Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Una suerte de psicosis guerrerista recorre Europa, y el mundo o gran parte de éste. Primero que todo que Rusia no se conforme con el pedazo de Ucrania que probablemente un día no muy lejano tendrá. Rusia con su Putin y con el más grande arsenal nuclear del planeta, que se siente predestinada a rehacer un gran imperio. O un eventual mano a mano entre China y Estados Unidos, por ejemplo a propósito de Taiwán, para referir a algo concreto y explosivo. O un conflicto en el mundo árabe, propiciado por los espantosos crímenes de Netanyahu contra la población de Gaza, que parece querer hacerla desaparecer, no darle un humano futuro y que tienden a expandirse. Dejemos de lado África, antes que todo, y América Latina siempre colgando de sus miserias y su atraso que son combustible para la violencia.
Los países aumentan sus presupuestos para producir destrucción y muerte, como si fuese poco lo que se gasta, en vez de atender la pobreza y la desigualdad del planeta. El hombre tanático de Freud, cada vez más poderoso, gruñe como un animal prehistórico, saca sus más espantosas pesuñas. Y, sobre todo, tiene hoy todo lo necesario para que la fiesta de la especie termine, definitivamente, poder que antier no tuvo. La cuarta guerra mundial, decía Einstein, será –si es que es, acoto- con palos y piedras.
La guerra es la más terrible de las peripecias colectivas humanas y la más constante a través de siglos y milenios. Es, quizás, lo que nos haga pensar sobre lo torcido que nos engendró la evolución, y que a lo mejor ese lado demoníaco puede terminar por prevalecer sobre la Novena Sinfonía, El Quijote o la Teoría de la relatividad…
Esas advertencias se han hecho lugares comunes, se oyen por doquier. Pero dado que vivimos en esta tierra de gracia, donde la felicidad desborda por doquier (La Guaira le da tres patadas a Miami, según Maduro), por segunda vez en mi vida oigo de cerca la palabra guerra. La primera fue con Colombia por las fronteras y hace decenios, ya olvidada. Ahora con Guyana.
La verdad es que no habría que exagerar, pero suceden cosas, no demasiado alarmantes pero suceden. Un esperpéntico referéndum, unas declaraciones muy claras de muy sólidas potencias anglosajonas que comulgan con Guyana, una pecaminosa política chavista-castrista que tiró la toalla con el secular conflicto antes de que brotara el maná petrolero, un Caribe sólidamente unificado, un ejército local que no se querella con extranjeros desde hace casi dos siglos… Pero, ojo, mi problema no es por ahora perder una guerra, es que haya una guerra. Que dos países pobres y atrasados en múltiples aspectos acaben gastando sus energías históricas y su ventura existencial en cumplir con ese mandato libidinal de matarse masivamente.