Jean Maninat

Himnos – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La verdad es que conmueve verlos, justo antes del comienzo de cada partido, abrazados, hermanados por la misma bandera, por el mismo uniforme, por el nerviosismo ante la hora de la verdad, por el destino profesional que en poco rodará en forma de esférico, mientras con rostro grave, transmutado, alegre o desafiante, los equipos enfrentados cantan o musitan el himno nacional de su país. ¡Nunca el hombre ha sido más hermano del hombre!

Un breve zambullido en las aguas del lago Google y pescamos que, “el himno nacional más antiguo en uso hoy en día es el de los Países Bajos, el Wilhelmus…escrito entre 1568 y 1572”. Algunos han sido utilizados de facto por largo tiempo y adoptados en tiempos recientes como el italiano en 2017 (Il canto degli Italiani). Con los procesos de descolonización surgirían como sorgo liberado decenas de himnos nacionales para cantar las glorias de países recién fundados. Algunos serían encargados a comisiones para producirlos a la medida del solicitante, según su lado del cuento. La inmensa mayoría de ellos están unidos por un hilo de patriotismo edulcorado, mañoso y simplón. La Historia transformada en bizcocho recubierto con crema chantilly. (Salvo,  y perdonen la arbitrariedad, La Marsellesa y el gran himno industrial y proletario, La Internacional).

Pero no han inventado nada mejor los pueblos para diferenciarse de la humanidad, que esos relatos que conforman una narrativa (perdón, así se dice ahora) gloriosa de la que siempre salen bien parados y con el rostro lavado por la autoindulgencia. De tal manera que pueblos que no han ganado una sola guerra en su existencia terminan siendo guerreros heroicos, homéricos, vencedores de mil batallas, y pueblos que fueron hordas expertas en despanzurrar niños y mujeres, terminan siendo bucólicos pastores emergiendo plácidamente de la Eneida de la mano del mismísimo Virgilio. Ah, todos llevamos un héroe palpitante en el pecho, o un Buda reflexivo en la cabeza.

Disculpen, sin ánimos de ofensa al gentilicio de cada quien, pero en esta columna apátrida, cuando las oncenas se abrazan, y las gradas desgranan con fervor sus himnos, uno se pregunta si se sabrán la letra, completa, cada estrofa, o estarán mugiendo la melodía, en un acto multitudinario de desmemoriados, pintarrajeados con los colores patrios, murmurando oraciones paganas en cada penal, o gritando crueles condenas en contra del árbitro y los jueces de línea cuando anulan un gol. Debe ser terrible encontrarlos, uno solitario y con la camisa equivocada puesta en el vagón de metro equivocado. Una pesadilla underground.

Pensándolo bien, tiene sus ventajas no competir en un mundial, mucho más  aún nunca haberlo hecho, ni en sueños, y poderle ir a cualquier equipo, sin necesidad de cantar el himno nacional enfebrecido, besando el escudo de la camiseta, abrazado a un compatriota sudoroso y sobrexcitado, para luego caer en la más profunda depresión, maldiciendo el día en que se le ocurrió comprar boletos para tan lejos (y tan caros) con lo conveniente que hubiese sido quedarse en casa y verlo cómodamente en su sillón Charles Eames, sin que el vecino enloquecido en la grada de encima le rocié el cogote de saliva y microbios entusiastas, o el de al lado le ofrezca un trago de una carterita encaletada y previamente baboseada, que patrióticamente no podrá rechazar.

Ah, y no tiene que aprenderse, y lo que es peor aún, cantar, las melosas y rimbombantes  estrofas de su himno nacional en público y ante millones de personas en el mundo televisado.  Gloria al bravo pueblo que el… que el… que el ????…

 

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