«Babel, nadie se quiere entender. Prefieren Roma y arder. Nos vuelve a dejar el tren a la salida. Raymundo está cansado. Y no le gusta la gente. Pero quiere lanzarse para presidente. El mundo es una jaula de extremistas rabiosos. Y el resto, pa salvarnos, nos ponemos re locos.» Eso canta Carlos Vives a dúo con Fito Páez.
2023. Sin marido y sin cuñado. Sin Pelé, sin presidente ni gobierno, sin Victoria. Con un ridículo intento de golpe de estado en Brasil. Con el Covid repuntando porque los chinos son incapaces de decir la verdad. Y luego de una tregua navideña, sigue la guerra en Ucrania. Todo lindo, pues.
Decía Simone de Beauvoir que «… lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra a ello». El papelón de los políticos destronando a Guaidó no generó escándalo. Estamos tan habituados al despelote que ni se nos eriza la piel. El asunto pasó por debajo de la mesa, no solo porque es un absurdo tan monumental que la mente social no lo puede procesar, sino porque es tal hartazgo, el desánimo y la abulia que los supuestos líderes generan en la ciudadanía que esta prefiere el modo «no metabolizar».
2023. Se perfila necio. Cargado de incongruencias e incoherencias. Una cosa es cometer errores (todos nos equivocamos) y otra muy distinta el actuar como el flautista de Hamelin. No sé le puede pedir más paciencia y comprensión a un pueblo al que se irrespeta. ¿Democracia? ¿Qué es eso? Ah, sí, me suena. Como que leí sobre ella en algún cuento de Romulo Gallegos quien, supongo, se revuelca en su tumba.
