Yo podría escribir un grueso tratado sobre la depresión. De hecho, sobre el tema creo haber leído mucha documentación seria. Por supuesto, no leo textos de autoayuda. Que la depresión es un asunto muy serio como para andar creyendo en consejos empapados en frases empalagosas que solo ponen de bulto que sus autores del tema saben menos que nada.
Hoy se sabe que en la depresión hay un desbalance químico de los neurotransmisores. Y que para reestabilizar ese cuerpo, para conseguir el equilibrio perdido, hay que recurrir a medicamentos y terapia. Y terapia no es leer babosadas de escritores que hacen mucho dinero a cuenta de manosear las emociones heridas de quienes atraviesan por un camino oscuro como es la depresión.
Hay más. Nadie tiene empacho alguno en revelar que tiene, por ejemplo, diabetes. O que sufre alguna enfermedad cardíaca, o que padece con una úlcera. Pero libre Dios de decir públicamente que se es depresivo. Digo «se es depresivo» y no «se está deprimido». Porque alguien puede deprimirse por un episodio, pero no ser depresivo crónico.
Para mi desagradable sorpresa, lo mismo ocurre con otras enfermedades, como el cáncer. Cuando tuvimos el diagnóstico de cáncer de garganta, a mi correo llegaron no pocas notas de gente que me decía que no debía hacerlo público. «Di que está afectado de salud, no que tiene cáncer». Habráse visto semejante memez. ¿Qué puede haber de vergonzoso en ello? No faltó quien optó por lo opuesto. Algunos se sumergieron en la morbosidad del probrecitismo. Querían saber los detalles escabrosos y hasta me asediaban pidiéndome fotos y videos.
Una sociedad que le da vía franca a estigmas, que se zambulle en convertir las enfermedades y los sufrimientos en «shows», que no sabe nada de empatía y sí mucho de morbo, que se solaza en hurgar en los aspectos más dolorosos, es una sociedad banal. Y esa fatuidad, esa frivolidad es una enfermedad gravísima. Es, por encima de todo análisis, la demostración de irrelevancia. Y ella, la irrelevancia, es hermana de padre y madre del subdesarrollo y el tercermundismo. Las sociedades avanzadas no viven en las tapaderas, que son por cierto enemigas acérrimas de algo muy importante: la inclusión.
«Por estas calles la compasión ya no aparece, y la piedad hace rato que se fue de viaje…», canta Yordano. Por cierto, un sobreviviente de cáncer. Sería bueno que, además de bailar en un ladrillito al son de sus canciones, le prestáramos atención a sus letras.