Por: Carlos Raúl Hernández
Uno de los ataques al liderazgo de la Unidad es ser tontos u oportunistas
Uno de los ataques al liderazgo de la Unidad es ser tontos u oportunistas, «no haber comprendido que hay una dictadura» y que por eso hablan un absurdo lenguaje democrático. Esa proposición no aguanta siquiera una discusión de barbería. En los otrora países comunistas y las demás dictaduras, los que se jugaban el pellejo, salvo minorías generalmente perjudiciales, hablaban únicamente la lengua democrática. La mayoría de los tragasables fueron, como aquí, simpáticos héroes de la tertulia, hoy twitterneitor que ya ni siquiera se molestan en marchar o votar, pero tampoco van a la guerra porque nunca han visto una pistola salvo en cine. Solo la dulce parla de pistoladas. El undécimo mandamiento dice que quienes luchan por la libertad no pueden hablar el idioma de los déspotas. Hay que conocer al adversario para combatirlo, pero en igual o mayor medida, entender qué piensa la gente que se busca convencer.
El prototipo de la impotencia política es departir con uno mismo y decir cosas incomprensibles que los más no entienden, no le interesan o rechazan. La voz que clama en el desierto es de profetas no de constructores y por eso la representa Juan el Bautista, miembro de la secta fundamentalista de los esenios. Sus discursos eran tremebundos y sobrecogedores, un ermitaño de aspecto desastrado, ojos furiosos y voz trepidante, y su mérito es haber reconocido la Divinidad de Jesús. En cambio Pablo, el gran organizador que sacó la Iglesia de las catacumbas, era «un hombre que respiraba amistad», armonizó a los judíos y entendió que debían ganarse los romanos para la nueva religión. Por eso lo consideraron traidor en varios debates. En el Concilio de Jerusalén la incipiente Iglesia estuvo a punto de dividirse -y desaparecer- por la dramática controversia sobre la circuncisión.
¡Qué falta hace Pablo!
Para asombro de sus compañeros cercanos, Pablo se cuadró con los que venían del viejo judaísmo que la defendían a ultranza, en contra de los cristianos, y evitó la ruptura con una solución intermedia. Insultar al oponente es un desahogo y tiene valor sicológico, pero es un tropezón político, y la experiencia lo demuestra contraproducente. Un gobierno tan incompetente, malintencionado, incapaz hasta de cambiar un bombillo o matar un zancudo, autocombustible y que la mayoría rechaza, por un lado se desploma pero por otro la prédica de los opositrones lo hacen lucir no tan malo. Hasta hace poco se afirmaba que esas características y las vetas de ilegitimidad lo harían implotar y quienes implotaron fueron los que lo decían. A comienzos de año la precariedad de Maduro no le permitía mover ninguna figura clave de la cúpula gubernamental.
Luego de derrotar el ejército de luces de bengala en este descalabrado 2014, se puede dar el lujo de sacar de cuajo al hombre clave de la inteligencia, además General de División, y al Zar de Pdvsa. Ganó sus galones de titán que derrotó «el golpe y la insurrección de la derecha», como su aparato comunicacional supo convertir el heroico e inofensivo levantamiento de los muchachos. Con la pena, como dicen los mexicanos, no queda más que aceptar que resultó ampliamente más capaz que algunos de sus adversarios que parieron tal ornitorrinco. Ahora hay líder fuerte aunque su desastre económico se encargue de ablandarlo. Los machos del teclado en su tremenda irrealidad y enajenación la arrean también contra la gente que hace colas para comprar harina de arepa, medicinas, leche o lo que sea y zahieren a quienes siguen con el gobierno por «sinvergüenzas» o «ignorantes», aunque sin duda estos implacables jueces de la moral popular no pasan hambre.
Sinvergüenzas, ignorantes
Pero la más ruda ignorancia es la suya. No tienen ni idea de cómo ganar el apoyo de otros y su saber es destruir la posibilidad del triunfo. Lo peor es que hablan de los sectores populares con un tono pedagógico que da mucha risa, como si se sintieran dueños de verdades y la triste realidad es que el antipartidismo de los más ilustrados fue el factor determinante del triunfo de la revolución en 1998. Chávez no es producto del «pueblo» sino de las élites de poder que destruyeron el liderazgo y tuvieron para ello varios importantes jefes de medios de comunicación. Más debe la revolución a los Notables y varios cultos que a cualquier otro factor. Sin la destrucción de los partidos, nada de eso habría pasado.
Entre los mayores bocasucia contra el colaboracionismo opositor, brillan otrora ilustrados cooperantes de la revolución. Difícil dudar que el radicalismo es la forma expedita de compensar la falta de cerebro. Siempre ha sido así. A finales de la Edad Media, como muchos no entendían que las mujeres del campo sabían las utilidades de la valeriana, el muérdago, el ruibarbo y la menta para atender dolores y enfermedades, las acusaban de diabólicas y las quemaban. A Semmelweis lo expulsaron de la federación médica de Viena y lo condenaron al hambre al negarle el ejercicio, porque aseguraba que las infecciones se debían a bacterias no visibles al ojo. Terminó suicidándose. A los que no entienden de qué va la política, pero creen entenderlo y la toman para desahogar las amarguras del alma, hay que convencerlos en redondo, porque el daño que ocasionan es muy grave para los objetivos estratégicos.
@CarlosRaulHer