Publicado en: El Universal
“No confundamos estupidez con maldad. La estupidez es mucho más peligrosa”. Dietrich Bonhoeffer
El autor citado es un teólogo alemán ahorcado por los nazis poco antes de la liberación de Berlín, porque sacaba judíos clandestinamente de Alemania y conspiró para asesinar a Hitler. Aunque no tengo mayores luces de teología, me sedujo su valor, reciedumbre, agudeza, y que haya escrito Resistencia y sumisión: cartas y apuntes desde la cárcel, como su contemporáneo Antonio Gramsci, y tal vez por eso sus textos resuman pragmatismo y amor a las maravillas de la vida. Abandonó la cómoda residencia en EE. UU y regresó a su país en medio del terror, para enfrentar en el púlpito a las turbas nazis que asesinaban, golpeaban y humillaban a los judíos en las calles, en los prolegómenos de la kristallinacht (“noche de los cristales rotos”). Necesitó coraje y moral de acero, ya que la tendencia de muchos héroes es a pirarse cuando las papas se ponen duras, para aullar bien seguros en alguna colina extranjera. “La estupidez es más peligrosa que la maldad”. En nuestros días posmodernos, linchar físicamente no se usa y cede el paso a canalladas, denigraciones, escraches y “cancelaciones”. Acciones estúpidas.
El tarado es reptante, denigra, envía mensajes torcidos, chantajea, compone microbianas agitaciones de resentidos contra disruptores de sus letrinas conceptuales y morales. En prisión, Bonhoeffer se interroga por qué muchos intelectuales y demás élites devenían bribones de poca vergüenza, mentirosos, oportunistas y amorales. En cartas desde la cárcel a su mujer y amigos más queridos, expone esta idea: “algunos promovieron el horror nazi por malvados, pero la mayoría por estúpidos”. De ahí nace la hoy trillada tesis de la banalidad del mal. Hace unos 30 años en Venezuela, grupos de intelectuales, empresarios, periodistas, socavaron la democracia en respaldo a salvajadas políticas y económicas, tenían orgasmos con Ortega y Castro (firmaron vergonzosos apoyos), derrocaron al gobierno democrático y trabajaron para entregarse a sus propios aniquiladores. Luego se largaron del país, y me he hecho la misma pregunta: ¿eran estúpidos o malvados?
Caigo en un círculo vicioso: “no pueden ser tan malos; son brutos – a lo que me respondo- no pueden ser tan brutos; son malos”. Al analizar el fenómeno en la opinión pública, en las ofensivas políticas, consigues ambos componentes: designios de grupos de élite que hacen “estrategias” de calumnia, maldad, y aguas abajo las subsecuentes confusiones, desconocimientos y estupidez. Eso opera en esta guerra en la que los fautores usaron a Ucrania con fines económicos, y ahora sufren su propia tragedia ¿por maldad o estupidez? La planificaron con fines extraéticos y una legión bocachanclas menores la apoyan por tontos, sujetos de ambas pulsiones. Decir que Putin es Hitler, “occidente un jardín”, idealizar y promover la desgracia de millones con la destrucción, y ahora venta por piezas de Ucrania desde buena calefacción, es simplemente monstruoso. Siempre debieron saber que la única forma de acabar con Rusia es la guerra mundial que Zelensky propicia, pero el binomio maldad-estupidez lo ignoró.
Los “aliados” de Ucrania podían prever el resultado, pero querían, y quieren, destazarla y venderla por piezas como un pollo en brasas a las “potencias”. Bonhoeffer es un pensador poco conocido, sus tesis (es más peligrosa la estupidez que la maldad) fue fácilmente tomada por otros y en la actualidad la he visto con el nombre de “ley de Hanlon”, e incluso incorporada a la sicología para excelentes terapias. El estúpido primero te odia porque le llevas la contraria. Cuando queda desmentido por los hechos y en evidencia su mentecatez, te odia el doble, porque encima de que tenías razón, lo pusiste en evidencia. Si el bocachancla se atraviesa en tu camino, recomiendo buscar, enterarse y estudiar sus debilidades morales, intelectuales, su situación familiar, humana, sus problemas personales, su memez, y tal vez pasar de largo ¿Te molesta, te favorece o te da igual la retórica de un bocachancla? Actúa a conveniencia. Aristóteles escribió que hasta la ira (y también el amor) deben someterse a la racionalidad. Dice Bonhoeffer “…si los hechos irrefutables contradicen a un necio…este los ignorará y dejará de lado…”
“…así el necio, comparado con el canalla, estará satisfecho consigo mismo, pero puede ser peligroso porque se vuelve agresivo con rapidez. La locura y la estupidez requieren un manejo más complicado que la maldad. Toda revolución religiosa o política producen una explosión de estupidez en parte de la población, porque el jefe lo necesita”. Las revoluciones viven de simplismos, ideas de pacotilla, generalmente basadas en el resentimiento de mayorías contra minorías y de resultados infaliblemente fatales. El filósofo italiano Carlo Cipolla, autor de Allegro ma non troppo, inspirado en Bonhoeffer, afirma igual que “el estúpido es más peligroso que el malvado”. Y aunque el libro es humorístico, propone una interesante hipótesis que coincide con la que comentamos del caso venezolano. Cuando un grupo de gente así controla un país o una organización, indudablemente la arrastra al desastre, según demuestra la historiadora norteamericana Bárbara Tuchman.
Por el contrario, dice Cipolla, “todo país en ascenso tiene un porcentaje importante de ellos, pero también un porcentaje insólitamente alto de personas inteligentes que procuran tenerlos bajo control, y producen para ellos y para los demás éxitos suficientes para que el progreso sea un hecho”. No debe confundirse estulticia con ignorancia porque mucha gente inculta es prudente, y la alfabetización no redime de aquella y a veces la agrava. El estúpido más peligroso es aquél que estudió, pero su incompetencia para entender la realidad resultó invencible. Dos sociólogos norteamericanos, Dunning y Kruger, investigaron en su país con una amplísima muestra de estudiantes y descubrieron un “efecto” que lleva sus nombres: los más mediocres eran los más seguros de sí mismos, mientras los brillantes tenían más dudas metódicas que seguridades.
Aquellos ejercían liderazgos basados en popularidad, simpatía, aptitud deportiva o social, no en raciocinio. Los tontos se autoperciben más inteligentes de lo que se consideran a sí mismos los de verdad aptos. El sufrimiento de la cárcel hizo a Bonhoeffer comprender y valorar profundamente la vida, porque los humanos reciben su cuerpo de Dios y de la tierra y deben recibir esta gracia de con alegría y plenitud, en lo que disiente del misticismo. Debemos amar a Dios con todas las fuerzas sin desmedro del amor terrenal, un regalo del Cielo, idea que me recuerda una encíclica del Papa Benedicto. No se puede vivir confinado, constreñido, a la “esfera de existencia espiritual”, (“esfera de lo último”) ni tampoco a la “esfera de la existencia secular” (“esfera de lo penúltimo”) y la vida cristiana debe ser plenamente ambas.