¿No se puede combatir con éxito la iniciativa de un gobierno que se apega a los lapsos constitucionales para renovar el Parlamento, pero que viola flagrantemente la Constitución cuando busca la renovación?, ¿no se puede evitar que la elección sea el refuerzo de una hegemonía, cuando puede ser el volapié que posteriormente la derrumbe?, ¿no conviene bajar a las parlamentarias de lo más alto del podio, para pensar en cómo ubicarlas en puesto distinto ante la legalidad y ante el parecer de los observadores foráneos?
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
La convocatoria a elecciones parlamentarias para fecha próxima y los desgajamientos de la oposición transmiten una sensación de urgencia, una necesidad de reacciones inminentes que pueden conducir a salidas sin sentido. Si un líder como Henrique Capriles propone, de pronto, desenlaces sin consonancia con los planes de la unidad; y si, para colmos, la influencia de Juan Guaidó se resiente por una mengua evidente mientras la dictadura insiste en un proceso electoral de cuño fraudulento que debe llevarse a cabo en diciembre, una atmósfera de prisas obligadas invade la escena política. Se siente la llegada de un fin de mundo frente a cuyo arrollamiento hace falta una conducta que no puede esperar, pero tal vez se pueda ver el panorama de otra manera. Al pensar, en especial, que esos pregonados colofones son habitualmente más bulla que cabuya.
Las cosas que más importan son las que saltan a la vista, desde luego, aquellas sobre las cuales el ambiente reclama una respuesta sin demora, pero hay otros elementos que no se advierten en la superficie de los sucesos y sobre los cuales se debe reflexionar. Los asuntos diarios dependen del reloj de la cotidianidad, de las solicitudes de cada jornada, pero el cronómetro de la Historia no se ajusta a esos agobios. Hace cálculos de mayor profundidad, dominados por la sabiduría de una experiencia venida de lejos gracias a la cual se comprueba que el fin de una época y el comienzo de otra, o la resolución de un entuerto de trascendencia pública y el renacimiento implicado en su desaparición, no dependen del contador de horas que llevamos como pulsera. Pero, ¿los políticos habituados a los tirones de su rutinario almanaque pueden ajustarse a un tiempo susceptible de otro tipo de medida, a sentir que pueden dedicar sus empeños a una proyección de largo plazo que requiere planes distintos e inesperados? Quizá sea cuesta arriba, pero nada se pierde con sugerir el intento.
La fractura de la unidad de la oposición no es cosa de las últimas semanas, sino el resultado de un declive que ha evolucionado lentamente. Ahora se observa en toda su magnitud, pero viene en una procesión relativamente silente que ya anuncian sin recato todos los campanarios. Existe la posibilidad del remiendo y es conveniente ponerle parches antes de que su contenido se esfume, pero también se presenta la ocasión de pensarla y ejecutarla de manera atrevida para que se convierta en la herramienta de cambio que no ha sido de veras. ¿Ponerle ahora un remiendo para que mañana se le escape otra vez el oxígeno, para que comience a ensayar una nueva procesión hacia el abismo? Alegría de tísico. ¿Ocultar las distancias intestinas y los personalismos ínfimos, mientras existe la amenaza de las parlamentarias? Maquillaje que el primer ventarrón se llevará para que las cicatrices cubran lo que quede del pellejo. Pero, si no se mira solo hacia el evento electoral, ni al fin del período constitucional de Guaidó al frente de la Asamblea Nacional, ni a la desazón de un reaparecimiento particular, quizá tomen cuerpo las decisiones de gran calado que han brillado por su ausencia.
El problema no depende de la terminación de la administración interina que la Asamblea Nacional le concedió a Guaidó, sino de pensar con seriedad las razones que la hicieron inoperante para buscar después la manera de prolongar la autoridad de la soberanía popular, sabiendo que el usurpador le está preparando funeral para diciembre. El problema no depende de ocuparse inmediatamente del repentismo de Capriles, sino de escudriñar y erradicar sus causas para que no retornen como estorbo del futuro. El problema no consiste en considerar a los partidos políticos como indispensables para el cambio, sino en exigirles que se hagan distintos como cuestión de vida o muerte para la República. ¿La sobrevivencia o el renacimiento de la República no son más importantes que las parlamentarias de diciembre, o que la continuidad de Guaidó y el resurgir del otro?, ¿no conviene bajar a las parlamentarias de lo más alto del podio, para pensar en cómo ubicarlas en puesto distinto ante la legalidad y ante el parecer de los observadores foráneos? El comienzo de esa vital exigencia se puede concretar mediante un plan capaz de mostrar el primer capítulo de una refundación partidista que debe ser más importante que el fraude electoral que se avecina. Una respuesta realmente satisfactoria de los partidos opositores mostrará con mayor elocuencia que ninguna de las porquerías electoreras de la usurpación evitará el retorno de la democracia. No solo ante un pueblo desesperado, pero no idiota, sino también ante los tirios y los troyanos del exterior. Pero no tiene que ser necesariamente para diciembre, si se ofrece un itinerario comprometido con las necesidades de la sociedad y más interesado en evitar la desaparición del republicanismo y de la dirigencia que supuestamente lo promueve.
La orfandad de ideas de la dictadura favorece el designio. Un régimen cada vez más atrapado en su ineficacia y en sus corruptelas permite cualquier evolución novedosa en la otra orilla. La opacidad de un oficialismo que ni siquiera alumbra su propia casa, carece de la posibilidad de impedir la intrepidez de sus rivales, por más desentrenados que estén. Una mandonería impopular no puede regodearse en el trofeo de unas elecciones que, sorprendidas en su minúscula estatura, han de ser obstáculo superable para unos partidos que recobran su elevada misión. ¿No se puede combatir con éxito la iniciativa de un gobierno que se apega a los lapsos constitucionales para renovar el Parlamento, pero que viola flagrantemente la Constitución cuando busca la renovación?, ¿no se puede evitar que la elección sea el refuerzo de una hegemonía, cuando puede ser el volapié que posteriormente la derrumbe? Depende del reloj, de cómo se mida la evolución de los acontecimientos y se piense en las consecuencias de la flamante observación: O se consulta solo el que nos señala la hora de acostarnos cada noche después de una agitación infructuosa, o computamos el ritmo de los procesos como suele hacerse en trechos cruciales.
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