Por: Fernando Rodríguez
Hace mucho que Kant definía la crítica como aquella que establecía la validez de un discurso. Digamos que aquí y ahora necesitamos criticar porque todos sentimos que en el viraje que estamos dando, sin saber demasiado hacia dónde, los opositores necesariamente tenemos que someter a crítica no pocas cosas del ayer inmediato y del hoy para que sean francas y útiles las nuevas trayectorias, que no son menores sino como pocas veces decisivas para nuestra supervivencia republicana, si no lo creen pregúntenle a Trump.
Hay tantas maneras de mirar la crítica que se dificulta dar con algunas provechosas a nuestros humildes fines, acaso un mínimo prolegómeno. Se habla de crítica constructiva cuando esta no solo señala lo negativo de lo criticado sino que sugiere opciones alternas, con tono sereno y bienintencionado. O destructiva cuando malévola y frenética no quiere sino demoler lo propuesto y, casi siempre, al proponente. Hay hasta la autocrítica, la conciencia que se muerde la cola. Parece tan importante que muy generalizadamente se pretende, condición democrática, una educación crítica para que los jóvenes, con pluralidad y debate, no comulguen con ruedas de molino. Etcétera.
Pero aquí nos interesa una especie muy concreta y actual, que suponemos constructiva y autocrítica, hablamos de la que deben hacer los integrantes de la MUD y de los de esa paradoja que llaman los “opositores de la oposición”, que a pesar del mote no son gobierno. Asunto importante en un momento de estancamiento y de mucha confusión en una peligrosísima encrucijada. De manera que las formas y maneras de ejercer el pensamiento crítico es asunto importante, decisivo y que no podemos sino asumirlo para sanar los desesperanzadores e improductivos estados de ánimo. Diría una primera y curiosa observación, hay que hablar. Por hablar entiendo develar, razonar, comunicar, explicar. Afirmo que hablamos poco. Se mitinea mucho, pero esa manera de decir no tiene las características anteriores sino las de seducir emocionalmente, ¡venceremos!, o zaherir al enemigo, devaluarlo a los ojos de los combatientes, ¡payaso! La gente que camina por ahí tiene demasiadas preguntas, sobre todo si lee las noticias de los medios. Por tanto no sabe para dónde coger, ¿seguimos en el trimestre épico o somos entusiasmados votantes? Objeto imprescindible de clarificación, y de crítica. Otro tema, ¿estamos dialogando con el enemigo, porque confunde que se persiga con saña a alcaldes, a Baduel y seiscientos etcéteras y perdonen al rector Rondón o desechen los tribunales militares. ¿Y la fiscal y las dos asambleas y Smartmatic y en general la abominada constituyente y los innumerables atropellos del forajido contra la Constitución, la moral y las buenas costumbres, los olvidamos al menos por ahora? ¿No sería mejor hablar y hablar más o menos claro, hasta donde se pueda? Hay que hacerlo pronto, aunque duela.
Como la cosa es constructiva hay que diseñar la nueva ruta. Vamos a hacer una campaña electoral y eso implica una cantidad grande de movimientos que no se parecen a la gesta libertadora de ayer. Vamos a seguir en la Calle, la mayúscula se ha hecho de rigor, pero de otra manera supongo, para no chocar con lo anterior. Yo diría que el objetivo, muy mermado ahora, es el de mostrar poder cuantitativo, que somos la mayoría de los ciudadanos, y no guerreros contra las gloriosas fuerzas armadas que se preparan a darle una felpa a los gringos. Y si estuviésemos hablando con el gobierno, pues decirlo grosso modo y de qué forma lo hacemos. De manera que no aparezca Zapatero el día menos pensado desayunando o almorzando con el menos pensado. No somos mirones de palo.
Es muy probable que aclarar muchos de esos secretos mal guardados y que tanto daño hacen tengan al menos esa ventaja que tanto inspiraba a psicoanalistas y a grandes filósofos, liberarse y fortalecerse mirando de frente la verdad. La incertidumbre y lo reprimido siempre enferman. Hablar pues, sin adjetivos muy alambicados y vacíos, como se hace en las esquinas.