Publicado en: El Universal
¿Cuál preocupación roba el sueño a la mayoría de los venezolanos? El más reciente estudio de Datincorp (febrero 2023) no deja mucho espacio para la duda. 57% de encuestados apunta hacia la economía -inflación, bajos salarios y desempleo- como el terreno donde bullen los asuntos que hoy reclaman máxima atención. Sabiendo que la tiranía del mundo de las necesidades tiende a marcar los pulsos de la política (he allí un potencial peligro: que el espacio público acabe avasallado por el carácter prepolítico del ámbito privado) por enésima vez repica la expresión acuñada por el asesor-estratega de Bill Clinton durante la campaña para las elecciones presidenciales norteamericanas de 1992. “The economy, stupid”: ¡(es) la economía, estúpido! Con ella, James Carville recordaba a su equipo que los mensajes para la campaña debían enfocarse en temas que remitían a los problemas más inmediatos de personas de carne y hueso, aquello que afectaba su cotidianidad y su bolsillo, lo que condicionaba el perecedero aquí y ahora. Una picosa forma de recordar, también, que la política desconectada de los problemas reales de la gente pierde toda relevancia.
Desde entonces, la frase de marras ha sido citada hasta el cansancio, sobre todo cuando se trata de hacer entender a políticos enardecidos por la seducción de las luchas por el poder, que desentenderse de las agendas colectivas comporta un gran riesgo. Ese foco puesto en el interés sectorial, y no en la desmejora de la calidad de vida del ciudadano-votante, no sólo estaría afectando la reputación del impopular gobierno de turno, sino la de quienes deberían operar también para detectar alternativas acordes con la emergencia. De eso también hablan las encuestas, de aquellas expectativas que el liderazgo no capta. 86% dice que entre las cualidades que valoraría en un candidato presidencial opositor está el dar prioridad a la crisis económica, vs 7,39% de quienes piden que antes se atienda la crisis política (Datincorp, febrero 2023). Asimismo, 67,17% dice que apreciaría la disposición de ese candidato a buscar soluciones negociadas con el gobierno.
No se justificaría, por tanto, empeñarse en desarrollar una comunicación pendenciera, roñosa, y que elude compromisos mayores con el alivio de la crisis doméstica; crisis tan atada a la caótica acción gubernamental como agudizada por las inercias del conflicto político. Algo que en el marco de las frágiles condiciones de la economía internacional (el Banco Mundial recortó de 3% a 1,7% sus previsiones de crecimiento global para 2023, lo que implica dar pasos medidos pues “los riesgos de recesión están aumentando”), hace que las aspiraciones de mejora sustantiva e inmediata para los venezolanos enfrenten serias restricciones. He allí el meollo de nuestro debate.
Tras seis años de descomunal contracción y ante la relativa recuperación que organismos como CEPAL detectaron en 2022, la pregunta, según el economista José Manuel Puente, “es cuán sostenible y de qué calidad es ese crecimiento” en el caso venezolano. La aceleración de la inflación (la tasa interanual registró 440% según el Observatorio Venezolano de Finanzas) a partir de la aplicación de IGTF, por ejemplo, activa la alarma del rebrote hiperinflacionario. De momento, los datos de la recuperación siguen chocando con los hallazgos de la Encuesta ENCOVI 2022. Si bien la pobreza extrema bajó respecto a 2021 (53,3 %), la desigualdad por ingresos creció. “Venezuela está en el continente más desigual del mundo y, para 2022, es el país más desigual de América”.
Tal certeza, que se embute en la piel de un malestar social tan vasto e inocultable como reacio a la adopción de referentes políticos, obliga al liderazgo a poner foco en la prioridad: la identificación de recursos para incidir en la realidad, tal como es; el manejo político de la circunstancia. En aras del desestimado y esquivo bien común (principio cohesionador que transciende la mera solución técnica de dificultades) eso podría incluir, por ejemplo, el diseño de una estrategia razonable de presión, negociación mediante (lo cual entrañaría cierta “cooperación antagónica”) para que el gobierno advierta y contenga reflujos suicidas, los del híper-estatismo “originario”. Si el objetivo es rehabilitar la conexión liderazgo-ciudadanía de cara a futuros procesos electorales, toca trabajar para ser percibido como parte de la solución, no del problema. La premisa implica, por ende, dedicarse a reparar roturas tan críticas como la que suscita la quiebra del vínculo representativo.
Este menoscabo, imposible de subsanar sin un oportuno replanteamiento de las estrategias, amén de invalidar a una dirigencia varada en su carácter anodino, estaría comprometiendo la eventual democratización. Recordemos que la pérdida de confianza en la capacidad de los representantes para mediar eficazmente entre la sociedad y el Estado, parece estar en la base del vaciamiento de la política, el ascenso de líderes “fuertes” e idearios radicales, contrarios al reformismo; la supremacía del desgarramiento identitario y el consecuente enflaquecimiento de las democracias. La fotografía del instante venezolano es insumo para divisar la precariedad del largo plazo. Que 70% de una población castigada por la merma describa como “una gran decepción” la sensación que genera la conversación sobre la política y los políticos, debería picar como tábano las ancas de ese potro en el que cabalga una desorientada dirigencia.