Luego de tanto que he dicho y escrito, parecería que huelga decir que yo creo en la conciliación y en la negociación para la resolución de conflictos. He estudiado mucho al respecto, he tenido mucho que ver con la redacción de ordenanzas y otros instrumentos legales referidos a acuerdos de convivencia y he participado en no pocos procesos de ese corte, exitosos y fracasados.
Pero esto que está planteado bajo los «auspicios» del grupo de Boston (renacido de las cenizas) con la intervención de un senador que va camino al retiro y con la «moderación» de Jim Tull está condenado al fracaso, por varias y gruesas razones. Comencemos por destacar que ha sido promediado con la notable ausencia de muchos representantes claves de la oposición; que no ha habido un acuerdo previo entre las oposiciones. Es decir, sin que las diversas posiciones de los ejes de oposición converjan en un mínimo común denominador (o un máximo común denominador). Los que se erigen como representantes de la oposición en esa nueva mesa, haciendo dibujo libre, y que plantean este «intercambio de ideas» no llegan a él con una tarjeta de presentación válida que significa que representan al archipiélago de oposiciones. Y eso, me perdonan, ese arrogarse representación sin tener un consenso previo es, ni más ni menos, un golpe de estado a la oposición, entendida como todas las organizaciones, asociaciones, grupos, partidos en particular y a la ciudadanía en general que se opone al régimen y que, que se sepa, no han otorgado a nadie poder de representación alguno para ni tan siquiera comenzar una conversa. Ello es arrancar muy mal, con los zapatos mal puestos, las camisas rotas y sin los lentes necesarios para la miopía y la presbicia.
El palabrero designado, Jim Tull, no vive su primera experiencia en Venezuela. Ya anduvo por estos lares en 2002 y su participación entonces fue un fracaso, pues no se puede calificar como exitoso un proceso que derivó en el aplastamiento por parte del gobierno (entonces de Chávez) de innumerables derechos civiles, políticos, económicos y humanos. Ahora regresa, como entonces a pretender deslumbrar con frases hechas y palabrerío con disfraz académico. Viene como couch. Y cuando todo falle, y fallará, se montará en el avión de vuelta a su casa donde dormirá sin necesidad de la ayuda de ambien. Al fin y al cabo, nunca pasará de estar involucrado para zambullirse en el territorio riesgoso y posiblemente doloroso de estar comprometido.
He conocido muchos buenos negociadores. Los he visto actuar y conseguir que las partes enfrentadas consigan construir acuerdos ganar-ganar. Son fantásticos para diatribas comerciales, laborales, sindicales y hasta en pleitos civiles como sucesiones, propietarios, divorcios, etc. Y me parece estupendo que cobren por sus servicios. Pero cuando se trata de conflictos políticos, me parece vergonzoso que actúen como si su participación (sea facilitación, moderación u otra) fuera un caso más, un ejercicio más. Porque los enfrentamientos políticos en los países no pueden ser resueltos bajo la premisa y directriz de alguien que tiene como oficio el ser palabrero. Nunca pasará de estar involucrado a comprometido. Eso es pervertir el sistema de la diplomacia, arte y ciencia que existe desde que los seres humanos se constituyeron en sociedad y empezaron a pelearse.
Pero mi problema no es con el señor Tull, quien no pasa de ser un aventurero más que se asoma en la escena. Uno que pesca en río revuelto. Este «intercambio de ideas», que nace torcido, no es ni de lejos lo que Venezuela y los millones de venezolanos necesitan y desean para conseguir construir una senda con algo de luz que nos permita salir de esta oscuridad en la que hemos caído.
Mi problema tampoco es con Lacava. Si representa o no a Maduro y todo el régimen, o si esto no es más que una movida del gobernador para posicionarse como sucesor en el trono, eso ni me va ni me viene. Importa sí que esto es un juego torpe de algunos que arman un concursito improvisado, una sandez con patas. Uno no sabe si son necios, tontos, cobardes, ilusos o coleados. O todo eso junto. Pero si ocurre este esperpento de prenegociación, será una zarzuela desentonada, un aullido a la luna de quienes no saben ya ni cómo aullar. Y, entretanto, Casilda y Juan y Pedro y Carmelita que se joroben, mientras éstos se reúnen en la comodidad de salones con buen aire aconficionafo en algún elegante hotel cinco estrellas de Caracas.
Soledadmorillobelloso@gmail.com
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