Por: Jean Maninat
Hasta el final es, sin duda alguna, una de las mejores consignas políticas de los últimos tiempos, es gaseosa y hace cosquillas en la nariz, es agradable al oído como cuando se destapa una Coca-Cola (pshhhhh), es talla única, a todas y todos calza, como las medias de nylon que usaban los atracadores de bancos en los viejos film noir hollywoodenses. Está enunciada a la altura de las expectativas de cada quien, es multicultural y entre sus consonantes y vocales se cuelan Héctor Lavoe y Yogi Berra. Es inclusiva, todes pueden utilizarle de alibi cuando no sepan qué responder a una pregunta certera. Significa lo que cada uno quiere que signifique. Es decir, no dice nada.
(Lo cual sería un conejo válido de sacar de la chistera si de prestidigitación política tratamos, pero no así en las empresas humanas que son responsables y rinden cuenta ante sus conciudadanos).
Veamos, si a un periodista se le ocurre preguntarle al administrador de la NASA: ¿Mr. So-and-So, hasta dónde piensan llegar con sus exploraciones a Saturno? Y el inquirido responde mirando al vacío mientras limpia sus espejuelos: ¡Hasta el final! Tengamos la seguridad de que al menos un jalón de orejas se llevará por parte del presidente de los Estados Unidos, vía su jefe de Gabinete. Ni qué decir de la burla centelleante en los ojos del indagador, micrófono en mano. O más prosaicamente, si le pregunta usted a un taxista por una dirección en una avenida infinita, de esas que recorren de norte a sur una gran ciudad, y le responde: te vas por aquí, derechito hasta el final, y allí le llegas, el catálogo de improperios que pasará por su cabeza será del calibre de unas páginas amarillas en China. La ciencia, la cotidianidad requieren de precisión. La emotividad se sostiene sobre pálpitos, magia, deseos que suplantan la realidad.
Claro, depende también de los gestos que acompañen la declaración de destino. Se puede poner cara severa, como regañando, marcando el ritmo de lo pronunciado con el pulgar y el índice formando una O, ¡no se engañen, señores, aquí vamos H.A.S.T.A. E.L F.I.N.A.L! También puede ser acompañada con mohín de transfiguración, de contacto con la misión que se tiene, de profunda emoción por el amor que profesa a sus semejantes. Se entrecierran los ojos, se suelta una sonrisa benefactora, y se exclama como un susurro: se los digo con todas mis fuerzas, con todas las ganas de luchar que ustedes me conocen, esto se acabó, vamos hasta el final… HASTA EL FINAL. ¿Quién no se emociona? ¿A quién no le trastabilla el ritmo cardíaco? ¡Tan solo a alguien que no quiera a la patria! ¡Que no quiera el cambio, ni a su mamá!
Y en Hasta el final, hay un repiqueteo de milenarismo, de día después, de último combate en contra del mal, cuando, ya derrotado, comience el Juicio Final y solo los justos puedan acceder a una vida plena, y los descarriados, los que no escucharon a tiempo el mensaje, se pudran en la eternidad sin encontrar la salida, sin recuperar la unión radical de cuerpo y alma. Por eso poco importa el cómo y cuándo, el qué hacemos en caso de que… la advertencia de que los otros también juegan, y mire usted a lo mejor es necesario preveer… Todo eso es superfluo, lo importante es que el mal será doblegado entonces, la voluntad es lo determinante cuando el bien está de nuestro lado. Es un mensaje reconfortante y los escogidos lo asumen con valentía y beneplácito.
¿Gorda, hasta dónde me quieres? Hasta el final, mi gordo…