Por: Jean Maninat
Hace cinco siglos (1521) y un tantito, cientos de gachupines (españoles) y miles de combatientes Tlaxcaltecas, Totonacas, Texcocanos, Cholultecas, Huejotzingas y otros pueblos vasallos tomaron por asalto Tenochtitlan, capital del Imperio mexica. Los unos buscaban oro, los otros liberarse del cruento yugo del señorío mexica. Así comenzó la conquista y construcción de ese complicado portento que hoy llamamos México y que ha causado un diferendo diplomático del tamaño de una carta pidiendo excusas por haber tenido lugar.
Lo que pudo haber pasado por la boutade de un presidente dado a las chanzas pretendidamente ingeniosas, se ha convertido en un hipo diplomático con aires de espina atravesada en garganta protocolar: la exigencia del presidente López Obrador al rey de España, Felipe VI, de que pida disculpas por los atropellos cometidos durante la Conquista y el período colonial en México, se ha convertido en un requisito para que el monarca español sea invitado a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, como presidenta de México.
A ver, si usted reclama una deuda de hace quinientos años en nombre de unas víctimas que no le dejaron firmado un poder notariado para hacerlo, ni tan siquiera una piedra tallada con su busto de perfil, o una inscripción al pie de un monumento sagrado, es como de un ego sobredimensionado pretender convertirse en el representante litigante de un pueblo originario cinco siglos después. Si al menos sus progenitores lo hubiesen bautizado con un nombre de raigambre nahua, como hizo el presidente Lázaro Cárdenas con su hijo Cuauhtémoc, pero no, le aventaron nada menos que el castizo Andrés Manuel López Obrador, como si de un cantaor de flamenco se tratase: André Migué, el Pejelagarto de la Isla, o un chef-propietario de restaurante de renombre, El asador de Andrés. Pero… habrá algo más pijo y digno de Hola que firmar con los dos apellidos: el Marqués de López-Obrador fue visto protestando en contra de la Conquista en las Cibeles… No mameyes.
Más bien habría que darles las gracias a Ramón López Velarde, Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes, Leopoldo Zea, Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Elena Garro, Sergio Pitol, Enrique Krauze, Juan Villoro, Álvaro Enrigue, (y cómo no, a Sor Juana Inés de la Cruz y Jorge Ibargüengoitía de épocas tan alejadas entre sí y gentilicios tan abrumadoramente mexicas), por haber contribuido a enriquecer y recrear la cultura que se piensa y escribe en la portentosa lengua que es el español. (La lista es larga y la memoria tropieza, añada aquí su escritor o escritora mexicana de preferencia).
Si de cartas vamos, los herederos del emperador (huei tlatoani) Moctezuma y todos sus descendientes, deberían escribir una carta pidiendo excusas a todos los pueblos que avasallaron, extorsionaron, pillaron y sacrificaron a su alrededor, y el Gobierno de México a los herederos de los pueblos apaches, a quienes robaron, diezmaron y casi desaparecieron durante las Guerras Apaches que se llevaron a cabo junto al ejército gringo de entonces. O, fíjense, levantarle una estatua en medio del Zócalo al Subcomandante Marcos en reconocimiento a sus luchas por los pueblos chiapanecos actuales. ¿O unos tienen que excusarse por su historia y otros no?