Vivimos tiempos de postrimerías. Tarde o temprano ocurrirá el cambio que se impulsa desde los sectores más humildes que quieren dos cosas: expulsar al chavismo de la historia y sacar del juego a los políticos que no supieron proteger la democracia
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
El tiempo no se puede detener. Obvio. Pero de pronto parece renuente a las variaciones, o da sus pasos con pereza. Esto último es lo más usual por el peso de los hechos antecedentes y por la fuerza de los hábitos. No se cambia de mentalidad como se cambia de camisa, afirmó con toda la razón del mundo el maestro José Gaos cuando llamó la atención sobre el cuidado que debe tenerse a la hora de anunciar transformaciones en el movimiento de las sociedades. Esas transformaciones son supuestas, son algo parecido a los cambios, movimientos de superficies que se rinden ante el peso de las costumbres, ante la influencia de los climas de opinión y ante el poder de los factores que se juegan la vida para evitar que las cosas se les vayan de las manos. Todo se junta para que un tiempo determinado mantenga su influencia, resistido a desaparecer.
Se recuerdan estos elementos fundamentales para la historia de las mentalidades debido a que, en el caso de la política venezolana, faltan las prudencias y sobran las prisas.
Parece que la sociedad experimenta anuncios de metamorfosis, ya como que la mayoría de sus miembros se hartó de vivir como vivía y aspira a una existencia diversa, pero faltan algunos empujones para que estemos ante un fenómeno cabal. Seguramente vivimos tiempos de postrimerías, es decir, la cercanía del nacimiento de una nueva época histórica, pero nadie puede ponerle fecha a la culminación. Quizá la culminación esté en las proximidades, pero no será un reloj corriente, de los que usamos para calcular los asuntos de la vida cotidiana, el que anuncie el día preciso de llegar a la meta. Sin embargo, parece indudable que se experimenta un tiempo de postrimerías.
Postrimerías para la dictadura, desde luego, porque en el curso de casi tres décadas la sociedad se ha distanciado poco a poco de su influencia hasta el punto de presentar testimonios de repudio que resultan abrumadores.
Del apoyo entusiasta a una comedida lejanía y después a un rechazo fulminante, tal puede ser el itinerario de la conducta del pueblo venezolano ante los gobernantes que anunciaron el nacimiento de una fulgurante Quinta República. En la medida en que la tal Quinta República no solo se quedó sin ofertas que la diferenciaran del pasado sino que también fue exhibiendo las evidencias de su fracaso, de su mentira y de unos delitos cada vez más abultados, el sendero del cambio comenzó hasta llegar a la situación de la actualidad.
En unos treinta dolorosos y fundamentales años se ha venido abriendo el camino del cambio, sin que nadie sea capaz de decir que su culminación llegará mañana.
Se me ocurre que hay dos razones que pueden ayudar al entendimiento de un proceso tan lento y trabajoso. Dos razones evidentes, pese a que no han sido muchos quienes las han recalcado. La primera: demasiado pasado es el pasado que se debe cambiar. La segunda: el cambio que viene en camino es demasiado cambio, es decir, algo realmente no visto en los anales venezolanos y, por consiguiente, capaz de llevarnos hasta situaciones de esas que ponen los pelos del punta.
Sobre el primer aspecto no parece temerario asegurar que el régimen de Maduro iniciado por Chávez nos llevó a la época pre petrolera, a situaciones decimonónicas que parecían muertas y enterradas pero que han vuelto como frescas rosas del nacional vergel. Ver el desfile de los mandones del chavismo es como presenciar la resurrección de los hermanos Monagas mezclada con la vaciedad de Julián Castro, con la ausencia de ideas que caracterizó a los caudillos federales, con la irresponsabilidad de Falcón gobernando con el yerbatero Romero y con la pavorosa fatuidad y la escandalosa ladronería de Guzmán.
Es también volver a un país despedazado y partido en mil pedazos, a un archipiélago que parecía ya amansado, planchado y engrasado. No han sido pocas las oportunidades que he tenido de comparar al chavismo con el gomecismo, especialmente por la crueldad que los hermana, pero ahora pienso que la procesión es más vieja y más difícil de llevar al cementerio ante la influencia de tanto chafarote campestre, iletrado y salvaje. No es por otra cosa que esté por allí Maduro hablando de La Sayona, como si una imagen tan repetida y aburrida pudiera llamar la atención en un país que disfrutó de la luz eléctrica que libraba de espantos desde principios del siglo XX, hasta cuando la apagaron los “gerentes” de la actualidad.
Sobre el segundo aspecto baste ahora con llamar la atención sobre el hecho de que la reacción contra la dictadura es popular en su base y no solo quiere ocuparse de esa dictadura sino también de buena parte de los líderes que se le han opuesto.
Jamás se había visto entre nosotros un movimiento animado por los sectores más humildes de la sociedad que no quieren dar una patada sino dos. La primera para expulsar al chavismo de la historia y la otra para sacar del juego a los dirigentes de los partidos políticos que no supieron proteger los fundamentos del republicanismo desde la llegada del “comandante eterno”. Ni el primero ni los segundos son eternos, dice ahora la sociedad venezolana, una empresa inédita debido a la cual se hace más robusta la idea sobre la dificultad histórica de los cambios.
No solo los representantes de la dictadura quieren evitarlos porque se van directamente al infierno. Algo parecido les sucede a centenares de miembros de la oposición que no tienen ganas de sentirse en trances funerales; y a sectores del empresariado que creen de veras que viven en el siglo XXI cuando todavía no han desaparecido los mercaderes que medraban de un guzmancismo al que adulaban sin rubor.
De allí la dificultad de las mudanzas anunciada al principio para que nadie las espere mañana, pese a que seguramente no tardarán. El tiempo va a su tiempo, pero necesariamente va, dijo también el maestro Gaos.