Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Desde aquel “Yo acuso” famoso de Émile Zola que ayudó sobremanera a revertir una sentencia premeditada e injusta contra un oficial judío, Alfred Dreyfus, a fines del XIX, se instauró la figura contemporánea del escritor comprometido, de la cual Francia fue por mucho tiempo paradigma. Jean Paul Sartre le dio su forma teórica más coherente y divulgada en “¿Qué es la literatura?” medio siglo después. Pero posiblemente siempre fue así, sobre todo si nos atenemos a estas palabras del propio Sartre: “El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también”. Por supuesto, esto da para una discusión inagotable: desde el dogmatismo del realismo socialista, a la manera soviética, al angelismo de ciertos cultores del artepurismo.
Solo diremos aquí que, a fortiori, las situaciones colectivas trágicas suelen, en formas más directas, reflejarse en las obras de pensadores y artistas. Incluido no pocas veces el activismo político, un peculiar militantismo. Aceptarlo no me parece demasiado pedir. Además, nos limitaremos a ese solo aspecto
Veníamos, antes de la devastación chavista, de una cultura bastante apolítica y hasta diría en exceso oficialista, subsidiada en su casi totalidad por un Estado benevolente y abierto ideológicamente, elitista y a más bien ostentosa. Como se sabe el aparato cultural prácticamente fue destruido, desde las exposiciones de los museos a las editoriales y todo lo demás. El sector privado trató de suplir lo perdido o bloqueado, pero apenas sobreviven una que otra galería y salen unos pocos libros. No quedan más de tres librerías civilizadas en Caracas. Las paredes de las ciudades están llenas de porquerías plásticas, mezcla básicamente de telurismo, militarismo y evocaciones fantasmagóricas de Chávez. No hay ningún servicio radioeléctrico donde se pueda oír música clásica. Las universidades fueron demolidas, columna vertebral de la nacionalidad pensante. Etc., etc., etc.
Sin embargo, de esas ruinas surge milagrosamente un libro o una muestra plástica o un ensayo… pareciera que el espíritu es difícil de matar. Todavía más, no pocos “intelectuales” han postergado sus temas para incorporarse al vocerío político. Para empezar, ese poeta metafísico que se llama Rafael Cadenas, il miglior fabbro.
Lo que queremos concluir, por ahora, es que si se está clamando para que los diversos sectores de la sociedad civil se manifiesten y reclamen no solo sus derechos sino los del país masacrado y saqueado, el llamado sector cultural sabe y puede hablar de maneras muy diversas y sonoras para sumarse al intento de superación de nuestra tragedia nacional. La prueba es que en los inicios de ésta algo gritamos al unísono y alguna repercusión habrá tenido. Después, como todo el país, nos fuimos hundiendo en el silencio.
Pensemos cómo volver a incorporarnos a la conquista de un mejor destino para esta tierra que pena. Acusemos.