Publicado en: El Universal
Después de la Segunda Guerra Mundial, Latinoamérica vivió un auge gracias a sus exportaciones de productos primarios, pero en los 60 la Cepal estableció un modelo económico centralizador, «desarrollista» y estatocéntrico, cuyo holocausto fue la crisis de la deuda de los 80. Según la teoría, el subdesarrollo era consecuencia de exportar, cambures, café o petróleo, y de la mandrágora perversa de los capitales nacionales e internacionales. Adquirió academia el chauvinismo económico peronista y fidelista. Se necesitaba que el gobierno controlara la economía, la «ciudad al campo», según la ideología de Prebisch, Jaguaribe, Furtado, De Castro, Sunkel, Aguilar y la intelligentzia. «Los capitales privados son antidesarrollo y el Estado debe asumir sus funciones» decía el tercermundismo académico que promovió la aberración de sustituirlos y hostilizarlos.
La crisis era en todo el mundo, afectado por el estatismo, Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía. Durante los veinte años de la ilusión seudopatriótica, y como el gobierno es mal inversionista y peor administrador, nuestros países se pudrieron de «villas miseria», «favelas», barrios, hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, desempleo, pobreza, crisis económicas y políticas. El tercermundismo cepalista hizo que países petroleros odiaran las empresas petroleras y los bananeros, las frutícolas. Cincuenta años después se retorna a la exportación primaria, pero con la elegante expresión commodities. En el infierno de los 80 hubo profundos debates y rectificaciones para el gran cambio, pero hábilmente la izquierda, sin reconocer su fracaso universal, inventó el “neoliberalismo”.
Los destrozos eran culpa, no del incendio populista, sino de los bomberos del Fondo Monetario Internacional (FMI) que lo apagaron. Pero 1989 ocurre en Venezuela el viraje. Por primera vez se emprende la descentralización, transferir la toma de decisiones políticas y administrativas desde el gobierno central hacia las gobernaciones, de éstas a los municipios y del aparato de Estado hacia la sociedad civil. Surgieron la elección directa de gobernadores y alcaldes, la reforma del Estado, del régimen municipal, y estímulo a las juntas parroquiales. La descentralización mejora la calidad de los funcionarios, porque gobernadores y alcaldes están obligados a administrar en beneficio de la comunidad si quieren ser reelectos. Los puertos y aeropuertos mejoraron espectacularmente su desempeño en manos de los gobernadores electos, y Cantv, lejos del gobierno, fue un milagro.
Para corregir los errores, en vez de populismo y corrupción, se requiere coordinar con gobernadores y alcaldes planes de inversión en infraestructura y educación. Después de 2000, vino la “contra” y el gobierno arrebató facultades a las comunidades para concentrarlas en las cúpulas. Hoy los puentes se caen porque mantenimiento y supervisión dependen de un funcionario en Caracas para quien Cúpira y Urica no son más que pequeños nombres en un mapa olvidado y bajo una ruma de papeles amarillentos. Igual las carreteras y las escuelas Descentralización territorial, modernización del Estado y apertura a las inversiones nacionales e internacionales, produjeron el «milagro» latinoamericano, devolver la economía al sentido común. El mundo comunista se hundió y renació China. Reagan emprende la reforma en EEUU seguido por Bill Clinton. Felipe González, Margaret Thatcher y François Mitterrand liderizan un proceso que quedó inconcluso con problemas para Europa.
Pero el pensamiento anacrónico reverdeció en 1998, volvió el pasado, la lucha de clases, se opuso al cambio, desató la “lucha contra el neoliberalismo”, y se pagó caro. Se entronizó “la constituyente” para centralizar y concentrar el poder, y retumbaba la desdichada frase, digna de la reina de Alicia en el país de las maravillas: “¡exprópiese!”. Venezuela, una sociedad que había saltado del atraso en 1958 a ser la más dinámica del continente, con las mayores reservas petroleras del planeta, se hunde en el cuarto mundo por obra del centralismo y el estatismo, fuentes fundamentales de la pobreza, corrupción, y desgracia de los grupos más débiles que dependen de los servicios que presta el Estado. Pero su ola ideológica universal colapsó en todas partes.
Hoy se habla de una ley de comunas que tienden a ser una hemorragia de recursos para seguirnos empobreciendo, o un punto de partida del verdadero poder del pueblo. El problema no es el nombre, pues comunas se llaman los municipios en varios países democráticos, sino el contenido. Servicios públicos decentes, requerirá dar poder “al pueblo”, una agresiva política para transferir competencias a las administraciones locales, independientemente del partido político al que pertenezcan los gobernadores y alcaldes, en el contexto de poderosos mecanismos de contraloría sobre los recursos. Los consejos regionales tendrían un papel importante que jugar. Así se creará empleo y mejorará la calidad de vida construir masivamente carreteras, electrificación, acueductos, cloacas, seguridad policial, ornato público, caminos vecinales, puertos, aeropuertos, terminales, trenes, autopistas. Hará más eficiente la economía y pondrá fin a la discrecionalidad para malbaratar.