Ya lo sé. Sé que digo y escribo cosas que incordian a muchos que se sienten más cómodos en posiciones blanco y negro. Esta situación que vivimos hace que algunas retinas pierdan la capacidad para distinguir tonalidades y colores. La rabia y la indignación también hace su aporte a lo que llamo ceguera política, enfermedad de la que cualquiera de nosotros es paciente potencial. Pero yo no digo o escribo para la alabanza. Lo hago a pesar del aplauso y también del chorro de insultos que me obsequian. Creo que ambos, halago y denuesto, vienen con el territorio del oficio. Y nunca en toda mi vida le he temido a la controversia. Antes bien, le doy la bienvenida.
Digo y escribo – y lo sostengo- que confundir chavismo y madurismo es un error de análisis, que nos aleja de las decisiones inteligentes. Que viene a ser lo mismo que creer que fueron iguales Trotsky y Stalin, Cristina y Perón, Ho Chi Min y Pol Pot. Al igual que ellos, el chavismo y el madurismo son «animales políticos» que lucen de la misma especie pero son diferentes. ¿Qué tienen en común Maduro y Nicmer Evans? En los pueblos se diría coloquialmente que no son iguales ni en el blanco de la pepa del ojo. Pero para algunos de corta y confundida visión, son chavistas y ya. Así despachan el asunto. Pero es simplismo y reduccionismo de los que nada productivo surge.
A Maduro y su combo, por ejemplo, no le interesa en lo absoluto el favor del pueblo. Ni ganar por elecciones. Chávez fue un caudillo. Uno más en la densa historia latinoamericana. Al que me opuse desde el 4 de febrero de 1992. Maduro es como la madre de Enrique VII de Inglaterra. Para él todo vale. Esta constituyente que está montando es su más clara metáfora. Maduro es un ser sin méritos, sin logros, sin esfuerzos. Es un «coleado» en la fiesta de poder que se montó alrededor de la hoguera de pasiones y disparates en que se nos convirtió el país. ¿Estoy defendiendo al finado o alabando su obra? No. Voy más allá de la frase corta de la que nos socorremos para sentirnos más cómodos en una circunstancia tan complicada. El chavismo sabe que cometió graves errores, cuya lista es larga. Y sabe también que pudo evitar el desastre. Y en cierto modo, está aceptando su responsabilidad, quizás sin desgarrarse las vestiduras ni hacer actos públicos de mea culpa y, afortunadamente, sin dar robustez al patético asuntillo del «tarde piaste, pajarito». Rodea su discurso político de «sí, pero…». Es cierto. Sin embargo, ahí está, de a poco poniéndose de pie. No para rescatar la cuarta república sino para evitar que Maduro mate a la quinta y lleve a la horca a la constitución que -hay que repetir- fue aprobada en 1999 y refrendada en 2007 con lo cual se hizo pacto social compartido.
Dije y escribí que hay hoy tres toletes en la escena política: el chavismo, la oposición y el madurismo. ¿Qué tamaño tiene el chavismo? Difícil calcularlo. Pero uno puede asomarse a ciertos datos duros como, por ejemplo, la enorme diferencia de votos que tuvo Chávez en su última elección y el número de sufragios que obtuvo Maduro cuando fue candidato presidencial. Otro dato duro es la pérdida de las parlamentarias. Si las presidenciales las ganó Maduro por un pelito de la nariz (si acaso las ganó), las legislativas las perdió por varios cuerpos. Por cierto, el gran perdedor en esos comicios fue Diosdado quien en lugar de ser destronado por Maduro fue temido por éste, acaso uno de sus más torpes errores. No tiene conciencia plena el señor Maduro de cuánto daño le ha hecho y le sigue haciendo Diosdado.
El chavismo sabe que cometió serísimos yerros en política y en gestión pública. Y está dispuesto a pagarlos. ¿Cómo? Pues como se pagan los errores en política, con poder y votos. Pasando a ser oposición, lo cual creo harán muy bien. Suponer que está en sus estertores es cuanto menos una tontería. Cambiarán el eslogan de «no volverán» por un «volveremos». Un giro de lenguaje que pasa de la defensiva del uso de la tercera persona del plural y conjuga el verbo en primera persona del plural.
No van a dejar de ser chavistas. Pero confundirlos con los maduristas y, peor aún, con los diosdadistas es un craso error que debemos evitar en estrategia y táctica.