Jean Maninat

La caída – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Diríase que ha sido en cámara lenta, como un mal sueño del que no se despierta, o el descenso de una roca que se hunde alborotando espumas en el océano. Recuerda la introducción de Mad Men (la serie de televisión norteamericana), una figura humana de dibujos animados, como cortada a tijera, con traje negro y camisa blanca, se desploma en el espacio entre rascacielos, ligera, casi flotando, pero cayendo irremisiblemente, atraída por la ley del vacío, por el vértigo de la caída.

No, no es que la gente se agolpara en la acera por días, tras los cordones policiales, viendo inquieta hacia arriba, hacia la figura que hace equilibrio en el alféizar de una ventana, acompañando con un “Jesús mío, protégelo” cada paso en falso, cada desequilibrio de nuestro Buster Keaton de la política criolla. No, digamos que ya  las apuestas se cazaban sobre por cuál piso iría en su descenso hacia el pavimento, no sobre si se estrellaba  o no finalmente. No era fácil leer en los añicos de  vidrios rotos que dejaba a su paso, la  dimensión del colapso que se venía. Había aprendido la magia de los zombies para impostar que estaba vivito y coleando, cuando solo la inercia del oficio le daba un impulso motriz. Como un imitador de Michael Jackson creando la ilusión de caminar en el aire sobre un escenario. Con el tiempo y sus contratiempos se había convertido en un ilusionista.

Sus antiguos valedores, sus más afiebrados partidarios, el jefe de su cofradía, y la inocencia exaltada que todo lo tasajea con su hojilla agraviada, lo dejaron íngrimo, a la deriva en un aeropuerto, ligero de equipaje y de solidaridades, con la mirada perdida de quien busca una señal amigable, un letrero con su nombre escrito: Welcome Mr. So and So, o un agente con el Nuevo Herald enrollado bajo el brazo -como en las películas- que con un ligero movimiento del mentón le indique la puerta de salida hacia la Suburban negra y sin placas que lo espera bajo el luminoso cielo de Miami. Nada… ni un piadoso selfie con los pulgares hacia arriba y la sonrisa de oreja a oreja indicando entusiasmo y confianza en las luchas por venir.

Fue tan volátil su presencia interina, los apoyos de los poderosos que lo cobijaron interinamente, la lealtad interina de su maestro político, el fervor interino de sus más fervientes seguidores, la figuración interina que le otorgó la prensa, los medios audiovisuales y las redes; tan interino como fue el clamor de tantos que ahora le insultan, le gritan improperios frente a las cámaras de sus teléfonos, lo infaman cuando hasta hace nada se abrían las venas por él, lo idolatraban como al salvador, con los ojos extasiados ante cada uno de sus acertijos gramaticales que tan solo los más allegados podían deshilachar. Ahora le dan la espalda, lo niegan tres veces multiplicadas por tres.

Como si nada, vuelven de sus casas a sus asuntos, se sacuden de todo polvo antielectoral e inmediatista y se dedican con esmero a preparar una subasta de  candidaturas -con pasarela y noche de gala incluida- de improbable fortuna. La caída, nada tuvo que ver con ellos.

 

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