No es fácil determinar si una inmoralidad es a su vez frívola y/o si una frivolidad es de suyo inmoral. ¿Será que el asunto es una calle de ida y vuelta?
Las calles, carreteras y autopistas de Venezuela se caen a pedazos. La carpeta asfáltica está hecha puré de auyama. Casi no hay farolas que funcionen. Y solo falta que las autoridades coloquen vallas de advertencia (con los ojitos del difunto) en las que se lea: «¡Alerta! Circule por esta vía a su propio riesgo. El gobierno no se hace responsable de su seguridad ni de su integridad física.»
Con la desactivación de la AN y la sumisión de todos los organismos de control, Maduro hace literalmente no que le da la gana. Gasta sin pedir permiso ni rendir cuentas. Al colapso eléctrico no se le ve solución. Lo único que hace Corpoelec es poner parches y ya, sin empacho alguno, cuando una avería requiere un cambio de alguna pieza, pues los funcionarios cobran aparte por repararla. Y los cortes ocurren cuando y como se le pinta la gana a los caciques de la compañía. Sin derecho a protesta .
Cada día veo en TV una cuña – de alto costo de producción – en el que Maduro presume de la construcción de un teleférico entre Vargas y Caracas. Pomposamente habla de miles de toneladas de acero y concreto. Presenta la obra como la solución a todos los problemas de transportación pública entre el estado costero y la Capital. Dizque «beneficiará» a cinco millones de «usuarios». Es, claramente, un magno homenaje al despilfarro en medio del mayor estado de sufrimiento de la población. El rastacuerismo y la vulgaridad son marca de fábrica de este régimen y son, además, política de estado.
Que los gobernadores y alcaldes se calen esto sin armar un seisporocho habla de su estado de sumisión. Suponemos que el asunto no se discute en el Consejo Federal de Gobierno. Nadie pregunta, nadie protesta. Nadie emite ni tan siquiera un quejido. Las calles, autopistas y carreteras negras de todo el territorio nacional y los gobernadores y alcaldes callan haciéndose cómplices de la barbarie. Y Maduro bota millones de dólares en una obra faraónica. Cabe preguntarse si en ella cabe su inmoral frivolidad o es más bien el espacio que exhibe su más frívola inmoralidad. Algunos piensan que en realidad es un mausoleo.
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