Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Estuvo bien la fiesta, incluso algunos creen que es una suerte de preludio del acto final. Quién quita. Quién pone. Todavía no amanece. Pero a otra cosa, caramba.
Como quiera que el tema de los temas del planeta actual es el mismo planeta actual, hagamos una nota al respecto de un tema esencial y bastante sepultado. Al parecer estamos entrando en otra era, la geopolítica está dando tumbos, las líneas mayores tiemblan, si no es que se borraron ya. Recordemos una, fundamental. La unión trasatlántica, por ejemplo, que acabó con Hitler, reconstruyó a Europa devastada por Hitler y derrumbó las estatuas que parecían eternas del comunismo estalinista. No olvidar el fin del colonialismo. Y hasta se vivió un veranito breve y prometedor de cambio de siglo que llamaron con ligereza y alegría fin de la historia. Era Occidente: Platón y Picasso, Tomás de Aquino y la Bahaus, el Louvre y el Moma, Marx, Freud y Einstein. Europa Unida y Estados Unidos líder. La democracia, la modernidad, la profusión tecnológica.
Hasta que se desató eso de que hablamos, un mundo encendido y devorándose sin piedad y a cualquier costo. De eso oímos hablar cada día con horror. Gaza, Siria, Sudán, Congo, Afganistán, Ucrania… y casi toda África, por el hambre o la violencia carcomida por los siglos y los siglos, las crueles dictaduras latinoamericanas y así. Y ver arriba la demolición de Occidente, crimen civilizatorio debido principalmente a los criminales civilizatorios de Putin y Trump que quieren matar a Europa y esta que no encuentra como permanecer de pie. Y China silenciosa creciendo y creciendo, una enorme y poderosa montaña analfabeta de libertad. Pero ese es el pan periodístico de cada día.
Lo que yo quería referir es lo que para mí esta debajo y determinando todo esto, la desigualdad monstruosa de la distribución de la riqueza humana. Marxista, claro, de Marx. De Piketty seguro. Lo que pretendo es hacer una mínima referencia a las recientes cifras periódicas del World Inequality Lab, un recordatorio mínimo apenas y solo eso. Vea: el 10% de la población más rica, 60.000 millonarios (el O,OO1 de la población mundial), posee el 75% de la riqueza humana, tres veces más que la de la mitad de la totalidad de la población (más de 4.000 millones). De paso, 540 millones de seres humanos viven en extrema pobreza, pasan hambre, mueren de cualquier cosa. Y esta desigualdad siniestra no hace sino crecer. Entre otras cosas, se ha podido afinar estas cifras incorporando el cambio climático y la diferencia de géneros. Despampanantes números: el 10% de los ricos del planeta producen el 77% de la basura climática y los pobres solo el 3%. Las mujeres —ojo, feministas— no solo tienen sueldos menores sino que los hombres ganan dos tercios más, si se computa el tiempo de trabajo familiar no remunerado.
En fin, se pudiera concluir que mientras esta desigualdad permanezca, y además crezca regularmente, los seres humanos se seguirán agrediendo como fieras. Y abordándola justicieramente encontraremos, para explicar el reino de la violencia, argumentos más densos que el deterioro psíquico de los grandes líderes o la estupidez congénita de las masas.





