Por: Asdrúbal Aguiar
La guerra híbrida – categoría reciente y de factura militar norteamericana, que adquiere suceso comunicacional tras la guerra de Rusia contra Ucrania, animada por China con vistas a La Era Nueva – se caracteriza “por la integración en tiempo y espacio de procedimientos convencionales con tácticas propias de la guerra irregular”. Sostiene Guillem Colom Piella, de la Asociación Española de Escritores Militares, que en esta se suman actividades de guerra informativa, guerra legal, ciber-operaciones, mezcladas “con actos terroristas y conexiones con el crimen organizado para la financiación, obtención de apoyos y asistencia”.
Las guerras del siglo XXI encuentran asidero y explicación dentro de un inédito ecosistema producto de un «quiebre epocal» a partir de 1989 y en el que se suma el agotamiento del socialismo real con la tercera y la cuarta revoluciones industriales, la digital y la de inteligencia artificial. La virtualidad y la instantaneidad entierran a la lógica de la experiencia territorial e histórico temporal de las sociedades y de la organización del poder desde sus orígenes más remotor. Es lo inédito.
Por vía de efectos, la deconstrucción cultural, la liquidez en las ideas como lo señala Zygmunt Bauman, paradójicamente hacen viable el sueño de Antonio Gramsci, marxista italiano que bebe en las fuentes del fascismo y cultiva el régimen de la mentira. El cemento de lo social no es la ideología sino la cultura, cuya destrucción ha de ser el objetivo eficaz de toda revolución, según este.
Tres hitos fundamentales se me hacen presentes a propósito de los señalados conflictos híbridos. Uno, la acción deslocalizada del terrorismo islámico en 2001 sobre las Torres Gemelas de Nueva York – símbolos de las libertades económicas en el capitalismo – que dejó sin asidero al Derecho internacional moderno. El otro, que le precede de manera coetánea, la campaña de medios orientada a denunciar la pederastia en la Iglesia de Roma, casualmente el custodio de las raíces judeocristianas en Occidente.
No se olvide que 61 periódicos de California, en Estados Unidos, destapan sistemáticamente 2000 historias, hechos del pasado en su mayoría ciertos, pero suficientes para disparar sobre los sólidos de la catolicidad fracturándolos; ello, a pesar de que, en la investigación realizada por el profesor norteamericano Philip Jenkins “el 99,7% de los sacerdotes católicos nunca se han visto implicados en este tipo de comportamientos delictivos”.
El tercer hito está a la vista. Lo comenté en mi reciente exposición ante el Grupo IDEA al abordar la cuestión de la Gobernanza Digital. Preguntaba sobre si ¿es razonable pedir de los israelitas y los palestinos, ambas víctimas de Hamás, mantenerse inermes – como lo pedía en 2005 el hoy expresidente español Rodríguez Zapatero – frente a actos de arbitraria desestabilización e inhumanidad ante la inacción del órgano de seguridad encargado de hacer valer la autoridad del Derecho internacional como Naciones Unidas? ¿Acaso no observamos el choque de relatos que avanza, aquí sí, a nivel global y sobre las redes, desde el instante en que se ejecutan los atentados terroristas contra los judíos? Se travisten los hechos y se exacerban los prejuicios. Lo que es más grave, tras el argumento falaz de la imparcialidad informativa se homologan la maldad absoluta y quienes luchan por sostener el sentido primario de la vida y las libertades. Esa es la guerra híbrida.
Debo decir, entonces, que el germen de la guerra híbrida o asimétrica y su marca de fábrica – salvo la cuestión del Lawfare o la judicialización del enemigo, forjada desde el Foro de Sao Paulo y renovada por el Grupo de Puebla treinta años más tarde – es de neto origen venezolano. Precede al trabajo del Pentágono de 2005.
Tras el referendo revocatorio de 2004, que el Centro Carter le quita a la oposición en Venezuela para moderar a Chávez, éste, antes bien, anuncia en noviembre “La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana”. Abordo sus contenidos en mi libro El Problema de Venezuela (2016).
Al margen de su realidad o irrealidad, en líneas gruesas y precisas plantea Chávez la guerra asimétrica, que es internacional y también interna o endógena. Al referirse a La Nueva Estrategia Militar Nacional impone como tareas para la Fuerza Armada una mayor relación con las “misiones sociales” cubanas y una mejor relación “con fuerzas armadas amigas” en Latinoamérica.
Advierte sobre la necesidad de prepararse para abandonar los métodos convencionales y aprender de “la experiencia de la lucha guerrillera” con asistencia de exguerrilleros venezolanos. El teatro de operaciones se concreta en “las acciones defensivas en la zona fronteriza con Colombia (…) por la implementación del Plan Colombia”, según reza el documento presidencial.
