Publicado en: El Universal
A nuestras generaciones, como a otras del pasado, nos correspondió enfrentar, sufrir y observar los movimientos revolucionarios y populistas, cuya versión más reciente es el socialismo del siglo XXI. La esencia de tales fenómenos es la movilización pasional, irracional, mítica, que exaspera el vínculo odio-amor-envidia que subyace en toda sociedad, para desmembrarla, romper la “cohesión social” que Chávez repudiaba. La erosionan, cultivan el resentimiento y la inquina entre grupos y finalmente liquidan la sociedad misma. Ricos-malos-y-pobres-buenos, profesionales-perversos-y-trabajadores-explotados, blancos-malos-y-morenos-buenos.
El inquilino al que “explota” el dueño de la pensión y el que anda en el metro porque otro tiene carro. El dueño del abasto encarcelado porque “especula al pueblo” en medio de una hiperinflación y una fantasmal guerra económica de la oligarquía y países extranjeros para encubrir el despalillado de una inmensa riqueza. La política no es la búsqueda del poder por medios pacíficos y civilizados, sino la matchpolitik, el enfrentamiento. Lo terrible es que el modelo se filtra hasta los tuétanos de las fuerzas originalmente democráticas, que dejaron a un lado su noumeno propio para ser clon del monstruo.
Se incrustan en asuntos tan sórdidos como la moral, el bien contra el mal, los decentes contra los vergonzosos, la fuerza contra el acuerdo, la calle contra el voto y demás dualidades funestas de principios que sustituyen el lenguaje, el razonamiento y la práctica democráticos. Vemos que la revolución entrampó y destruyó la sociedad en esa discrepancia maniquea y falsa, rechazada frontalmente en nuestra cultura desde San Agustín, y sus adversarios se autodestruyen en esa trágica operación, ser el nuevo chavismo de derecha que hace lo propio contra el “colaboracionismo”.
Quemado en la hoguera
De allí la “dignidad”, “la verdadera oposición”, los republicanos puros con un arsenal de bombas de aire, generalidades, invocaciones a los principios, jergas vacías que ilustran su total incapacidad para la lucha, como han demostrado hasta el hartazgo. Incapaces de construir siquiera un rancho, se manejan como pez en el agua de la calumnia y el vandalismo emocional contra quien razona políticamente. Su única aptitud consiste en manejar las bajas pasiones, la división y el aborrecimiento.
Son el nuevo peligro por su incapacidad para convivir con quien siquiera oiga otra música, y si les va bien sobrevivirían unos pocos meses en el poder (el 11 de abril aguantaron 72 horas apenas). Son buenos, como el chavismo, para manipular y despedazar, pero no saben ni poner un bombillo. Uno de los libros más importantes sobre la política, de tal dimensión como El Príncipe de Maquiavelo es la extraña y olvidada obra De los vínculos en general, de Giordano Bruno, escrito contra la Iglesia Católica y su poder espiritual sobre el mundo, antes del y en época del Renacimiento.
Todos pensamos que a Bruno, de los esenciales defensores del heliocentrismo, lo quemaron en la hoguera por negar que la tierra fuera el centro del universo, pero más que a eso se debió a su condición de mago, ocultista y detractor de la Iglesia. Es una de las obras que describe más perfectamente la manipulación de las masas a partir de utilizar sentimientos y valores colectivos. Para Bruno una de las propiedades del Mago es esa. Podría haber sido el manual del Chávez, López Obrador, Castro o Correa. Según él, hay que apuntar al eros, sustrato vulnerable y fundamental para manejar, manipular, a los humanos.
La envidia es amor al revés
“La envidia es la expresión del amor a uno mismo, no soporta que otros sean iguales o superiores y se torna en odio. La indignación (moral) es amor por la virtud… el pudor es amor a la honestidad… y la ira (frente a esos elementos) es una forma negativa de amor… por eso los platónicos llaman al amor el gran demonio”. El dilema debe ser planteado “en términos de tragedia” (los actuales revolucionarios dividen en amigos y enemigos del pueblo o verdaderos opositores y traidores de la oposición) para que los frutos sean abundantes. El “cazador de almas” puede introducir sus trampas y “vínculos” a través de la “emoción y la fantasía”. No puede sentir piedad o pudor:
“No hay nada que partiendo de los sentidos pueda llegar a la razón sin pasar por la fantasía”. “Procura no transformarte de operador en instrumento de los fantasmas”. El cazador debe ser frío, implacable, carecer de escrúpulos, mentir, calumniar sin el menor remordimiento. No existe la verdad “debes ser capaz de ordenar, corregir y disponer la fantasía, componerla según tu voluntad” (calumniar sin misericordia hasta a Teresa de Calcuta). “El operador creará todos los vínculos que quiera, la esperanza, la compasión, el miedo, el odio, la indignación, la paciencia, el desprecio por la vida, por la muerte, por la fortuna”.
Para observadores externos es difícil explicarse la sobrevivencia de un gobierno que es posiblemente el peor que hubo en América Latina. Pero también es difícil dudar que se debe principalmente a que los fenómenos analizados por Giordano Bruno en tiempos tan remotos como 1588 cuando se publicó el libro, parecen haberse apoderado de la sangre de demasiados que sustituyeron la racionalidad, la sensatez y el sentido sabio en la política, por el odio y la manipulación como sentimientos predominantes.
Puedes leer aquí el último artículo de Carlos Raúl Hernández, titulado «Querido Niño Jesús«.