La ideología monstruosa - Carlos Raúl Hernández

Guerra de liberación nacional – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

En la medida que avanzaba el siglo XX, historiadores, pensadores políticos, escritores, aislados de la mainstream cultural, enfrentándola, elaboraron una versión del imperio hispánico que hoy conforma una masa crítica que socava la historiográfica conocida en los bajos fondos como “leyenda negra” fake news que infama a los españoles de pueblo “atrasado”, “brutal”, “ignorante, violento”. Pero 20 millones de Km2 y 62 millones de habs. de Hispanoamérica, Europa, Asia y África, fueron parte integrante de esa “bestialidad” que con su “incompetencia, atraso y maldad” los hizo progresar por 300 años. De los responsables de la leyenda negra es un notorio hater o influencer de la máquina del tiempo, precursor de Eduardo Galeano, aunque éste tiene a favor haberse retractado al final: Bartolomé de Las Casas, publica Breve historia de la destrucción de las Indias, un compendio de disparates, mentiras y exageraciones, un saco de ratas muertas para ganar el favor de Carlos V, que de inmediato se editó en todas las lenguas europeas para desacreditar a España. De él un erudito tan incuestionable y sobrio, Ramón Menéndez Pidal, hace un retrato (hoy silenciado) que lo desnuda. Lo convierten en un absurdo epítome de la defensa de los Derechos Humanos, callan sobre su racismo contra los negros, su tracalería intelectual y ser impulsor del comercio de esclavos africanos. El falso genocidio que destruye el paraíso indígena, es una ideología que nace del luteranismo contra la Iglesia Católica y lo asumen otros dominados por España: Italia, Holanda y luego la hacen suya la Ilustración y el liberalismo.

“África comienza en los Pirineos” le atribuyen a Napoleón, Dumas y Stendhal, y lo repite la izquierda española, que aún hoy odia la corona y pretendió fundar una sangrienta república soviética en 1936. La capitana de la heterodoxia actual, es la malagueña María Elvira Roca Barea, autora, entre otros, de dos libros salerosos, rupturistas, de dimensiones epistemológicas gigantes, Imperiofobia (2016) con 28 ediciones, 130 mil ejemplares y Fracasología (2019). Un terremoto del pensamiento, junto a estudiosos de diversas generaciones, países y vertientes, Gustavo Bueno, Juan Miguel Zunzunegui, Paloma Hernández, Marcelo Gullo, Fernando Cervantes, Pedro Díaz Villanueva, Borja Cardellus, Alex Claramunt, Alberto Ibáñez, Regina Grafe, et.al. De orgullo para nosotros es la presencia en esa brigada del venezolano Carlos Leañez. Gran parte de lo que digo aquí lo produjeron ellos, a los que escarbo con delectación intelectual y también pragmática, para entender la ideología indigenista-populista que asfixia a Hispanoamérica. Hay que estudiar sin prejuicios, porque la memoria colectiva corresponde a intereses no científicos, sino políticos o ideológicos que embaucan sociedades. El indigenismo resume lo que oí a una guía turística en Machu Pichu, “los indígenas eran felices, hasta que llegó Pizarro a matarlos y esclavizarlos”. Un grupo de intelectuales, se reúne, inventa una “identidad indígena” que los populistas utilizan e imponen. López Obrador, presidente de México, hoy reclama una disculpa de los españoles “por la conquista”.

