Publicado en: El Nacional
Por: Alicia Freilich
No hay un rojo más intenso/que los grises del Guernica…
Jorge Drexler, cantautor uruguayo, n. 1964
El bombardeo franquista del pueblo vasco en 1937 masacró a sus 5.000 habitantes y dejó 64.000 víctimas sumando las de sitios aledaños. Todos civiles. No había tropas adversas en esos lugares. Saldo aproximado aún sujeto a continua investigación documentada.
Lo firme sin dudas es el mensaje pictórico que por encargo español deja con ese nombre, ya símbolo universal, el genio artístico de Pablo Picasso, para el tiempo del suceso radicado en París. Leído aquel recado de imágenes a lo largo de la pasada centuria, fue una clara advertencia del fascismo sobre el alcance de su perversa metodología. Lejos de las trincheras, matar indiscriminadamente a posibles o seguros enemigos desarmados desde el ataque sorpresivo, por igual en su tranquila rutina, mediante deportación súbita justificada como salvador desplazamiento preventivo (los trenes hacia el campo de concentración antesala de la cámara de gas), destrucción física de las construcciones en los guetos ya vaciados o con algunos ocultos sobrevivientes a fin de eliminar todo rastro de vida pacífica. Hacer tabla rasa del pasado.
Pero el judaísmo se autodefine como “pueblo del libro”, no permite imágenes para el culto religioso pues las considera signos de rituales paganos, venera para leer a diario su Antiguo Testamento y lo protege bien resguardado en sus templos.
El levantamiento del gueto de Varsovia contra la invasión nacionalsocialista cumplió 80 años este 19 de abril. Los encerrados a juro, conscientes de su fatal destino, describieron a tiempo sus macabras experiencias con letras nítidas y fotos rudimentarias. Las enterraron en latas y son la evidencia incuestionable del sistema exterminador que es norma en los fascismos de toda clase.
La mentalidad totalitaria teme, detesta y borra sus escasas huellas culturales propias y si lo dejan, totalmente las ajenas, en especial escritos y gráficos porque son pruebas acusadoras de sus canalladas. A veces su torcida sensibilidad y nula creatividad se centra en la música de sus ancestros mitológicos guerreros. El mismo soldado de la Gestapo y la KGB inventor y experto en torturas y matanzas llega al éxtasis y se paraliza por momentos en su acción agresiva cuando escucha notas musicales, en especial las del culto a Willhelm Richard Wagner. Quién sabe si no es casual que el nombre del ilustre compositor inspirado para sus creaciones en la cruel tradición mitológica germana es el apellido seleccionado que ostentan mercenarios asesinos al servicio de la Iglesia oficial rusa, cristiana ortodoxa y estos wagnerianos -ejército privado de Putin- que estuvieron en las represiones maduristas del año 19, usan ese apellido adrede como imprescindibles suplentes de las regulares pero debilitadas fuerzas militares putinistas. Otra muestra del miedoso fracaso estatal que a su vez calca la cobardía de su psicópata líder genocida.
Las actuales tomas televisivas de sectores ucranianos hundidos en sangre inocente y cubiertos de ceniza desde hace quince meses cumplidos el reciente día 24, se proyectan hacia el enorme cuadro del Guernica original en el que Picasso muestra el sufrimiento colectivo con énfasis en las madres suplicantes que buscan alguna respuesta del cielo mientras sostienen a sus criaturas inertes en medio de cuerpos desgarrados en fragmentos por la barbarie ahora perfeccionada con tecnologías del misil que en minutos incendia ciudades, pueblos, aldeas y campos. Tierras arrasadas.
Existe el Guernica trazado al día por un brillante artista de las artes plásticas, el venezolano Eduardo Sanabria, radicado en Estados Unidos. Así sea desde una mirada superficial, es profundo el impacto emocional que produce esta obra titulada “Venezuela, el horror y la esperanza” de 2017, año de la represión más cruenta para eliminar a civiles que en las calles de Caracas manifestaban pacíficamente contra el desgobierno Fuerte Tiuna Miraflores.
Fue inaugurada con honores académicos en la fachada del Centro Loyola de la caraqueña Universidad Católica Andrés Bello. Los fiscales de la Corte Penal Internacional quizás pueden recibir una de las cien copias que donó su autor por si todavía requieren más certeza de la veracidad testimonial que se amontona en sus escritorios y archivos digitales, pruebas de la maldad constitutiva del régimen militarista usurpador del poder en el territorio que fue Venezuela, de sus castigados y perseguidos civiles, de sus militares oponentes civilistas y del conjunto de la desaparecida República Civil. En ese espacioso mural, también se representa al ensangrentado gris del constante luto por la tragedia venezolana, plasmada la criminalidad del malhechor castrochavismo. Sus figuras encarnan los crímenes de guerra fratricida diaria ejecutados sin formal declaración de acciones belicistas, bajo control ruso desde Cuba, batalla enmascarada como triunfante revolución bolivariana. Sus millares de víctimas claman por justicia justa. Por ahora tampoco se puede contabilizar esta verdad con saldos precisos.
Pero el talentoso EDO las inmortaliza y lanza un angustioso grito de alerta. Los críticos de las artes visuales de todos los continentes enfrentan el reto pendiente de analizarlo al detalle y divulgar el contenido de sus atroces elementos figurativos. Un alarido vigente para países de toda esta región hemisférica que, si acaso reaccionan, lo hacen con lentitud y demasiado tarde.