Lenin Moreno tenía poder. Pero los manifestantes también lo tenían. Convencidos cada cual que podían derrotar al contenedor, se enzarzaron en una pelea que comenzó como un pulso con gruñidos y derivó en un atajaperros callejero con la participación de varios oportunistas. No se podían anular el uno al otro. Ambos estaban sentados con el trasero a medias en los taburetes de ganador y perdedor. Con el pasar de los días, cayeron en cuenta que ninguno podía ganar. Así las cosas, tuvieron que sentarse a hacer lo que han debido hacer desde el principio: negociar. Las voces interesadas de uno y otro bando dirán que lograron vencer. La verdad es otra: ninguno ganó. Ahora, con varios kilos de dolor sobre sus espaldas, habiendo perdido masa muscular política y acaso entendiendo que por ese camino iban directo al «¡que se vayan todos!», ambos bandos habrán de generar un acuerdo político soportable para unos y otros, porque de lo contrario el infierno que vivió Ecuador por unos días será de temperatura antártica comparada con lo que puede ocurrir.
En Venezuela, ni la oposición ni el régimen tienen el poder para anular al otro. Es así. Y la «mesita» esa de oportunistas de oficio, que jugó a la narrativa y no a la política de altura, ha quedado como lo que siempre fue: un ente enclenque, sin poder político y sin peso popular, que sobra porque no aporta.
El mecanismo Oslo (al menos este lunes mientras escribo) no está cancelado; está en animación suspendida. Y a ojos de evaluadores serios a escala planetaria sigue luciendo como el mejor (y quizás único) modo de negociar una tregua lo suficientemente equilibrada como para conseguir armar un proceso civilizado de solución de un conflicto que ha resultado ser en extremo costoso bajo cualquier parámetro. Costoso para el país, costoso para el vecindario, costoso para el hemisferio y, oh sorpresa, costoso para el planeta.
Seguramente pasará algún tiempo (y sufriremos más) antes que los confrontados comprendan que así como estamos el panorama luce muy sombrío, y que no se trata de la búsqueda de un acuerdo mediocre que se haga polvo cósmico cuando aún la tinta de las firmas no se haya secado. Conociendo como muy bien conozco a varios de los emisarios de Guaidó, sé que tienen muy claro que la situación en Venezuela es de tal gravedad que cualquier pensamiento ambicioso personal o grupal no tiene ni asidero ni posibilidades. Por el contrario, los emisarios de Maduro son aprovechados que, por cierto, han terminado haciéndole mucho daño al régimen, a Maduro y al PSUV.
En la nueva etapa del mecanismo Oslo (qué tan pronto comenzará, no lo sé), hará bien Guaidó en sumar algún especialista en Derechos Humanos (asunto de importancia monumental). Y Maduro (consejo de gratis) debe cambiar sus participantes. Los que ha tenido hasta ahora no han entendido el juego y lo persuadieron de una estrategia de ganar tiempo y estirar la arruga que lo metió más profundo en el hueco y se la hizo más complicada para negociar con sus aliados en los cinco continentes.
Aunque la nueva fase del mecanismo Oslo pueda parecer el mismo juego, en realidad será otro. Y no se jugará con las mismas cartas.
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