Y pasa por bolas el Tratado Guadalupe Hidalgo, firmado en 1848 por las élites mexicanas para entregar la mitad del territorio que legaron el virreinato de la Nueva España y su forjador, Hernán Cortés. Muy lejos de “genocidio”, los indígenas morían de la viruela y gripe, porque sus sistemas inmunológicos no podían reconocer virus extraños del ganado y los europeos. Es como si éstos acusaran un “genocidio”, porque a la mitad de su población la mató en 1300 el virus de la peste negra que venía de Asia Central. En América, como en África y Europa antes de la expansión romana, pueblos aislados, sin vínculos salvo el odio, que se mataban y esclavizaban unos a otros. Los edenes indígenas estaban regidos por monstruosas tiranías, violaciones, saqueos, esclavitud, sacrificios humanos. Malinche proviene de una de las gens oprimidas, fue víctima de violación y esclavitud sexual por obra de los mexicas o aztecas. En Mesoamérica los mexicas, a los que cambian el nombre por aztecas en siglo XIX, en el sur los incas y mapuches, estaban rodeados de pueblos que se rebelaron e hicieron la conquista. Según Zunzunegui, los aztecas, por ejemplo, eran solo 8% de la población mesoamericana, tenían apenas cien años controlando Tenochtitlan y luego de la caída de la ciudad en manos de Cortés, en 1522 se extinguieron, pero ideólogos dicen que los mexicanos son sus descendientes, no del restante 92%.

Es insólito pensar que Hernán Cortés, 500 hombres, 8 arcabuces y 12 caballos, toma una ciudad de 200 mil habitantes, sin una red de alianzas con tlaxcaltecas, xochimilcas, azcapotzalcos, totonacas, texcocanos, cholultecas cempoales, mixquic, chalcas, tarascos y decenas de pueblos más, desangrados por los aztecas. Comanda con Malinche 150 mil guerreros en el primer movimiento de liberación nacional de Hispanoamérica. Muchos se bautizan y se hacen cristianos para sellar la alianza con los españoles. Descargar la “terrible conquista” en Cortés y Malinche y no en las comunidades esclavizadas, sirve al falso indigenismo para ocultar posteriores 300 años de mestizaje activo y que el imperio subsistió porque era aliado de la población local, igual que hizo el imperio romano. De no ser así no hubiera sobrevivido. Calculan que la población aborigen era de 20 millones y había 200 mil españoles, uno por cada 100 Kms. Entre los muchos pueblos nahualt que ocuparon Mesoamérica, los mexicas o aztecas eran pocos, pero los mejores guerreros entre aquellas comunidades en la Edad de Piedra. Llegaron de los hoy Utah y del desierto de Nevada por 1300 d.C y un siglo después habían sometido a las demás poblaciones. La característica esencial que los define es el sacrificio humano en honor al dios del sol, Hitzilopochtli, para que saliera en la mañana, por supuesto, excluidos ellos mismos (eran muy creyentes, pero no bobos) y los pueblos sometidos pagaban tributo de sangre.

A diario arrancaban el corazón a cuarenta o cincuenta personas, con cuota de niños para el dios de la lluvia, para que su llanto se convirtiera en agua. Luego arrojaban los cuerpos desde lo alto de las pirámides de Teotihuacán, para que el público los devorara. Eso hace apenas 500 años cuando el sacrificio humano estaba prohibido por Abraham de nuestra cultura desde cuatro milenios atrás, cuando el ángel sustituyó a Isaac por una cabra. El final de Ifigenia la princesa griega, es ambiguo, Su padre iba a sacrificarla para que volvieran los vientos y poder zarpar, pero la leyenda tiene finales contradictorios; en la predominante, Artemisa la salva y la cambia, igualmente, por un animal. Los aztecas asesinan entre 15 y 20 mil personas al año, pero Diego Rivera describe en los murales del Palacio Nacional a los españoles como una manada de criminales e inquisidores dirigidos por un degenerado Hernán Cortés, el creador de México y donde la Inquisición solo mató tres indígenas en trescientos años. Los hispánicos dejaron un México territorialmente inmenso, 30 grandes ciudades, 33 universidades, 1196 hospitales (un genocidio extraño), carreteras, vías de penetración y una enorme población mestiza. Hay 43 ciudades hispanoamericanas que según UNESCO son Patrimonio de la Humanidad. 31 de ellas las creó el Virreinato de la Nueva España. México tiene 130 lugares declarados Patrimonio de la Humanidad y 90 pertenecieron al Virreinato de la Nueva España. El resto son paisajes naturales.

 

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