Frente al espejo

Por: Jean Maninat

  Desde joven le gustaron los espejos. En ese mar de azogue se trasmutaba: era un cantante vernáculo o un actor de moda; a veces era él mismo y no le gustaba lo que veía reflejado. Así que aprendió a posar.

  No salía a la calle, abría la puerta de su casa y se zambullía en su espejo. Imaginaba que todos lo reconocían como él se veía a sí mismo. Sobre todo, se sentía aguerrido, valiente, capaz de emprender hazañas y vencer enemigos feroces que no existían.

  No era dado a la lectura, de manera tal que pobló su imaginación y su léxico de bravuconadas, de retrecherías, de latiguillos soeces que lo ayudaban a disipar la sensación de que no estaba a la altura. Así, suponía, eran los héroes llaneros.

  Desfachatados y guachamarones. Ser valiente consistía en esconderse tras las faldas de la violencia verbal. Las palabras altivas suplantarían el arrojo físico de los lanceros de Boves o de Páez.

  «La marina tiene un barco/ la aviación tiene un avión/ vamos a ver a los cadetes/ que ya están en formación» cantaba, por esos tiempos, Emilita Dago, con Los Melódicos. El uniforme… el uniforme impone valor, pero sobre todo temor. Y esta vez el espejo, su otro yo, le devolvió la imagen de un apuesto cadete, de ajustada casaca, pulidos bronces, y algún día, sable en la cintura.

  La Academia Militar no era exactamente lo que esperaba, era mucho el esfuerzo: respetar la historia patria y sus héroes; familiarizarse con batallas que tuvieron lugar en países extraños; memorizar las proezas bélicas de generales extranjeros de nombres endiablados; respetar rangos basados en el mérito y la templanza; brindar honor y respeto a la institucionalidad democrática. Había que ganarse el uniforme, darle paciencia a la impaciencia.

  Demasiada la prisa y poco el empeño. Siempre hay un atajo en forma de ensoñación. Mejor entonces transmutarse de nuevo. El espejo, su otro yo, le susurra que él es: ¡el hijo del Padre de la Patria!

  Todo está permitido para cumplir tan grande destino. Habrá que labrar sigilosamente la traición a la institucionalidad democrática que lo cobijó, cultivar acólitos entre los incautos y los avispados -toda empresa mirífica está repleta de ellos- enlodar lo bueno y medrar de lo malo. Hasta el zarpazo final.

  Los delirios cobran vidas. Jóvenes soldados que se desangran sin saber por qué. Desasosiego y turbulencia son los «heraldos negros» que ahora brotan del espejo. Nada salió como previsto: el pueblo no se volcó a la calle y las tropas no se plegaron al magnicidio previsto. En un museo militar poblado por los reflejos de batallas más loables, la parodia se rinde. El golpe de Estado ha fracasado.

  La cárcel es para algunos benigna. En las visitas semanales desfilan portadores de espejos de toda laya y tamaño. «Véase usted reflejado, es la imagen del futuro»; «finalmente encontramos a nuestro jefe, afuera lo esperamos pronto» le repiten los incautos y los avispados -toda empresa mirífica está repleta de ellos-.

  Esta vez, el espejo le da la razón. Ha valido la pena el ensayo y la mímica. Se ha trasmutado en un poderoso líder de masas. Los preteridos lo acogen, las élites se vuelven a equivocar y el país se convierte en un gran circo donde el histrión encanta y aplasta. Todo lo promete y poco lo cumple. A su vera, la sociedad se divide y se ensombrece sin alcanzar ni de lejos la tierra prometida.

  Todo ha ido quedando atrás. Tras catorce años, la función ya no convence. No basta remedar lo que una vez fue. Ya no escupe fuego, sólo luces de bengala. Los payasos que lo circundaban a duras penas salen de los camerinos. Los que creyeron en él se disuelven. La carpa itinerante está remendada y en la taquilla reposan las entradas pagadas que pocos recogieron.

  Convoca, una vez más, la suerte del espejo. Del fondo emerge un hombre joven, entusiasta y sencillo, dinámico y políticamente certero, seguido de multitudes alegres y decididas a cambiar. «Majunche, escuálido, este es mi espejo» le grita y sus nudillos vuelven a herirse contra la dura realidad.

Afuera hay ruido de bocinas, de risas y abrazos, de banderas tricolores que baten, de algarabía integradora. Es el 7 de octubre del 2012 y el flaquito acaba de ganar.

@jeanmaninat

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