Publicado en Noticiero Digital
Por: Ismael Pérez Vigil
En apenas tres semanas, nos guste o no, el país estará envuelto en un nuevo proceso electoral, con el actual CNE y las mismas o parecidas condiciones electorales que hemos venido sufriendo desde hace 15 años. Ya he señalado por qué considero importantes estas elecciones y cuál es, en general, la importancia que tiene la vía electoral, no voy a repetir esas razones; al respecto ver: (Propuestas de trabajo polìtico)
Pero a las razones ya expuestas hay que agregar una muy importante por los tiempos que corren y correrán: los concejos municipales son la primera trinchera de resistencia a la idea de las “comunas” que vienen pregonando y proponiendo algunos conspicuos voceros de la dictadura. Nadie está diciendo que con unas elecciones municipales vamos a salir de la dictadura, pero se trata de enfrentarla en todos los terrenos, de derrotarla en algunas áreas sensibles y, sobre todo, ahondar en la estrategia de irnos colando y produciendo fracturas en los intersticios de ese bloque hegemónico de poder, que ya muestra algunas fisuras y grietas importantes.
Sobre el tema electoral se ejerce un enorme “chantaje” político; debería decir “autochantaje”, pues viene de la misma oposición. Nadie –que no provenga del sector que apoyó en las pasadas elecciones a Henry Falcon– se atreve a plantear el tema electoral de manera abierta por temor a ser calificado de traidor, vende patria, colaboracionista o cuando menos ingenuo o bolsa, y perdonen la expresión. Es que hasta el propio Henry Falcón ha dado algunas declaraciones en las que recoge velas con respecto a su posición electoral. En síntesis, es un tema vedado, cerrado a la discusión abierta. Sin embargo, lo ocurrido esta semana en las elecciones estudiantiles de la Universidad de Carabobo, salvando distancias y diferencias, demuestra que, con la organización adecuada, la determinación de defender los votos y con muchos votos, la dictadura no puede hacer nada para impedir los resultados.
Por supuesto que las condiciones electorales que tuvimos para las elecciones de alcaldes de diciembre de 2017 y la presidenciales del 20 de mayo de 2018 se mantienen igual y no nos favorecen en nada y nadie es tan ingenuo para pensar que van a ser diferentes el próximo 9 de diciembre, para la elección de los concejales. Pero, en el fondo, esa es la primera consideración estratégica a tomar en cuenta para fijar una posición frente a este proceso.
Para decirlo en dos platos, en política –como en negocios y muchas otras actividades– las condiciones, sean electorales, o de negociación, de dialogo, de conversación o como las queramos llamar, las pone o impone quien tenga la sartén tomada por el mango. Ciertamente, no es la oposición venezolana quien la tiene en este momento. Se puede argumentar que el país vive una crisis económica, social, humanitaria de tal magnitud, y de la cual es responsable el actual régimen, que hace que él mismo tampoco las tenga todas consigo. Pero tiene lo más importante: el control de la “justicia”, la policía, los cuerpos represivos, la fuerza de las armas y ha demostrado hasta la saciedad que está dispuesto a usarlas. ¿Por qué habría de ceder en las condiciones electorales que nos impone
Por lo tanto, se trata de recuperar una posición de fuerza que hemos perdido –por plantear cada evento político como batalla final y fracasar en el intento– para obligar a la dictadura a negociar todo un paquete que envuelva su salida, la transición a la democracia, la libertad de los presos políticos, la legalización de los partidos disueltos, el reconocimiento de la Asamblea Nacional y, desde luego, unas condiciones electorales aceptables, que cumplan los bien conocidos parámetros internacionales.
Mientras esto no ocurra, en materia electoral, tendremos que arroparnos hasta donde nos llegue la cobija y aceptar lo que está dado; que por cierto, en materia de condiciones electorales –aun cuando ahora estamos peor– no son muy distintas a las que hemos tenido durante los últimos 15 años; y con esas condiciones, más muchos votos, derrotamos a Hugo Chávez en un referendo constitucional en 2007, le arrebatamos al régimen varias gobernaciones y alcaldías muy importantes y obtuvimos las dos terceras partes de la Asamblea Nacional en 2015.
Que después no supimos o no pudimos mantener esos triunfos, eso es –perdonen el lugar común– harina de otro costal; se trata ahora de ver como recobramos el terreno perdido; y no será, ciertamente, quedándonos otra vez de brazos cruzados en nuestras casas, como hicimos el 20 de mayo y después, algunos esperando que de afuera viniera una solución y otros mirándonos desconcertados unos a otros. No voy a denostar ni criticar a nadie que plantee la abstención, pero todavía no he encontrado a alguien que me diga un solo beneficio, superior a los descritos en el párrafo anterior, por no haber votado en algunas de las ocasiones en que no lo hemos hecho.
Se puede decir que al menos para las elecciones de alcaldes y para las del 20 de mayo de 2018, tras el fracaso de las negociaciones en República Dominicana, tuvimos un intenso debate político, no siempre ecuánime o justo, acerca de sí se debía o no concurrir a esos procesos electorales. De esas discusiones salió una decisión, que personalmente no compartí, pero que respeté: no votar. Pero en esta ocasión, no ha habido ninguna discusión, ningún debate, al menos público o de conocimiento público; por lo tanto, me siento libre para asumir cualquier posición y la mía personal es que votaré en las elecciones del 9 de diciembre. Mi voto tendrá que ser escamoteado, robado, cambiado, tergiversado, pero será emitido.
No me quedaré en mi casa, defenderé la alcaldía que me corresponde votando y –como lo estoy haciendo– haré pública mi decisión y llamaré a votar, porque en elecciones municipales unos pocos votos hacen la diferencia y el voto, baluarte de la democracia, se defiende votando –no dejando de votar– aún en las condiciones más adversas.