Por: Jean Maninat
La política te da sorpresas, sorpresas te da la política… ay Dios, cantaría Pedro Navaja, si en vez de ser un maleante de poca monta y mucha mala suerte, hubiese dedicado su tiempo y astucia a hacer política o, en su defecto, a intentar desentrañar el tejido múltiple y variable de decisiones que es su materia y la convierte en el más complejo y resbaladizo oficio inventado por el ser humano.
En su excelente y divertido libro The March of Folly (La marcha de la locura)Barbara Tuchman, historiadora estadounidense, persigue el reguero de desaguisados políticos que unen al Caballo de Troya, el desmadre de los papas renacentistas, el descalabro de la Corona Británica en sus colonias americanas, y la desastrosa guerra de Vietnam. ¿Qué tienen en común todos estos hechos históricos? Haber sido el producto de malas -y sorpresivas, en algunos casos- decisiones políticas, tomadas con terquedad a pesar de que todos los indicios razonables indicaban que conducirían al fracaso. Una futura e improbable reedición apócrifa, podría incluir un capítulo titulado Pifias y desatinos cuyo primer ejemplo sería, sin duda, la Orden Ejecutiva sobre Venezuela, firmada por el presidente Obama.
¿Se puede poner en duda la buena intención detrás de la decisión de firmar la Orden Ejecutiva? Probablemente no. Todo indica que se trata de sancionar a personajes del régimen venezolano asociados con la violación de derechos humanos. Y eso es más que loable. Lo que resulta difícil de comprender es que para llevar a cabo la buena intención, se haya recurrido a tan esperpéntico instrumento. A quién se le ocurre declarar a un país y su gobierno, sin duda alborotador y pendenciero, pero al fin y al cabo anclado en las ligas aficionadas de la política internacional, como una «amenaza inusual a la seguridad nacional de EEUU». (Come on, give me a break buddy!).
Al más desprevenido parroquiano de un restaurante caraqueño le percute inmediatamente la pregunta: ¿Y usted le compraría petróleo a su peor amenaza en el vecindario? Se nos dice que es cuestión de lenguaje oficial, rutinario, que así se usa con todos. Ese es precisamente el problema. Es un instrumento de poca eficacia y una alta capacidad para generar ruidosos fuegos artificiales que sólo dejan humo en el aire. Lo que más llama la atención, es la absoluta falta de cordura para escoger el momento de pulsar la tecla de envío y hacerlo explotar en medio mundo.
La Cumbre de las Américas que tendrá lugar en días venideros en Panamá, pasaría a la «historia» como la que permitiría la inclusión de Cuba al sistema de cumbres auspiciadas por la OEA y su eventual regreso a esa organización. El presidente Maduro entraría modestamente, a la vera de Raúl Castro, cargando con la vergüenza de su desastrosa política económica y su lamentable record en derechos humanos representado en la abominable prisión de Leopoldo López, Antonio Ledezma y los otros presos políticos, condenada mundialmente. Sus pares en la región jugarían, tras bastidores, a piedra, papel y tijera la suerte de no sentarse a su lado en la cena oficial, para no rayarse. Pero no…alguien en la Oficina Oval estaba lleno de buenas intenciones.
Y resulta ahora que el presidente Maduro es un héroe de las pequeñas naciones, defensor de los pueblos desvalidos, y todos los mandatarios de la región se han puesto a su vera para defenderlo -bueno… y de paso defenderse de sus propios problemas internos- y escurrirle el bulto, una vez más, a sus obligaciones con la Carta Democrática Interamericana de la cual son signatarios. El sueño perfecto del pibe aguajero en Panamá.
@jeanmaninat
Un comentario
Pues cómo siempre echándole el muerto al malo del norte…aún cuando hace lo que nadie en la region se atreve…si América latina no tuviera alcahuetes y chupamedias al por mayor, otra fuera su patética historia…