Por: Jean Maninat
A mediados del siglo pasado, en plena Guerra Fría temprana, la sociedad norteamericana sufrió de ansiedad colectiva frente a la expectativa, alimentada, de una inminente invasión comunista para acabar con el American Way of Life. Los estudios de cine de Hollywood (el verdadero tensiómetro de la sociedad gringa) llenaron las salas de proyección de películas de bajo costo y pésima producción, que describían la invasión del planeta tierra por fuerzas extraterrestres especializadas en destrozar ciudades con rayos de luz que todo lo derretían. En la imaginería aspiracional de los países subdesarrollados, cada casa norteamericana, además de un jardín bien podado, una piscina y un perro, contaba con un refugio antinuclear abarrotado de todas las comidas enlatadas que después copiaría millonariamente Andy Warhol. The communists are coming!
En la vida real, un ambicioso senador, Joseph McCarthy, auspició la creación del Comité de Actividades Antiestadounidenses para iniciar una cacería de brujas comunistas y todo lo que de alguna manera pareciera discordante con los valores patrios. Por doquier surgieron sospechosos, supuestos simpatizantes comunistas convertidos en espías soviéticos, en agentes del mal. Precisamente, los estudios de Hollywood: actores, guionistas, trabajadores y sindicalistas de la industria, fueron objetivo predilecto de la histeria anticomunista. El “macarthismo” fue acuñado como término para referir ese momento de persecución política y cultural. (Yes, la película Trumbo, 2015, retrata muy bien ese momento. Y yes, los ñángaras tenían cierto prestigio, relumbrón, entre la farándula cultural. Como las brujas, de que vuelan, vuelan, pero de allí a bajarlos de un escopetazo, hay un trecho).
Elon Musk se ha convertido, junto a Donald Trump, en uno de los principales Commiebusters, cazador de brujas rojas, trompeador de zurdos como su bro Milei, ídolo de los Magazuelans y látigo de los Kamalzuelans, uno de los tipos más mamones que nos ha regalado el mundo de la tecnología, ya de por sí, el reino de los mamones. Su principal blanco es una mujer no blanca, de insumisa sonrisa blanca, fama de implacable fiscal y para colmo, candidata presidencial del Partido Demócrata, Kamala Harris. Y, además, según Elon Musk, una redomada comunista. (Shhh, tranquilos, no se inquieten, según Musk, léanlo bien, según Musk, a nosotros no nos metan en ese enredo).
Y la verdad, cuesta imaginar a la vicepresidenta de la primera potencia capitalista, de joven, repasando Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico, de Marta Harnecker, escondida bajo las sábanas y con una linternita entre los dientes para que nadie la vea. Y menos aún imaginar a esa catarata de bonhomía que es su compañero de ticket, Tim Walz, aplicándole una descarga eléctrica en los genitales a un disidente para que cante de corrido La Internacional.
De manera tal que Magazuelans y Kamalzuelans a dormir tranquilos, la Casa Blanca se mantendrá blanca, no teñirá el rojo sus paredes, ni la bandera con la hoz y el martillo ondeará en su patio principal. Kamala no es comunista (y Tim Walz tampoco)…
N.B. El presente artículo pretende traer sosiego frente a señales de angustia recibidas desde el viernes pasado en nuestro buzón de asombros, quejas, mentadas y similares.