Por: Luis Ugalde
Este 20 de abril empezamos la celebración de los quinientos años (1521-2021) del trascendental cambio de vida de Iñigo de Loyola, el cortesano y “soldado desgarrado y vano”, que se convirtió en peregrino en búsqueda de Dios hasta lograr en Roma la fundación de la Compañía de Jesús con la aprobación papal (1540); orden religiosa que ha despertado tantos admiradores y seguidores como enemigos, detractores, con mitos, persecuciones y centenares de expulsiones.
En los últimos años en ambientes de relación jesuita ha tomado fuerza inspiradora el lema precioso de “en todo amar y servir”, que hace 30 años no se conocía. ¿Será invento de alguna agencia de publicidad para difundir la franquicia jesuita y posicionarla en el mercado en sustitución del tradicional “a mayor gloria de Dios”? Varios amigos me han sorprendido con la afirmación de que les gusta el lema de los jesuitas. “Yo no soy religioso-me decía uno-, ni me considero creyente, pero comulgo con ese lema de ustedes que para mí es fuente interior de inspiración y vida”.
No es ningún invento nuevo, sino frase de Ignacio en el corazón mismo de los Ejercicios Espirituales. Hace cuarenta años (1991) algún jesuita tuvo la feliz idea de levantar esta joya oculta como inspiración renovadora.
El aporte principal de S. Ignacio (1491-1556) es su profunda encuentro con Cristo que lo transformó y lo llevó a recoger en el librito de los Ejercicios Espirituales, con centenares de ediciones y millones de ejemplares en las más diversas lenguas una guía para recibir el don de transformar su vida para “en todo amar y servir”.
Ignacio no era poeta, pero sí conocedor y médico de almas. Luego de sus primeros años de vanidad y de glorias efímeras, herido gravemente en batalla a los 29 años se sintió tocado por Dios para cambiar radicalmente. En ese camino descubrió que no basta una voluntad férrea, sino que la vida la mueve la profunda experiencia de amor, con el “conocimiento interno de Jesús para que más le ame y le siga”. Nos cuenta Ignacio que, a causa de su gran ignorancia espiritual, Dios le llevaba en ese camino de la mano corrigiéndolo como un maestro de escuela a un niño de primeras letras.
La piedra de bóveda del edificio de los Ejercicios Espirituales es la última meditación llamada “contemplación para alcanzar amor”. En una breve cuartilla Ignacio nos da la guía para hacer esa contemplación, con la advertencia previa de que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Para transformar la vida la clave es contemplarla como un don amoroso, ver todo el bien recibido y “sentir y gustar internamente” como Dios actúa gratuitamente en el mundo y en nosotros de manera silenciosa y múltiple. Esa omnipresencia amorosa que parece bordear el panteísmo se transforma en coloquio entre amado y amante; el amor no es una fuerza telúrica impersonal, sino es Dios que se entrega en Jesús y suscita la respuesta de gratitud. A los dioses mundanos del poder, del dinero y de ritos religiosos y de leyes sin Espíritu, Jesús contrapone el Dios-amor que rompiendo barreras se hace hermano, que sirve y da vida. El Nazareno se atreve a decir que a Dios nadie lo ha visto nunca, pero que quien lo ve a él, ve actuar al Padre que es Amor. También nos dirá que quienes se compadecen y se hacen hermanos del herido, los que dan de comer al hambriento y liberan al oprimido, se encuentran con Dios, aunque ellos no lo crean. Sin saber sabiendo, con Dios nos encontramos todos los días en aquellos que nos necesitan y reciben vida de nosotros, nos dice Jesús.
Ignacio confiesa que, luego de muchas dificultades y traspiés espirituales, tuvo en Manresa (1522) una profunda y decisiva experiencia mística, “una ilustración tan grande que todas las cosas me parecían nuevas”; quedó “como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto distinto que el de antes”. Encontró la alegría y sentido de “en todo amar y servir”. Todavía no era sacerdote, ni pensaba fundar la Compañía de Jesús, pero se liberó del voluntarismo, y encontró sentido y gustó internamente que quien da la vida a otros por amor, aunque parezca perderla, la encuentra.
La ciencia y su racionalidad instrumental ensanchan prodigiosamente las fronteras de la vida, pero con frecuencia se usan para potenciar la muerte, ganar guerras sofisticadas con millones de muertos y someter a muchedumbres para el servicio privilegiado de unos pocos vencedores. La alternativa a ese “darwinismo social” es el Amor que afirma al otro, cuida la casa común y convierte todas las ciencias con sus avances tecnológicos y organizativos, y los medios económicos y políticos en instrumentos de Amor y Vida.
Contemplativos en la acción
Ignacio nos invita a ser contemplativos en la acción viendo cómo Dios actúa en todo y hacer discernimiento para nosotros es secundarlo en esa acción. “En todo amar y servir” es el camino de la vida que presentan los Ejercicios Espirituales. Actuar buscando servir, liberar y transformar con amor todo lo que niega la vida del hombre. Pero no es exclusivo de los jesuitas, ni siquiera de los cristianos, ni de practicantes de una religión, sino es la profunda verdad del ser humano, en su conciencia y profundidad más auténtica y el núcleo inspirador de la condición humana.
En esta Venezuela de indigencia y agonía, sin trabajo ni empresa, ni Estado que nos regale todo, tenemos que nacer de nuevo y sacar de nuestro inagotable pozo interno agua viva para nosotros, nuestras familias, nuestra economía, nuestra política, nuestra reconciliación y reconstrucción nacional. No nos salvamos como “yos” rabiosos disputándonos a dentelladas los restos del país, sino como “nos-otros”, dándonos vida unos a otros. “En todo amar y servir” es una poderosísima fuente para transformar nuestra sociedad en sus sentimientos interiores y en la política del bien común que acabe con el hambre, la miseria y dictadura que tienen secuestrada la vida de los venezolanos. Encuentro con Dios humanizando al hombre y cambiando su mundo.
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