Por: Soledad Morillo Belloso
Puede no gustarme el estilo de Milei. A ratos tiene olor y sabor a soberbia. Por cierto, no todo el tiempo. En muchas entrevistas hasta luce encantador. Pero a mí jamás me ha parecido importante en un político que “me caiga bien”. Eso es irrelevante. De hecho, desconfío por diseño de los políticos encantadores. Pero Milei en sus planteamientos de gestión está en la línea correcta. Creo que hasta, para como están las cosas en Argentina, lo que propone es el único camino. Y, claro está, la oposición hace lo indecible para ponerle palos a la rueda. Y allá la oposición no es sólo Cristina y sus fuerzas. También hay oposición “light” que joroba tanto como Cristina. Por el momento, la gente no le ha quitado el respaldo que le dio en las urnas. Y no hay manera de anticipar cómo será el humor social en los meses por venir.
Una cosa es hacer campaña electoral y otra muy distinta es que los votos existan más allá del deseo y que ocurran. Maduro tiene todas las de perder, pero puede ganar. La oposición tiene todas las de ganar, pero puede perder. Maduro no sólo no es popular, aburre. Eso sería poco importante si el país estuviera bien y la sociedad no estuviera pasando más trabajo que el penado 14. Un presidente que desate pasiones y amores puede superar una crisis económica. Un presidente que aburra puede navegar el tedio que produce si la situación económica es buena. Pero cuando el escenario tiene ambos dramas, el asunto se convierte en un pantano.
Si los electores votan por la oposición (del dicho al hecho hay largo trecho), el siguiente escollo es cuidar esos votos y contarlos bien, con papelitos de prueba en la mano. Y, por supuesto, defenderlos. En Argentina, el oficialismo perdió sin espacio a dudas. En escenario como el de Argentina y el de Venezuela, eso de ganar así sea por un voto no sirve. O se gana completo, o no se llega.
Pero imaginemos que sí ganamos y que la noche del 28J el CNE anuncia que Edmundo ganó. Está bien. Fuegos artificiales. Al día siguiente, empieza la travesía por un desierto sin oasis. Seis meses. Y luego de tomar posesión, empieza el gobierno. El país es un paciente en terapia intensiva.
Gobernar es muy difícil. Gobernar un país en severos problemas económicos es aún más difícil. Gobernar un país con una situación socio económica grave y con los otros cuatro poderes públicos en contra y sin el apoyo de la mayoría de los poderes regionales y municipales es, que se entienda, nadar el Orinoco contra la corriente. Eso que Juan Luis Guerra graficó musicalmente con su “El Niágara en bicicleta”. Ah, y con un importante porcentaje de la población que por haber perdido la elección no significa que desaparecerá o quedará boqueando.
Edmundo (lo tuteo porque lo conozco, pero pasaré a tratarlo de “usted” cuando pueda llamarlo “señor Presidente”) ha hecho algunas promesas. Pocas. Y eso está bien. Que no es cuestión de espejitos y peces de colores. No se va a privatizar PDVSA (al menos no de inmediato) y va a liberar a todos los presos políticos. Son lo que llamo “compromisos para la serenidad”. El país no puede enfrentar y superar la realidad de una crisis de magnas proporciones con emociones y pasiones desbordadas. “Calma y cordura” dijo aquel señor de tan grata recordación.
El país necesita respirar.