Publicado en: El Universal
Entre los relevantes hallazgos de la encuesta Delphos-UCAB (imposible pasar por alto, por cierto, ese 64,6% que ante unas hipotéticas elecciones presidenciales convocadas para el fin de semana dice estar dispuesto a votar) no deja de llamar la atención lo relativo a los sentimientos predominantes entre venezolanos. Para mayo 2019 el estudio registra 57,6% de “activadores” (esperanza, rabia) frente a 36,5% de “inhibidores” (tristeza, desilusión, depresión), con aumento de 9% entre los primeros respecto al socavón emocional de noviembre 2018. Aparejada con el miedo, como diría Spinoza, persiste la esperanza; y esa relación no es poca cosa si en lo adelante no se camina para dotarla de potencialidad.
La lectura de esos datos comporta retos sustanciales para un liderazgo que, diferenciándose de lo que Kant llamó el “moralista político” no pone el propio deseo, su “honor” y moral privada por encima de sus semejantes, vistos como fines en sí mismos y no como simples medios; uno que además responde a esa “verdad efectiva de las cosas”, a decir de Maquiavelo. Organizar la volátil rabia y dar contenido a la expectación para distinguirla de la fe; canalizar el malestar, convertirlo en acción transformadora y superar el atasco que ofrece el mero refocilamiento en la narrativa del descontento, abriría espacios para el cambio en paz que las mayorías demandan.
Tras el tsunami de hitos mochos marcando los primeros 6 meses del año y la cojera de una épica inmediatista más cercana al cortijo de la prepolítica que al de la política, la gestión de las candelas internas de una sociedad pasa, por supuesto, por hacer reconteo cabal de los cañones, por reparar con serenidad en el músculo y haberes disponibles. En ese sentido, la reanudación de la negociación auspiciada por Noruega -justo después de que la oficina de la Alta Comisionada de ONU lanzara el informe que ratifica violaciones graves de DDHH en Venezuela- indicaría, de hecho, que del otrora vasto menú de opciones sobre la mesa ha quedado lo que aparecía como postrera diligencia: bregar por nuevos comicios. En busca de una fórmula ganar-ganar, habilitar esa vidriosa ruta exigirá sensatez, persistencia, aplomo y no inane pirotecnia.
Los mimos a la afiebrada queja de sectores empecinados en confundir ese proceso con una gesta de índole moral, cuasi-religiosa y sentenciada por las rigideces del todo-o-nada, contaría entonces como un atolondrado desperdicio de recursos siempre finitos. ¿Cómo interpretar, por ejemplo, la reedición del espejismo del TIAR cuando los propios aliados internacionales, remando en una sola dirección, se manifiestan contra la tarasca de la guerra y a favor del apremiante escenario de la negociación? ¿Es justo atender a las contorsiones de una minoría anti-diálogo, anti-voto, anti-acuerdos, anti-otredad, cuando el tiempo corre feroz en nuestra contra? He allí otro desafío para un liderazgo atrapa-todo y amenazado por el desgaste: evaluar cuáles visiones contribuyen o no al logro del objetivo y prescindir con gallardía del lastre que sólo añade peso muerto a la estrategia.
La disposición anímica de una población ávida de concreciones hace que los costos de cada decisión aumenten. Volvamos a Delphos-UCAB: si bien la oposición aún cuenta con considerable respaldo (42,1% de consultados se identifica como opositor, frente a 26,3% del chavismo; 31,6% se define como no-alineado) el 36,4% respondió que su confianza en Guaidó ha disminuido; 35,5% indicó que se mantiene igual y 26,3% que ha aumentado. La ausencia de resultados incontestables en cuanto al itinerario de los 3 pasos y el entrampamiento en un discurso radical que se resiste a abrazar sin desvíos la vía del acuerdo político -que incluiría no sólo acciones que incorporen activamente al ciudadano, sino un pacto de gobernabilidad gestionado por y para todos los venezolanos- podría estar creando cortocircuitos y afectando la expectativa.
Pinchado por la necesidad de remontar la distorsión que alientan las redes sociales y sus imperfectos espacios de debate para más bien asir ese “corazón imperturbable de la realidad” que invocaba Parménides, al liderazgo corresponde entonces replantear su misión: re-conducir fuerzas, influir limpia y constructivamente en la opinión pública, convencer (no sin antes convencerse a sí mismo) sobre la virtud de la negociación como lo éticamente aprovechable.
Sí, lejos de desplazar culpas a la ciudadanía por omisiones e inconsistencias de la estrategia o de hacer cabriolas para amarrar la adhesión del insaciable extremismo, es hora de enfocarse en el logro posible, no importa cuán modesto luzca al lado de la homérica oferta de principios de año. El giro sería zambullirse en esa “épica de la normalidad” que sin duda bordea el oxímoron, como nota Manuel Cruz: porque “la normalidad es por definición, poco épica… a no ser que la narremos de tal manera que aparezca como algo excepcional”. Una invitación sugerente considerando cuán urgidos estamos del más llano sentido común.
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