Por: Luis Ugalde s.j.
Empezamos el año escolar lleno de dificultades e incertidumbres. En las angustias y dolores de la gente parecen pesar más el hambre y la falta de medicinas que nos acercan a la agonía física. Las penurias y desastres educativos pueden parecer de segundo orden, pero son más duraderos y nos van llevando a la muerte espiritual.
En el último año, el abandono escolar ha aumentado porque ni en la casa ni en la escuela hay comida. Desde hace una década la educación de gestión privada venía creciendo en pleno “socialismo del siglo XXI», pues las familias que pueden tratan de evitar la deficiente calidad de muchas escuelas oficiales. También los chavistas preferían para sus hijos los centros privados, excepto los de alto nivel que los inscriben fuera pagando en dólares. Pero más recientemente, la inflación desbocada del orden de 500% obliga a los centros a subir al menos 200% para hacer frente al pago del personal y a los nuevos costos de insumos y de mantenimiento lo cual obliga a duplicar o triplicar el monto de las mensualidades o cerrar. Las familias entienden esta necesidad, pero ¿cómo con dos o tres hijos pueden hacer frente a esas mensualidades? Muchos, en contra de su voluntad, tienen que renunciar a su escuela y poner el hijo en un centro oficial que no aprecian.
Educación en valores. El régimen se ha esforzado en convertir el sistema educativo en currículo de adoctrinamiento para formar “socialistas”. La escuela se ha vaciado de valores: el ambiente de desprecio a la vida y la falta de solidaridad y de aprecio del que es diverso, vacían la escuela de espíritu, ciudadanía plural y de construcción de familia y de nación.
La mal llamada Asamblea Nacional Constituyente (en realidad es Asamblea Dictatorial Constituida) que viola la vigente Constitución de 1999 propone cínicamente una ley contra el odio, tratando de ocultar con leyes lo que niega con su prédica y práctica. Hace casi 20 años el Líder Supremo prometió freír las cabezas de los adecos y sacar el demonio de la sotana de los obispos. Todo el que no está con el régimen es enemigo del pueblo, explotador y ladrón, lacayo del imperialismo, vendepatria, agente del golpe económico. Todo esto como valor supremo del “socialismo” que quieren implantar. No hay en el mundo un presidente que haya lanzado tantos insultos a tantos presidentes de América y de Europa como Maduro. Su siembra del odio no se puede ocultar con una ley hecha para perseguir a los opositores. Todo esto es anti educación que mina el espíritu de convivencia, solidaridad y ciudadanía, que deben reinar en el país y en la escuela, para juntos construir la república.
Pero el mayor ataque a la educación es el sistemático castigo a los educadores. Miles de ellos se han ido del país por la discriminación y presión ideológica y el creciente empobrecimiento que los deprime a nivel o por debajo del salario mínimo. Los sucesivos aumentos salariales disparan más la inflación y en pocos años han reducido el poder adquisitivo a la mitad. De este empobrecimiento no se escapan las universidades. Cuando en reuniones internacionales informamos lo que gana un educador en Venezuela, no se lo creen ni siquiera los educadores de los países más pobres de América Latina. Las universidades autónomas están desmanteladas, varias han perdido 30% de sus profesores y llevan 8 o 10 años con prohibición arbitraria de elegir sus autoridades. Cientos de miles de estudiantes se ven obligados a dejar la universidad para buscar sustento, o a abandonar el país en procura de oportunidades y esperanza.
Estos problemas educativos que afectan a toda la sociedad se agravan en los sectores más pobres. Un botón de muestra: La educación inicial de los niños menores de 5 años es decisiva para el resto de la educación y de la vida. Pues bien, en los sectores más pobres la mitad de los niños no tiene ni kínder, ni multihogar, ni posibilidad de atención en la familia; arrancan la vida en clara desventaja con otros sectores donde casi 100% va al kínder.
La educación en Venezuela está terriblemente castigada y en consecuencia es alarmante la incertidumbre y el desánimo que viven los educadores. El gobierno se centró en batallas de imposición ideológica y de control burocrático. Batallas por lo demás inútiles, pues los jóvenes salen hartos de eso y no creen en socialismos con hambre que los obliga a salir a mendigar esperanza en otros países. No me gusta escribir así, pero menos me agrada gastar tinta en dorar mentiras.
Un clima nacional y escolar con valores de vida y de solidaridad y esperanza; con espíritu de creatividad y de exigencia que de verdad apuesten al talento y lo estimulen en millones de niños y jóvenes venezolanos que llevan en su potencial la riqueza de una nueva sociedad, justa, democrática, libre y sin pobreza. Todo eso se activa con una buena educación que es consecuencia de cientos de miles de buenos educadores animados porque creen en el alto valor de su misión y lo viven en la construcción de una Venezuela nueva y democrática. Esa es la esperanza.