Publicado en: El Nacional
Por: Trino Márquez
Como suele ocurrir con Nicolás Maduro, su campaña se ha movido entre dos extremos. Anuncia y firma acuerdos en los cuales se compromete a promover una campaña en paz, equilibrada y competitiva, mientras lo que en realidad fomenta es el psicoterror, la violencia y la desigualdad. Como si nadie lo conociera y fuese necesario divulgar su imagen, su figura invade los espacios públicos en todo el país. La publicidad en torno a su reelección copa las redes, la radio, la televisión y los pocos diarios y revistas que aún quedan. Sin embargo, ese derroche de propaganda ha resultado un fracaso. La suya ha sido la peor campaña desde que la publicidad, y no los partidos, empezaron a tener un papel decisivo en la proyección de los candidatos presidenciales.
A Maduro no le ha parecido suficiente saturar con anuncios la atmósfera del país. Además, ha apelado a la persecución y encarcelamiento de los adversarios, y al hostigamiento de todo aquel que se aproxime a Edmundo González, a María Corina Machado y a la Plataforma Unitaria. En esta estrategia basada en el miedo, ha incluido amenazas con terremotos, cataclismos y toda clase de calamidades si él pierde las elecciones, tal como indican todas las encuestadoras serias que operan en Venezuela. En la larga cadena de vaticinios catastróficos que ha formulado, el más peligroso es el que augura un “baño de sangre” si él abandona Miraflores. Este anuncio fue tan preocupante, que el curtido presidente Lula da Silva se sintió alarmado, al punto de que llamó públicamente a su colega venezolano a la sindéresis que exige una responsabilidad tan elevada como es el ejercicio de la presidencia de la República. Para Lula –lo mismo que para Gabriel Boric– el candidato que gana una elección democrática se queda en el cargo al que aspira; y si pierde, se va, y se prepara para una nueva competición. Así de sencillo. Sin traumas ni imposturas.
El agudo comentario del presidente de Brasil –secundado por el expresidente de Argentina Alberto Fernández, ambos militantes de la izquierda democrática– fue tratado, al comienzo, con desprecio por Maduro. Mandó a tomar una taza de manzanilla al mandatario brasileño. Luego, le pidió a su hijo Nicolás (Nicolasito) que le respondiera a través de El País. En esa entrevista con el periódico español, Nicolasito dijo que, si perdían los comicios, el gobierno admitiría la derrota.
De todo el clima de confusión que Maduro ha estimulado, ha quedado el temor acerca de lo que pueda ocurrir la noche del 28 de julio y madrugada del 29. Una jornada que debería estar signada por la tranquilidad, el respeto y la aceptación –tal como sucede en todos los países con sistemas democráticos bien asentados– ha estado acompañada por la angustia y el desasosiego. Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrirá al final de la jornada. Este clima de sospechas y dudas no ha sido casual, sino producto de un guion concebido para que los votantes sientan temor de su propia fortaleza como ciudadanos con derecho a elegir quién presidirá el Estado durante los próximos años.
En este ambiente de incertidumbre fabricada, la Fuerza Armada Nacional tiene la obligación de respetar y hacer respetar los resultados que emanen de las urnas de votación. El Plan República se encuentra bajo la coordinación de la FANB. Esa institución sabrá exactamente qué ocurrirá en los centros de votación. Será testigo de cómo se manifiesta la voluntad soberana de la gente. Su cercanía al proceso y su protagonismo la comprometen a defender el voto de los ciudadanos, tal como establece la Constitución Nacional y la Ley de Procesos Electorales. El gobierno no se atreverá a pasar por encima de lo que los electores decidan, si no cuenta con el apoyo –o, mejor dicho, la complicidad- de la institución armada.
El poderoso movimiento social que se ha formado en todo el país, desde los sectores más pobres hasta las clases medias más acomodadas, denota que el pueblo venezolano está dispuesto a defender su victoria porque significa el comienzo del rescate de la democracia y de la reconstrucción económica, social e institucional de Venezuela.
María Corina y Edmundo González han repetido en numerosas oportunidades que su compromiso es con el cambio democrático, pacífico, electoral y constitucional. María Corina ha dicho estar dispuesta a defender el triunfo del pueblo con su propia vida.
Henrique Capriles vio esfumar su liderazgo nacional porque muchos venezolanos se convencieron, de forma equivocada, que no había resguardado con valentía su supuesta victoria frente a Maduro en la elección de abril de 2013. Esa idea se instaló en la conciencia de millones de sus seguidores, a pesar de que Capriles nunca estuvo por delante en las encuestas y los sondeos de opinión daban un empate técnico entre ambos aspirantes.
Ahora, la situación es diametralmente opuesta: las encuestadoras indican una diferencia abismal, apuntalada por los apoteósicos actos en todo el país del tándem González-Machado.
A la FANB hay que exigirle que cumpla con su obligación y no defraude al pueblo. Así evitará cualquier ‘baño de sangre’.