La Nueva Etapa manda a “educar a la población en los principios militares de disciplina, amor a la patria, y obediencia”. Promueve la unidad cívico-militar “para acciones de seguridad” o, mejor todavía, “la incorporación del pueblo a la defensa nacional a través de la reserva militar”. Pide Chávez a sus alcaldes, expresamente, identificar a los “patriotas” que venidos del pueblo han de hacer parte de la reserva, según que uno sea “tirador de fusil”, “francotirador”, o “lanzador de granada”. Ya contaba, según lo dice, con 100.000 hombres.
Al plantear la guerra asimétrica – que la proyecta híbrida una vez como pacta su acuerdo logístico con la narcoguerrilla de las FARC en 1999, sumándole el control de los medios de comunicación social para imponer sus narrativas, y encomendándole a Cuba la instalación y control del andamiaje digital necesario para tales fines y al objeto, asimismo, de sujetar la data electoral – afirma Chávez lo siguiente: “Hace tres años atrás éramos Cuba y Venezuela, a nivel de gobierno, y ahora cómo ha cambiado la situación”. Y prosigue:
“Se han venido definiendo dos ejes contrapuestos, Caracas, Brasilia, Buenos Aires (…) sobre el cual corren vientos fuertes de cambio (…) [y que] el Imperio – es su criterio – va a tratar de debilitarlo siempre o de partirlo, incluso”. “Existe el otro eje, Bogotá – Quito – Lima – La Paz – Santiago de Chile, (…) dominado por el Pentágono”. “[L]a estrategia nuestra debe ser quebrar ese eje”, dice.
La forma de hacerlo como guerra híbrida la explica Chávez así, en sus láminas:
“Desarrollar una estrategia de divulgación e información hacia los EE.UU. para neutralizar elementos de acción imperial contra Venezuela” y crear “grupos de formadores de opinión, comunicólogos e intelectuales para contribuir a conformar matrices de opinión favorables al proceso”. “[U]tilizaremos todas las estrategias posibles, desde una estrategia de defensa móvil frente al gigante hasta el ataque. No está prevista la invasión a los Estados Unidos, …”, indica, ya que su guerra, como se constata, es híbrida.
En cuanto a lo actual nuestro, cabe recordar que Chávez suma a Guyana, en 2004, como aliada para su estrategia y le paga un costo elevado. Ha demandado a Venezuela ante la Corte Internacional de Justicia.
“Ahí está también Guyana. Por razones geopolíticas y del reclamo territorial, nosotros hemos estado siempre lejos de ese país, pero Guyana es un pueblo hermano, es un pueblo subdesarrollado, y hay un gobierno allí que pudiera ser un gran aliado”, enfatiza en su discurso sobre La Nueva Etapa.
“Gobiernos de extrema derecha, subordinados a Washington, nos quisieron empujar a una guerra con Guyana, cuando en Guyana mandaba Forbes Burnham, para tratar de quebrar el movimiento socialista guyanés. Quien gobierna Guyana hoy es un hombre joven, el presidente Bharrat Jagdeo, que viene de esas filas, aun cuando es de línea moderada, no es un neoliberal”, añade.
“Tenemos que atraer a Guyana hacia la integración de Suramérica. Con Guyana, aun cuando ellos descienden de ingleses, hay raíces comunes: la música, el color, esa liga de negro con indio, los amerindios y europeos”, concluye.
Chávez, por lo demás, no se refugia en su patio. Avanza hacia el plano de lo global y lo logra.
“El acercamiento a España es algo vital para nuestra revolución, para nuestro gobierno”, plantea, y prosigue: “Los enfrentamientos entre los fuertes debe[mos] aprovecharlos… para [nuestra] estrategia”. “En las repúblicas ex soviéticas … queda un nutriente… Ahí quedó una semilla que ahora parece está rebrotando”. “China tiene mucho dinero y quiere invertir en estos países. Vamos a invitar a esos capitales chinos. Estamos en el nuevo momento, ellos fortalecidos, nosotros fortalecidos, es el momento de ensamblar”, aduce.
Cabe, pues, una observación que es máxima de la experiencia y corolario inexcusable de lo explicado. El poder militar de Occidente, sujeto al Derecho internacional humanitario, atado a reglas desde 1945, a pesar de su superioridad material y supremacía tecnológica como para lograr objetivos rápidos sin daños colaterales, se encuentra inhibido y en palmaria desventaja ante las guerras híbridas del siglo XXI. Llegan desasidas de cánones y ataduras éticas, guiadas por el relativismo, son explotadoras de la virtualidad y la instantaneidad dominantes, buscan vencer en el teatro de la opinión pública, sin mengua de verse derrotadas en el territorio. Es otro el nuevo paradigma del poder.