Por: Soledad Morilllo Belloso
Pobre «comandanteeterno». Allá en el Cuartel de la Montaña el eco de sus gritos rebota en las paredes. Furioso. Revolcándose en la tumba. Dando de patadas al féretro. Nadie lo escucha. Es ignorado. Tanto que habló. Tanto que escribió. Tanta explicadera en infinitas horas de alocuciones. Tanta discutidera en reuniones a puerta cerrada. Y nada. No aprendieron nada. Nadita de nada. Y están hundiendo su revolución bonita. No comprendieron ni la «o» por lo redondo. ¿Qué parte de «sin pueblo no hay revolución»no entendieron? El pueblo que aplaude y que acepta esperar, esperar y esperar, hasta que la rana críe pelos o San Juan agache el dedo. Su última elección la ganó por varias cabezas. Y eso que ya estaba pidiendo pista. Pero el pueblo le creía sus promesas. Y la plata abundaba.
Y ahora Maduro le cae a patadas a la revolución y a su hija predilecta, la Constitución. Ahora hay tres pedazos: el chavismo, la oposición y el madurismo. No hay encuesta o consulta que le dé al madurismo ni una cuarta parte de apoyo. Y si los verdaderos chavistas no se separan, pues correrán con la suerte del cantante que perdió la voz. Off the record se acercan a la oposición, no para rendirse sino precisamente para no ser confundidos con esos que el pueblo ya detectó como billetes de treinta.
Siempre he creído que Chávez estaba persuadido que sobreviviría a la última intervención quirúrgica. Que no tenía sobre sí una sentencia de muerte. No pensó que Nicolás sería algo más que un emergente al bate en el juego. Hasta quizás su último respiro consciente estuvo convencido que se levantaría de su lecho de enfermo y seguiría siendo presidente. Entonces puso al que podría desalojar sin problemas. Los otros lucían como Gómez con El Cabito.
Y entonces nos dejó a Nicolás. El mayor derrochador de capital político que haya existido en toda la historia de Venezuela. Un presidente sin conocimientos, sin ingenio, sin liderazgo, sin capacidad de generar consensos, sin carisma, sin escrúpulos. Un presidente que mientras mueren venezolanos baila salsa. Un presidente sin compasión. Sin piedad. Un presidente hueco. Un presidente sin pueblo.
Mientras escribo estas líneas, cae la tarde. Hoy el país sufrió más. Lloró más y, también, se enfureció más. El pueblo tiene miedo, pero le puede la indignación. Los niños flacos de respeto y alimentos deambulan por los pueblos y ciudades. Ven una película. Eso que les dijeron, que los hombres de uniforme son héroes, se ha convertido en una fea mentira. Escuchan. Ven. Sienten. No es un videojuego. Hay balas, bombas, chorros de agua. Armas que hieren, que matan. Que desfiguran el país.
No sé en qué momento los guardias nacionales y los policías dejaron de ser venezolanos. No sé qué piensa ese PNB que veo en una foto mientras dispara el arma contra un muchacho. ¿En qué momento espantoso se convirtió en bestia feroz que anda en cacería de presas? ¿Cuándo aprendió a odiar de modo tan penetrante?
Maduro grita «Constituyente o guerra». Dios. Qué significa esa frase. Qué clase de amenaza contra el pueblo. No. Mil veces no. Ni constituyente ni guerra. Que la constituyente es precisamente es una declaración de guerra. En Argentina hace un montón de años un dictador inventó una guerra contra el Reino Unido. Es una historia triste de estupidez. Aún hoy hay veteranos de esa guerra pagando los platos rotos.
El país tiene hambre. Y sed. Acumula muertos, heridos, detenidos, perseguidos, presos. Y miseria y desempleo y destrucción. Las Santamarías se cierran. Y hay fantasmas que registran la basura. Las palabras no alcanzan para describir el absurdo. El gobierno le declara la guerra a los venezolanos. Y en televisión, dos hermanos de sangre se pelean en vivo y en directo. El chiquito, que ya no tiene edad para tamañas malcriadeces, hace la majadería de batuquear carpetas sobre la mesa. El mayor se queda atónito. No sabe qué hacer para ponerle freno a la patética escena. Se le inunda el rostro de tristeza. De pesar. De vergüenza.
El asfalto y la tierra se pintan de sangre. Las pieles se llenan de moretones. Y lo que no vemos es el alma de todos, esa tiene heridas abiertas. La historia se escribe. Con horrendos errores ortográficos.
@solmorillob