Yo no sé si vamos a ganar. De veras no lo sé. Porque, además, «ganar» es un verbo muy grande y, para algunos, maleable. Sé sí que quienes estamos sin disimulo en la oposición no nos vamos a rendir. Y con eso, por ahora, alcanza para redefinir estrategia y táctica. No rendirse significa que uno no está dispuesto a aceptar lo inaceptable, que no va a hacer concesiones denigrantes, que no va a ponerse en condición de meretriz.
Dicen que todo el mundo tiene un precio. Puede ser dinero, esos billetes verdes que significan pasar a engrosar la lista de los boliburgueses con toda su ristra de lujos y placeres; o prebendas que se traducen en subir a zancadas en la escalera social; o puede ser lograr un documento que certifica la aprobación de algún trámite indispensable para poder operar una empresa o comercio y no caer en bancarrota. En ocasiones es suficiente con la amenaza (incluso velada), el gruñido, la mirada, eso que no pasa de palabras y gestos y no se concreta pero que pone la piel de gallina, que aterra. En otros casos es hacer realidad aquello de «plata o plomo», al más acabado estilo de los carteles de narcotráfico. Los salvajes (porque eso son) se aprovechan del miedo, de la carencia, de la necesidad o urgencia o, también, estos terroristas (porque eso son) se prevalen de la endeble y flaca dignidad de algunos.
No es cierto que la unidad funciona siempre igual como herramienta confiable para el triunfo. A veces esa unidad es una trampa, una vil treta dentro de la táctica del enemigo. A la unidad hay que limpiarla de parásitos que enferman. Yo no conozco a Parra y a los otros diputados que pretendieron arrebatar los cargos en la directiva de @AsambleaVE. Conozco sí, y bastante bien, a dos de los salta talanqueras. No hay cómo justificar su impostura. Por mucho que les hayan ofrecido o amenazado, siempre hay cómo salirse de la suerte que sepultó su carrera política en un pantano de iniquidad. No creo que se hayan cruzado al lado oscuro hace unos días. Esto lleva tiempo ya. Eso lo hace peor.
Analizando el panorama de forma más amplia, si no se hubiera develado el asunto «Alex Saab» (gracias infinitas a Roberto Deniz y armando.info), el régimen no hubiera activado está jugada. Se la hubiera guardado en su tracalero bolsillo. Pero ese escándalo, sumado a la presión de los inversionistas internacionales que exigieron aprobación legislativa para aflojar los cobres, detona esta estrategia de arrebato.
Total, aquí estamos, en enero de 2020, con el país aún más sofocado. Una crisis mucho más grave que apenas días antes, nadando en una situación que afecta a millones, incluso a quienes ingenuamente creen que están bien y que tienen cómo capear el temporal.
Y volvemos entonces a lo básico, a que la solución está en la democracia, en los modos y métodos democráticos. Está en elecciones sanadoras. Creíbles, justas y decentes. Elecciones presidenciales, parlamentarias y regionales (no olvidar que hubo masacre en la elección de varios gobernadores) en las que los venezolanos, los que están en el país y los que están afuera, voten y elijan, si se me permite la redundancia. Eso lo han dicho, en todos los tonos, decenas de gobiernos extranjeros, a los que el régimen ha hecho caso omiso e incluso ha insultado. Lo han dicho los vecinos de continente, de Alaska a la Patagonia. Lo han dicho los europeos, con voz clara. Lo han dicho oceánicos, asiáticos y también africanos. Por ahí leí a alguien afirmando que el liderazgo de la oposición no ha prestado suficiente atención a los europeos. Supongo que tal aseveración – equivocada- es consecuencia de desinformación. Sin desmedro alguno de la estrategia con los países de nuestro continente, la estrategia europea ha sido densa, intensa y espesa.
Lo que Maduro quiere es evitar una agenda que produzca una solución democrática. Quiere una farsa. Habla de elecciones parlamentarias pero las quiere como traje a la medida de su propia deformidad. Porque en unas elecciones realmente democráticas lleva las de perder. Gana si tiene un CNE fantoche, gana si (con la nada cándida ayudita de sus amigos de la mesita, en especial el pastor) cambia la planimetría de las curules aumentando el número de diputados por lista, gana si comparte el poder con la falsa oposición, gana si solo permite elecciones parlamentarias que pueda manipular a su antojo. Y con esa estrategia ganan unos cuantos miles (los capos nacionales y extranjeros y los enchufados) y pierden millones de venezolanos convertidos en miserables siervos de la gleba de una Venezuela tornada en territorio controlado por mafias.
Que los buenos somos más, de eso no cabe duda. No hay una sola medición que revele lo contrario. Que no nos han logrado vencer, que somos tercos, que nos caemos y volvemos a ponernos de pie. Eso dirá la historia de nosotros, eso estudiarán los niños que aún no han sido procreados. Estamos lejos del capítulo final de esta novela. Como yo no soy nada dogmática, creo que este mayúsculo lío decantará en una negociación. La imagino con facilitadores que moderen la discusion, eviten un atajaperros con miles de muertos más y consigan que las partes en conflicto acepten un tratado de regularización y una agenda. Huelga decir que en ese proceso no caben ni Parra y su combo ni los de la mesita, quienes no tienen ni una sola encuesta que muestre respaldo popular y que, para colmo de los colmos, en esta crisis de enero 2020 han quedado a la altura del betún con sus acciones y declaraciones francamente deplorables; ya los veremos en un futuro no muy lejano «chupando un palo sentados sobre una calabaza» como reza una canción sembrada en mi memoria (De vez en cuando la vida, de mi amado Serrat).
Ya puede Darío Vivas amenazar con sus colectivos (en abierto desprecio a Padrino López). Ya puede Putin gruñir en ruso modelo KGB desde las estepas. Ya pueden mostrarnos miles de venezolanos disfrazados de milicianos. Llueve en Margarita. Fuerte. Las tijeretas se guardan mientras cae el torrencial aguacero. Pero tan pronto escampa, plenan el cielo sobre el mar y uno las ve zambullirse y salir del agua habiendo pescado.
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