísticos sobre la violencia.
Como ocurre en muchas partes del mundo, y lo hemos visto con Plácido Domingo, se regresa al principio jurídico de la Inquisición. Un acusado hasta por medios anónimos es culpable y va a la cárcel sin que se le demuestre, y es él quien tiene que probar inocencia, exactamente el método que servía para quemar brujas en Europa. En los aquelarres del totalitarismo feminazi se oyen argumentos demenciales: “toda penetración es una violación”.
“La penetración es capitalista, neoliberal, patriarcal” y “los sexos son inventos sociales”. Otro terrible instrumento de disolución es el nacionalismo, el parroquialismo heredado de los grandes poetas románticos alemanes que odiaban la Francia de la Ilustración, la ciencia, querían mantener Alemania preindustrial. (“Dios es un poeta, no un matemático”) y cuyo mejor representante es Johann Hamann.
Solo valía para él, “la tierra en la que tengo niños en las escuelas, amores en las calles y huesos en los cementerios”. Había que defenderla del cosmopolitismo y la modernidad. El mal comienza cuando la poesía se hace terrorismo como en Alemania nazi, los Balcanes, el terror islámico, Vasconia y cuidado si Cataluña… Preservar las tradiciones del influjo global, extranjero e impuro. Los saqueadores de Barcelona estaban cansados de los turistas en el Paseo de Gracia, que usurpaban la ciudad.
Lea también: «El inventor de la confusión«, de Carlos Raúl Hernández