El sadismo de los ayatolas - Trino Márquez

El sadismo de los ayatolas – Trino Márquez

Publicado en: Polítika UCAB

Por: Trino Márquez

El bárbaro asesinato de la joven Mahsa Amini por la Patrulla de Orientación de la  Policía de la Moral,  muestra los extremos de sadismo alcanzados por el medieval régimen teocrático instalado en Irán, desde hace más de cuatro décadas.

A partir del triunfo de la revolución islámica de 1979, liderada por Ruhollah Khomeiní, a las mujeres les fueron arrebatadas gran parte de las libertades de las que disfrutaron durante el período de modernización vivido por el país persa durante la era en la cual gobernó el sha  Mohammad Reza Pahleví. Durante esa etapa de  occidentalización, las mujeres podían vestirse como les provocara. Iban a centros de recreación solas y disfrutaban de un amplio conjunto de derechos similares, aunque no iguales, a los alcanzados por las mujeres en las democracias occidentales. Desde luego, no estaban obligadas a usar el hiyab,  velo  que cubre la cabeza y el pecho que las mujeres musulmanas cuando se encuentran en presencia de personas ajenas a su familia inmediata y, por supuesto, que deben portar de forma ‘correcta’ cuando circulan por espacios públicos.

Todo cambió desde los inicios de la revolución. El uso ‘apropiado’ del hiyab se convirtió en obligatorio. Masha Amini, en desacuerdo con esa norma tan retrógrada, cometió la osadía de transitar en público sin llevar colocado de forma ‘adecuada’ esa prenda  de vestir. Pagó con su vida la osadía. La Policía de la Moral, uno de los pilares sobre los cuales se asienta el régimen de terror impuesto por los clérigos chiitas, la capturó con el fin de transmitirle algunas ‘orientaciones’ acerca de los principios musulmanes. Las enseñanzas consistieron en darle una paliza de tal magnitud, que la joven terminó reventada. Colapsó en medio de la tortura inclemente de sus captores. Luego el régimen, cobarde y mentiroso como todos los totalitarismos, inventó que Masha había sufrido un infarto por una enfermedad previa que padecía desde su niñez.

El asesinato de Masha Amini no ha pasado desapercibido para los iraníes. Después de conocida la noticia de su fallecimiento, miles de personas se lanzaron a las calles a protestar contra la irracionalidad del gobierno. Un sector significativo de la sociedad reaccionó con indignación ante ese crimen atroz. Las manifestaciones han contado con la participación de jóvenes de ambos sexos. Mujeres y hombres se han volcado a denunciar la atmósfera siniestra que ha oprimido a los persas desde 1979. El gobierno no ha demostrado ninguna intención de querer corregir su comportamiento, o al menos atenuar el rigor de las normas que subyugan a las mujeres. Insiste en mantenerlas en una condición de sometimiento y humillación inaceptables en un mundo que lucha por combatir las sociedades patriarcales y colocar en el mismo plano de igualdad jurídica a las mujeres y a los hombres.

Lo ocurrido con Masha Amini en el Irán de los ayatolas y los clérigos chiitas –apoyados por el Ejército, los tribunales de justicia y todos los mecanismos represivos urdidos por el régimen islámico- se repite continuamente en Afganistán, Sudán, Arabia Saudita y otras naciones sometidas a una interpretación ultraconservadora del Corán. El drama diario vivido por las mujeres en estas  naciones, no desatará invasiones o declaraciones de guerra de las naciones democráticas de Occidente. Ya no provocan ni siquiera condenas verbales enérgicas por parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Los gobiernos del planeta optaron por hacerse los desentendidos frente a la tragedia que sufren las mujeres en esas sociedades ancladas en el oscurantismo. Para no cuestionar a esos regímenes misóginos, los gobiernos optan por invocar los hipócritas principios de la no injerencia, la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Una farsa. Las mujeres en esas sociedades están condenadas a la esclavitud, la segregación y los castigos físicos porque carecen de las posibilidades de organizarse, sus intereses no poseen representación en el Parlamento ni en ninguna otra institución del Estado, y no pueden expresarse con libertad a través de los medios de  comunicación porque los medios están conculcados por la teocracia y demás factores que controlan el poder central.

A pesar de contabilizarse más de cincuenta fallecidos y miles de detenidos en las protestas, ya la cúpula del poder iraní dijo que no dará marcha atrás en la aplicación rigurosa de las normas morales que, según los gobernantes, impone el Corán. Una muestra de cómo seguirán actuando las autoridades la dio el presidente iraní, Ebrahim Raisi,  en la reciente cumbre de la ONU en Nueva York: le exigió a la reconocida periodista de CNN, Christiane Amanpour, que usara un velo que le cubriera la cabeza en la entrevista que habían pautado. La respuesta de Amanpour fue categórica. Suspendió la conversación diciendo: vivo en una nación libre que no exige el uso de ese velo y, por lo tanto, no lo llevaré puesto. Raisi creía que podría tratarla como si fuera su empleada.

La liberación de las mujeres en los países dominados por el fanatismo musulmán, o por cualquier otro arcaísmo patriarcal, sólo será posible si cuentan con el apoyo de la mayoría de los hombres de esas naciones, y de las organizaciones y la comunidad internacional.  Tendrán que confluir fuerzas internas y foráneas muy poderosas.

 

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