Por: Jean Maninat
Luego de que cesaran de tronar los Mauser y la peonada regresara a las haciendas de donde había salido por las buenas o por las glebas, los jefes triunfantes de la Revolución mexicana tejieron pactos para mantenerse en el poder, e impedir que la guerra civil se perpetuara en una lucha entre caudillos militares que terminara llevándoselos a todos a la chingada. (Perdón, el término lo academizó Octavio Paz en El laberinto de la soledad.1950).
Nomás había que tronarse a uno que otro revoltoso (como Zapata y Villa) y mantener un liderazgo de primus inter pares que institucionalizara los valores y logros de la revolución, luego expresados en un partido político hegemónico: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Tenían, además, el mandato de Francisco Madero, padre espiritual y mártir del alzamiento revolucionario: Sufragio efectivo, no reelección. De manera tal, que luego de la traición y asesinato de Madero, mejor era cuidarse mutuamente las espaldas, optar por ejercer el poder un período (a veces intentar poner a un tarugo cómplice) y retirarse a sus cuarteles a desconfiar de todo el que quisiera darles un abrazo fraternalmente homicida.
Con el tiempo y la experiencia en el poder, el PRI lograría crear una fabulosa maquinaria política de Estado que construiría el México moderno, (sí, sí, aquí encaja lo de la dictadura perfecta de Vargas Llosa, pero …), promovería la cultura y mimaría a sus intelectuales (un puesto diplomático es difícil de rechazar), extendería la enseñanza pública y gratuita, nacionalizaría el petróleo, haría de México una referencia regional -para lo bueno y lo malo- y entregaría al patrimonio político universal la figura del tapado: el precandidato que llevaba in pectore el presidente en ejercicio saliente, y que mediante el mecanismo del dedazo, era desvelado sin mucha sorpresa ante el partido y el mundo. Era una prerrogativa extraconstitucional de lo que Enrique Krauze catalogó como La presidencia imperial (1977) y que duró en práctica hasta el 2000. Su eliminación -o desvanecimiento- fue un símbolo de democratización en México.
Ah…la Pequeña Venecia, tan díscola e innovadora en política, viene de desenterrar el mecanismo del tapadismo, de activar los engranajes del dedazo para dirimir temas sucesorios en el seno de la oposición al Gobierno. Se trata, nada menos, que de la búsqueda de un pacto sucesorio mediante el cual la candidata con mejor opción, electa en primaria por más de (introduzca aquí los millones de votos que juzgue apropiado, ya la puja va por casi cuatro millones) e inhabilitada inconstitucionalmente, pueda escoger a dedo la candidata o candidato habilitado de su preferencia para tomar el testigo y continuar la lucha por la recuperación democrática.
Alguna vez la política fue magisterio, y los partidos políticos centros de enseñanza cívica (trompadas estatutarias incluidas), perdonen lo anticuado del argumento. Darle a una persona -por más excepcional que sea- la potestad de escoger de un dedazo a quien debe representar a muchos y diversos en un proceso colectivo, no solo no es democrático, es el remedo de prácticas autoritarias y personalistas que a otras sociedades les costó años de luchas democráticas para liberarse de ellas. Mal se puede pretender, ahora, nombrar a un gran elector, instaurar el culto a un dedazo galáctico que designe herederos. No hay tapado que valga… venga de donde venga.
(N.B. En el próximo artículo trataremos sobre la advertencia: El que se mueve, no sale en la foto. No se muevan hasta entonces, si quieren salir en la foto).
Un comentario
Son las circunstancias que llevan a eso,lamentablemente