Por: Jean Maninat
A tan menesteroso vestigio del cercenamiento del conducto que nos nutrió la vida –pero que también podía constituir la amenaza de un estrangulamiento- le seguimos adorando. Ese orificio rugoso, cuya única función anatómica es recordarnos los terribles -e inconmensurables- trabajos de parto de nuestras progenitoras, es un prodigio de la naturaleza.
(Los humanos aprendimos a separar el cordón umbilical conductor de nutrientes básicos para permitir que una nueva vida respirara a sus anchas sin ataduras. ¿Habrá sido el primer acto de liberación filial seguido de un llanto de libertad?)
Lo cierto es que seguimos aferrados a ese ojo ciego –en sus variadas y poco agraciadas presentaciones- para reclamar nuestra pertenencia en la tierra: “Yo dejé el ombligo enterrado en…”. Y poco importa el lugar del sepelio, pues renacerá con poderes adivinatorios para ayudarnos a discernir las circunstancias que nos rodean. Por eso, nos regodeamos tanto en él.
Nos entregamos, en estas sufridas tierras del Señor, a leer el mundo viéndonos el ombligo como si fuera el Aleph de Jorge Luis Borges y todo lo contuviera. Pero a pesar de la notoriedad adquirida, el mundo yira, yira, como en el tango, y Venezuela es una preocupación que va perdiendo relevancia a medida que sus actores políticos -de lado y lado- demuestran su poco fiabilidad para propiciar un cambio que supere la terrible situación que vive el país.
Su cada vez más titilante estrella compite con Trump, Irán, Irak, Sánchez/Iglesias, el Brexit, y –by God almighty– el Megxit. Las cumbres borrascosas de la Asamblea Nacional (AN) dejaron un boquete difícil de reparar y ya se anuncian nuevos bochornos por la ausencia de un control de daños eficaz. Mientras tanto, la gente de a pie y metro sigue en la suyo… la sobrevivencia. Y esa es la triste noticia.
Arrimemos una consulta a los medios de comunicación internacionales y empecemos a preocuparnos por la perdida de relevancia. Cuando regresamos a ser noticia el tono es crítico, en algunos casos severo, hacia la falta de responsabilidad de quienes tendrían en sus manos avanzar en la solución de al menos algunos problemas básicos para la población. El fallo está en las dos aceras. Que nadie se sienta exento de culpa.
Saquemos la nariz del ombligo y veamos lo que se viene encima. Las elecciones parlamentarias están en puertas, ya anunciadas por el número uno de la nomenclatura gobernante. ¿Qué se hace? ¿A dónde vamos? ¿A la abstención? ¿O a la organización democrática y electoral de la gran mayoría insatisfecha que anuncian las encuestas?
Le toca de nuevo a la oposición democrática venezolana dar una vuelta de tuerca, salir del espasmo que la consume y la tiene exhausta e inútilmente agitada, para acorralar una posición que le regrese la pertinencia efectiva que alguna vez tuvo. (¿Recuerdan diciembre 2015?)
El ombligo sólo salva al ombligo.
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