¿Esperada? Sí. ¿Duele menos? ¿Disminuye la rabia? No. La sentencia que condena a Leopoldo López es un veredicto que da cuenta de la destrucción de la institucionalidad democrática en Venezuela. La han dejado hecha un guiñapo.
El linchamiento judicial se produjo cuando ya el sol se había ido a dormir. Ocurrió con impudicia, que viene a ser elevar el descaro hasta niveles insólitos. El sistema se puso capuchas tipo Ku Kux Klan. Y obró. Sólo faltó que la mismísima jueza prendiera fuego a la cruz para consumar así el mensaje de barbarie. El objetivo estuvo empero más que claro: que Leopoldo no pueda ser candidato en las elecciones. No crea nadie que hay alguien que se estruja las manos en la oposición. Los otros posibles candidatos, que los hay, pueden ser víctimas de una estrategia semejante. Porque así trabajan las autocracias. Y en este estado de cosas, todo aquel que pueda retar al autócrata, se convierte de inmediato y por diseño en un individuo peligrosísimo que hay que poner bajo sospecha y lo antes posible proceder a desactivarlo.
En los hechos, la sentencia es el trabajo que el sistema judicial presta al régimen. No lo regala, por cierto. Contraprestación hay. A no dudarlo. Ese mismo día del linchamiento a Leopoldo, en Venezuela mataron a varios ciudadanos y a muchos malandros y otras especies de criminales y delincuentes el sistema judicial les obsequió la impunidad. Gente que mató, o robó, o estafó o cometió faltas claras contra el ordenamiento legal quedó libre de polvo y paja.
No voy a insistir en de qué tamaño y color es el pánico que sienten en Miraflores y otros aposentos del poder. Eso es llover sobre mojado. Prefiero comentar lo que no parece tan evidente: el porqué de ese miedo. Lo peor que le puede suceder a un gobierno autocrático es tener una gestión pública deplorable. Puede ser que la gente se cale la injusticia. Puede ser que tolere la corrupción. Incluso puede ser que no le dé importancia a cierto grado de drama cursi. Lo que resulta insoportable es el desastre en todo. En el calorón de las colas el tema hoy era Leopoldo. Leopoldo y la duda. Leopoldo y la rabia. Leopoldo y la mentira.
Leopoldo está preso. Pero la sentencia desgraciada lo convirtió en un Nelson Mandela. Puso los ojos del mundo sobre Leopoldo y Venezuela. ¿Qué pasa en Venezuela? Esa es la pregunta que se hacen cientos de organizaciones, líderes, pensadores y mandatarios en el planeta. Esta sentencia desgraciada se monta encima del dantesco espectáculo de las salvajes violaciones de derechos humanos a colombianos deportados.
Y ahora que las arcas andan vacías, ya no abundan los defensores internacionales de «el proceso». Fallan y, si no fallan, callan, que viene a ser peor. Difícil defender lo indefendible, ¿no?La sentencia, desgraciada en su diseño y ejecución, tiene como víctima a Leopoldo pero, paradójicamente, su inmenso peso lo habrán de acarrear los que en Miraflores presumen de dormir como bebés. Hay errores políticos que, además de delitos, son simple y llana estupidez. ¿Será que no hay alguien en el gobierno capaz de sentarse a leer y evaluar las encuestas? ¿Será que en su obsesión neurótica no ven que la caída de la popularidad y la confianza cual pianos de cola desde rascacielos tiene un significado? ¿Será que en el régimen creen de veras que van a salir ilesos de este barranco y que cual gatos van a caer parados?
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