Si uno se pone meticuloso a la hora de preguntarse sobre los factores de poder que deben asumir la responsabilidad de la salida de la crisis que hoy padecemos, puede hablar del trabajo de numerosos protagonistas, del compromiso de la mayoría de las fuerzas que ahora están en juego, pero es evidente que compete al gobierno la primera responsabilidad. Sin embargo, antes de pedir decisiones que corresponden a los políticos que controlan el poder, conviene pasearse por dos aspectos. Primero: la magnitud de la crisis. Segundo: hay aquí una dictadura insólita.
La actual crisis no se parece a ninguna de las anteriores, desde el punto de vista histórico. No guarda relación con los enfrentamientos con la dictadura de Pérez Jiménez, por ejemplo, ni con la salida que en la época se encontró. Las proporciones del enfrentamiento experimentado entonces fueron de carácter limitado, debido a que no involucraron a grandes sectores de la sociedad ni condujeron a tortuosas negociaciones. Todo fue más manejable, en consecuencia. La mayoría de las crisis anteriores, en especial las del siglo XIX, buscaron el desenlace de las guerras civiles porque no existían entonces otras fórmulas para dar paso a transiciones o a cambios de cierta profundidad. Los personalismos armados, las tropas obedientes a esos personalismos y una clientela campesina al alcance de la mano marcaron el derrotero de los avenimientos que terminaron por imponerse. Ahora todo es diverso, aun en relación con los eventos cercanos del siglo XX, sin que puedan establecerse analogías convincentes.
Así las cosas, pierden el tiempo los que buscan soluciones en la historia. No solamente porque la historia jamás se repite, sino, en especial, debido a las características excepcionales de la política actual, en cuyo desarrollo se han desbordado las aguas debido a la existencia de una crisis económica sin precedentes. ¿Aguas así de desbordadas antes? No las conozco, nadie me las ha presentado. ¿Salidas como las de antes? Imposible, o casi imposible, porque se vive un escena jamás representada en nuestro teatro. Se pudiera decir que todos somos debutantes, y que aprendemos el libreto a diario. Los guiones del pasado son inútiles. De allí que apenas se pueda pensar una salida que se construya desde la inexperiencia de los factores que dirigen el movimiento contra la “revolución”, si es que lo controlan de veras, para llegar a una definición que debe superar baches difíciles, entre ellos los que ponen las diferentes vertientes de la oposición.
Que la dictadura considere la alternativa de salir de sus graves aprietos no parece posible, pero no porque sea una dictadura, sino por los rasgos que la caracterizan. La dictadura de Maduro no se puede comparar con la de Gómez, ni con la de Pérez Jiménez, verbo y gracia, porque parte de sentirse o de presentarse como esencia de una revolución de izquierdas cuya misión es la regeneración de la patria. Tal sensación y tal presentación conducen a negar la existencia de un plazo de conclusión, en el entendido de que pesen esos aspectos en la prosecución del continuismo. Para esta dictadura, que ella se acabe es como si se acabara la historia. En caso de que esos puntos no pesen, como pudiera ser, en caso de que solo sean pretextos para la permanencia, la dictadura ha creado un antagonismo de alcance nacional e internacional que le impide buscar compañía, o algún tema de conversación en la orilla contraria. Tal vez suponga que no los encontrará, y por eso ha resuelto defender sus intereses con el respaldo de la brutalidad. La redondez de la dictadura, aunque sea frágil en su interior, le impide pensar que pueda existir un futuro sin ella. No puede, entonces, asumir el papel de componedora sugerido al principio.
Pero las crisis no son infinitas, no se consumen en calendas griegas. Se van agotando poco a poco, hasta llegar a la decrepitud. Hay que meterles mano, claro está, hay que hacer planos de ellas todos los días hasta topar con el puerto, a través de una faena de lucidez que solo llega cuando debe llegar, es decir, cuando algunos de sus ingredientes adquieren relevancia sobre el resto y están en capacidad de ponerle el cascabel para que anuncie la despedida con sus cansados pasos.