Jean Maninat

El reino… – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Decía el escritor Álvaro Mutis que el evento político que más le había interesado fue la caída de Constantinopla ocurrida el 29 de mayo de 1453. El creador de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero se declaraba monárquico y su admiración por reyes y emperadores salpicó su obra, para muestra un poema, A UN RETRATO DE SU CATÓLICA MAJESTAD DON FELÍPE II A LOS CUARENTA Y TRES AÑOS DE SU EDAD, PINTADO POR SÁNCHEZ COELLO. “¿Por cuáles caminos ha llegado el tiempo a trabajar en ese rostro tanta lejanía, tanto apartado y cortés desdén…?”,  no compartía Mutis ese regusto por la política y los líderes políticos que tanto entusiasmaba a tantos escritores de su generación, sobre todo aquellos con un noble corazón escoriado un tanto a la izquierda. Eso que llamaban con cierta pompa narcisista, “un escritor comprometido” siempre a la vera de un premio nacional de literatura.

De no ser por nuestro origen plebeyo, y las eventuales y crueles cuchufletas de nuestros conocidos, todos demócratas y republicanos, en esta columna ya nos habríamos declarado monárquicos absolutistas, y leeríamos Hola de cara al sol, y no vergonzosamente en un retrete, apartado de las miradas envidiosas de los demás miembros del hogar: ¿Mamá quién se llevó la Hola? Pero ya no hay manera, el sensacionalismo, el banal gusto por el  espectáculo de los comunes, ha impregnado a las familias reales, expuestas en sus debilidades imperdonables, en la fatuidad de sus quehaceres o en el ánimo de acercarse a la plebe intercalando en la familia a un entrenador personal, un profesor de tenis o en el mejor de los casos una profesora de idiomas. Lo cierto es -¡ah el pobre de Mutis!- que ya ni la aristocracia, ni el mundo, es lo que era.

Sus miembros reales se han dedicado a vivir del cuento -literalmente-  exponiendo las entrañas familiares por unas jugosas regalías, vendiendo lástima, clamando por el cariño público para reponer el que les negaron en palacio. Cómo no asombrarse con la huracanada vida de la people´s princess en su afán de librarse de las cadenas Cartier que le cortaban la circulación o los bolsos Hermès que le luxaban el omoplato. O con la afición del emérito de España por cazar elefantes narcotizados y darle sablazos a las familias reales árabes, y ahora, faltaba más, un escuincle pelirrojo que nunca ha trabajado se ha dedicado a exprimir a su familia real por un puñadote de dólares, mientras se queja gimoteando de que el hermano mayor le clavó un derechazo como le sale hacer a un hermano mayor en cualquier familia que se respete.

Y ni qué decir de la realeza plebeya, los wanna be de toda laya, escaladores con pulmones de ciclistas colombianos, transformados en influyentes de los medios y las redes sociales, exhibiendo las entrañas de sus familias, las aflicciones del corazón, calificando de reloj barato, de carro populachero a la otra,  la que le birló al galán a plena luz del día. O la vendedora de porcelana, coleccionista ecléctica de señores, que dejó a medio mundo preguntándose en qué momento se jodió Varguitas allá en La Catedral. Y qué decir de los miembros de la casa real interina venezolana, que en un golpe de palacio depusieron a la cabeza del conglomerado, y ahora se pelean a dentelladas feroces por las vajillas de oro y las diademas incrustadas de piedras no tan preciosas.

(Ya Netflix anunció para febrero el estreno de El reino interino, con un elenco internacional y la participación del primer actor venezolano…) No se lo pierda, promete.

 

 

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