Por: Carlos Raúl Hernández
Para reinstalar la democracia, el diálogo no es una opción, sino la opción
El descrédito a que sometieron las ideas de diálogo y negociación, se materializó cuando algunos simularon agarrar en falta a los dirigentes que negociaban la elección de los poderes públicos. Un cierto día de diciembre, en las redes descubrieron el agua tibia y se formó un gallinero. Que había negociaciones entre gobierno y oposición, como si la sola palabra definiera un pecado. Alrededor de la «denuncia» se produjeron dos tipos de reacciones teatrales: el gobierno premeditadamente delató con dramáticos «documentos» las reuniones entre ambos sectores, para producir histeria y sacudir los capirotes de la antipolítica. Y éstos, los eternos tragasables de salón, amos del lugar común, quejones y lloricosos sin saberlo actuaron exactamente como había previsto el diputado Cabello. También fingían porque se sabía que las conversaciones tenían tiempo corriendo.
Cabello hizo su tarea. Exasperada, la chorlitocracia denunció anatema hablar con los adversarios. Les quedó al dente el verso de García Lorca «… corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba». De la cocina al iPhone. Era el chance de enchiquerar la Unidad. Hay que repetirlo siempre: hablar no tiene nada malo, es el método necesario cuando se quiere enfrentar problemas para resolverlos y no para quejarse. Cuando el adversario es un lobo rabioso, revolucionario y artillado, hay menos pérdida en hablar que caerse a mordiscos con él. Los acuerdos son elementos que definen la vida civilizada, no hay actividad social en la que sea preferible prescindirlos y dan ejemplo de cómo actúan quienes aspiran el ejercicio del poder democrático. Lo aberrante es que se haya entronizado la incultura de la imposición y al enturage semi ilustrado le parezca elegante enseñar los dientes a toda hora.
Hablar, no gruñir
Los estimables y calificados nombres que quedaron en los cargos por la oposición, fueron los mismos que se manejaban, pero se dio el gusto de sangrar a los dirigentes que cumplieron su tarea, acusarlos de colaboracionistas y demás miserias, el rompe y rasga, la mentada impotente. Nadie debe cansarse de poner sobre la mesa la necesidad del diálogo y tener como bandera los principios democráticos, especialmente contra jaurías histéricas. Por desgracia varias generaciones de políticos, incluso de la oposición, son herederos irrenunciables del galáctico y su estilo, lo que contamina la atmósfera actual con esos efluvios tóxicos, aunque sean de pura palabra. Hay que vacilarse (perdón DRAE) las poses de los tragasables que no cargan fusiles en la mano y llaman a la guerra desde Aventura Mall. Solo empuñan la lengua. La inmensa mayoría del país escucha esas cherchas como a marcianos drogados. Nadie quiere que chorree sangre, sangre de familiares y amigos.
Fue el Galáctico quien estigmatizó el diálogo, cuando en la campaña electoral de 1998, ante una amable y tolerante invitación de Claudio Fermín, respondió con lo que ahora es el estilo nacional. «No tengo nada que dialogar con Uds. ladrones que han destruido a Venezuela», afirmación que compartió la mayoría del electorado. Este germen execrable se hizo carne y habitó entre nosotros, y en los guerrilleros de café-con-leche opositores, que repiten esas expresiones guturales sin saber el pobre efecto que dan sus retóricas en los ciudadanos de la calle (de la calle de verdad). Para reinstalar la democracia, el diálogo no es una opción, sino la opción, independientemente de los resoplidos, graznidos o gruñidas que se profieran.
Incubar palabras
Después de medio siglo Obama asumió algo esencial. El embargo ayudó a los Castro. Fue el principal argumento para esparcir por el mundo la mentira que encubrió la miseria de los cubanos y distraer de la terrible realidad, universalmente demostrada, de que el colectivismo conduce a la desgracia, como vuelve a comprobar Venezuela. Los conflictos políticos terminan con palabras, también las guerras, y la posibilidad de salir de la tragedia colombiana es una nueva evidencia. La paz no se impone a tiros y la terrible humillación a Alemania en Versalles, el vencido de la Primera Guerra, condujo a la más espantosa venganza, la carnicería de la Segunda Guerra en la que una manada de asesinos usó la venganza del honor nacional para un genocidio con el apoyo de casi todos los alemanes.
Etapa dificil
Si en las próximas elecciones parlamentarias nace la nueva mayoría que hay razones para esperar, vendrá una difícil etapa de negociaciones y diálogo para revertir el desastre de la revolución. El objetivo de las fuerzas responsables que mantienen viva la alternativa, no es profundizar la crisis que se profundiza por sí sola a diario por inacción e incompetencia, sino darle una salida pacífica que impida la repetición de la experiencia argentina, en la que se turnaron ocho dictaduras militares con miles de muertos y torturados, desastre y desesperación. Por fortuna los jefes políticos de la Unidad, con sus errores y aciertos, demuestran que no están divirtiéndose como aficionados a la política en mensajes de 140, sino que han apostado sus existencias a mantener viva la posibilidad de cambio.
@CarlosRaulHer