Las dicen sin miramiento alguno, sin que les tiemble el pulso, sin que se les mueva un músculo de la cara. Es el ejercicio del descaro con propósito. Algunas son directamente mentiras; otras suponen agarrar algo que es verdad y adosarle algo que no lo es, para que entonces el resultado sea una distorsión; y también hay siembra de falsedades. Con eso rellenan programas de opinión en tv y radio y saturan las redes.
Así, sin empacho, sueltan que la AN está en contra de elecciones, cuando la verdad es otra muy distinta. La AN quiere que se nombre un nuevo CNE siguiendo al pie de la letra los procedimientos de ley para que el organismo electoral dirigido por nuevos rectores haga todos los cambios estatutarios, reglamentarios y operativos que garanticen procesos electorales limpios, justos, transparentes, confiables y en los se garantice la participación de electores y elegibles. La AN no quiere nombrar un CNE para unas aisladas elecciones parlamentarias. Porque el lío de un presidente cuyo origen está en unas elecciones ilegales (lo cual lo vuelve constitucionalmente ilegítimo) es mayúsculo y solo se resuelve con una elección presidencial, para lo cual es imprescindible un nuevo directorio del CNE que arregle los entuertos provocados por un directorio que, con la anuencia de un TSJ con unos cuantos magistrados ilegalmente sobrevenidos y una ANC ilegal e ilegítima, convocó y montó una elección presidencial ilegal e inconstitucional, que originó un presidente inconstitucional e ilegal.
La AN no está en desacato. Eso es un disparate de marca mayor. Ella, la AN no puede dar por válida tal calificación, razón por la cual debe proceder a hacer lo que tiene que hacer. De allí que haya iniciado el proceso de designación de nuevo directorio del CNE. Cómo debe ser.
No es cierto que no queremos participar en elecciones. Sí queremos. Pero queremos elegir, no conformarnos con votar en procesos amañados y manipulados en los que la verdadera decisión del pueblo sea maniatada, confiscada o anulada. Repito, queremos elegir. Queremos que las elecciones sean la manera pulcra de limpiar el sucio institucional. No queremos un país donde se derrame más sangre, ni queremos que continúe este miserable estado de cosas. Pero tampoco queremos un país condenado a la mediocridad del peor es nada. No se construye un nuevo país, decente, próspero y productivo, con conformismos propuestos por gente con cerebros mononeurónicos que no hacen sinapsis, gentes que plantean falsos dilemas (que presentan como reales) y que como sobrevive en el agüita tibia (algunos incluso se han magnatizado) pretenden que el país entero se convierta en una nación condenada al decadedente tercermundismo en el que a ellos les va muy bien. No hay un miligramo de grandeza en el peor es nada.
Hay en Venezuela suficientes ciudadanos decentes, preparados, honestos y de calidad para ocupar todos los cargos públicos de elección popular o escogencia de segundo nivel. Hay que negarse a ser tolerantes a la mediocridad, a la falta de escrúpulos, a la moral y ética torcidas por conveniencias. Hay que oponerse con fuerza al «diez es nota y lo demás es lujo», a la brutalidad que improvisa, al oportunismo que recurrentemente se asoma por las esquinas. No se logra el cambio que necesitamos aceptando la teoría de la zanahoria o el garrote.
Mienten, falsean, tuercen la verdad.
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